Por Milcíades Ruiz*
17 de abril, 2017.- El 22 de Abril ha sido establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como “Día internacional de la Madre Tierra” con la finalidad de que las actividades alusivas sirvan para reflexionar sobre la situación en que se encuentra nuestro hábitat planetario. El objetivo es crear consciencia ciudadana sobre la importancia crucial de garantizar la conservación y mejoramiento de las condiciones de vida para la posteridad. Me apunto con esta nota.
Nuestro planeta Tierra, es producto de la evolución del universo en el tiempo infinito como también, los demás planetas del sistema solar y demás millones de sistemas galácticos. Se diferencia de otros planetas por su ecología que es el resultado de un proceso de transformación durante millones de años. Su valoración desde todo punto de vista no tiene parangón y tenemos todavía la dicha de disfrutar de sus atributos, de su belleza, de su esplendorosa capacidad de vida.
Nuestra existencia se la debemos a esa ecología planetaria, como toda forma de vida, igualmente. Desde tiempos remotos, todo era natural y espontáneo en su esplendoroso desarrollo hasta que la civilización humana entró a una etapa destructiva que rompió el equilibrio ecológico. La codicia de apoderó de ellos y sin escrúpulos de ninguna índole fueron erosionándola. El egoísmo particular se impuso sobre el bien común. Desde entonces nada importa para la obsesión de poder y en este afán se perdió el respeto a la naturaleza, a la que se viene causando daños que ya ponen en peligro la existencia biológica.
Agua, suelo, atmósfera, subsuelo, etc., han perdido su pureza y se encuentran muy contaminados con elementos tóxicos generados por la acción humana. Ya no hay vida sana en ningún lugar. Respiramos aire cada vez más tóxico, consumimos alimentos cada vez más dañinos, nuestras coberturas de día y noche son mayormente sintéticas de efectos corrosivos como también, los objetos que utilizamos en nuestras actividades cotidianas. Con la proliferación de elementos tóxicos, nuestro hábitat está llegando a un grado de deterioro ambiental, que es al mismo tiempo, deterioro de vida planetaria.
Para las culturas andinas prehispánicas, la naturaleza universal era una bendición a la que había que conservar y venerar como fuente de vida
Para las culturas andinas prehispánicas, la naturaleza universal era una bendición a la que había que conservar y venerar como fuente de vida. Los astros, el sol, la luna, la tierra, eran como la familia, como el ayllu. Al padre Sol se le veneraba porque su radiación era indispensable para la vida. Fecundaba la tierra que gestaba la reproducía biológica. De la Pachamama o Madre Tierra, surgía el alimento para todo ser vivo, y brindaba el cobijo protector, los materiales para la vivienda, para la vestimenta, para las labores civiles y militares.
Todo florecía al amparo de la familia sideral. La agricultura, ganadería, la medicina natural, las obras de ingeniería y arquitectura, la astronomía, orfebrería, etc. Pero había que cuidar esas fuentes de vida sin las cuales no era posible la existencia humana. El padre Sol otorgaba la temperatura equilibrada generando las estaciones climáticas del año calendario con sus bondades benéficas de cada cual.
Los principios fisiológicos de la naturaleza eran parte de la filosofía andina y de la conducta social. Sin tener influencia de otras culturas desarrollaron con precisión el calendario anual con los meses y semanas, ubicando con exactitud los solsticios y equinoccios que tanto ha costado a la ciencia euroasiática.
A la Luna llena le debían las horas adicionales de luz con las que florece el amor y la reproducción biológica. Todas las faenas de la producción se regían por las fases de la luna. Los principios fisiológicos de la naturaleza eran parte de la filosofía andina y de la conducta social. Sin tener influencia de otras culturas desarrollaron con precisión el calendario anual con los meses y semanas, ubicando con exactitud los solsticios y equinoccios que tanto ha costado a la ciencia euroasiática.
Este proceder filosófico fue confundido por los conquistadores europeos como religión pagana incompatible con la religión cristiana. Pero transcurrido el tiempo, la ciencia ha venido corroborando la sabiduría de las culturas andinas y su cosmovisión. Hoy sabemos por la ciencia, lo que significa la fotosíntesis y el fotoperiodo en la transformación físico química de las sustancias biológicas.
Por ello, al conocerse científicamente la influencia de la luminosidad solar en la sexualidad por ejemplo, ahora la producción de flores para el mercado resulta más rentable cuando se siembra en luna llena porque brotan mayor cantidad de botones florales. A falta de luna llena, se utiliza armazones de luz eléctrica sobre los campos para una mayor floración y los granjeros lo hacen con las gallinas ponedoras. Pero también, las ciencias neurológicas reconocen la influencia de las fases de la luna en el comportamiento y reproducción humana.
La ceremonia ancestral que todavía se conserva en el área andina como “Pago a la Tierra” es una gratitud del productor agrario a la Pachamama. No es como muchos creen, un acto de fe religiosa, una práctica pagana o una ignorantada.
La ceremonia ancestral que todavía se conserva en el área andina como “Pago a la Tierra” es una gratitud del productor agrario a la Pachamama. No es como muchos creen, un acto de fe religiosa, una práctica pagana o una ignorantada como lo interpretan algunos ignorantes. Los campesinos viven de lo que produce la tierra y tienen un concepto de la vida, de la naturaleza que no es teórico ni producto de la enseñanza escolar sino parte de su ser. Le tienen un cariño inmenso a la Madre Tierra y sufren mucho cuando se los desliga de ella.
El campesino se alegra cuando observa que la Madre Tierra tiene la contextura y la fertilidad productiva apropiada, pero se entristece cuando ve que no llegan las lluvias o el agua con que la Pachamama gesta la vida sobre el suelo y subsuelo. Ama a la madre Tierra y la defiende con su vida cuando peligra su integridad por la codicia de los depredadores de recursos naturales. Así lo han hecho frente a las graves amenazas de los proyectos mineros de Las Bambas, Valle de Tambo, Conga y otros, defendiendo la ecología de sus hábitats.
Pero de ese hábitat también depende la vida de los citadinos aunque no logremos darnos cuenta por nuestra indiferencia y desamor a la Pachamama. De ella vienen los alimentos que consumimos y si permitimos que la tierra, el agua, el medio ambiente, se contaminen con sustancias tóxicas, entonces acusaremos los males de ingerir alimentos dañinos para la salud. Ya nadie está libre del cáncer y otras enfermedades raras, pero cuando estas, nos tocan la puerta, recién nos preguntamos: ¿por qué yo?
Pues precisamente por nuestra indiferencia y falta de sensibilidad frente al deterioro de nuestro hábitat natural. Este no es solo un problema campesino. Todos estamos en la misma nave planetaria y si no alzamos nuestra voz de protesta ni hacemos nada por evitar la destrucción de nuestro hábitat planetario, pagaremos las consecuencias y pasaremos la factura a nuestra descendencia.
No le tenemos cariño a nuestro planeta, no amamos a la madre Tierra porque no la sentimos nuestra. Disfrutamos de sus playas, de los productos marinos, de la belleza del mar, hacemos turismo emocionante recorriendo lindos paisajes rurales, gozamos de su riqueza ecológica y gastronómica pero, nuestro individualismo no le da valor a lo que tenemos, por ahora. Somos ingratos y mal agradecidos. Tiramos basura al mar, a las fuentes de agua, dejamos que los desechos tóxicos destruyan la ecología que nos proporciona la vida, permitimos la creciente congestión tóxica de nuestra atmósfera y no hacemos nada por detener esta aberración.
Si con la misma devoción de Semana Santa pudiéramos defender la Pachamama, quizá podamos revertir el proceso de muerte de nuestro planeta. Los gases tóxicos de efecto invernadero causan desgracia por todos lados por el calentamiento planetario.
Si con la misma devoción de Semana Santa pudiéramos defender la Pachamama, quizá podamos revertir el proceso de muerte de nuestro planeta. Los gases tóxicos de efecto invernadero causan desgracia por todos lados por el calentamiento planetario. Pero los desastres son resultado de procesos en la que el hombre tiene gran culpabilidad. Las lamentaciones no evitarán la repetición de las desgracias. Hay que ir a las causas y tomar las medidas preventivas en los orígenes más que en los intermedios y tramo final. ¿Hasta cuándo vamos a permanecer insensibles?
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*Milcíades Ruiz es especialista en desarrollo rural.
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