Por Franklin Cornejo*
17 de enero, 2015.- Uno puede ser “Charlie Hebdo”, pero es importante hacer una reflexión para saber cuáles pueden ser los límites del ejercicio de nuestras libertades para expresar lo que pensamos y sentimos. Los límites están en no ofender a los demás y en ejercer con libertad el derecho de opinar y publicar.
Occidente separó la razón de la religión, pero Oriente hizo de Dios la razón pura, y en algunos casos una fe ciega y radical. Por ello hay que entender el real contexto cultural del “Yo soy Charlie”, en una Francia, laica; donde los caricaturistas asesinados por los yihadistas eran la expresión máxima de esa libertad total, crítica y sin cortapisas. Los caricaturistas muertos se reían del poder, de las religiones, de los políticos y ese era su derecho de expresarse publicando imágenes ridiculizadas de Mahoma y no solo eso.
La interculturalidad, el diálogo, el ejercicio de la ciudadanía y la integración son valores y políticas que se viven en democracia y en sociedades libres. En palabras de Burke: “En un país libre, todo hombre y mujer creen estar implicados en asuntos de interés público”. Ciudadanos libres eran los periodistas y las víctimas que asesinaron los hermanos Kouiachi. En el contexto francés las caricaturas, les bandes dessinée son parte de una forma de expresión artística, política y social. Los franceses cultivan el humor gráfico. Y esa lectura de la situación de contexto, ese filtro analítico no lo tienen los fanáticos islamistas, quienes buscan reivindicar a su Dios a toda costa, justificando la muerte de civiles.
El ataque contra los periodistas de Charlie Hebdo abre un caso poliédrico, con muchos ángulos con punta y filo. La no integración de los árabes en Europa, la islamofobia, el racismo contra los inmigrantes extranjeros, etc.
La libertad de expresión y pensamiento es tal en la medida que se publica, lo que uno cree y defiende. Nadie puede alterar ni censurar ese derecho fundamental. Por eso la expresión “Yo soy Charlie” tiene sentido en el hecho de que por más burlona y ácida que sea la crítica, el derecho de expresión y opinión está garantizado. Pero nadie le puede quitar la vida a otra persona por sus ideas y eso es lo que condena “Yo soy Charlie”.
Los caricaturistas de Charlie Hebdo ¿sabían que tenían entres sus lectores a musulmanes fanatizados? ¿Eran conscientes de los límites de su humor publicado?
Este es el tema del debate de hoy, una semana después del fatal ataque al hebdomadario satírico. Es decir, comprender cuáles son los límites de las libertades que de alguna manera quedan concentrados en el deber, el respeto, la autocrítica o el compromiso ético, en sociedades libres en permanente construcción y evolución; donde confluyen personas, de culturas, credos, mentalidades y orígenes diversos que no terminan de entender o desconocen qué significa comunicar, cuáles son sus derechos y el valor de la vida.
Y ello se debe a que vivimos todavía en sociedades desiguales culturalmente opuestas, con moral, prejuicios y resentimientos diferentes.
La interpretación de la realidad y la forma como la representamos, el espíritu crítico, el valor de decir las cosas, ser tolerantes se aprende y se da en la vida cotidiana, en relación con los demás. Todas las formas de expresión son válidas pero hay que decirlo, hay expresiones que hacen más daño que otras. En palabras de Henri-Lévy: “hemos descubierto que en Europa podemos ser ejecutados por un dibujo”.
Las sociedades libres y democráticas se rehacen infinitamente cada día en un ejercicio permanente y cotidiano en favor de derechos y libertades. Y a veces como en este caso, el ataque de terroristas nos recuerda que la defensa de las libertades no está terminada y, en cambio, se debe renovar siempre, para evitar totalitarismos de todo tipo.
El atentado contra la revista Charlie Hebdo y el policía musulmán nos deja la lección de que la libertad de expresión nos puede hacer libres para decir lo que se nos dé la gana. Pero hay que pensar en ejercer ese derecho con equilibrio y sensatez. Porque al igual que la libertad de expresión es necesaria la convivencia pacífica. Otra lección es que la autorregulación y la autocensura pueden limitar la libertad de expresión es cierto, pero también pueden tener excesos que estallen odio y rencores.
Hay que defender la libertad de expresión con sensatez, autorregulación y ética, que no se mal entienda, esto no es autocensura. Hay que pensar en el futuro de las sociedades democráticas y libres que sostienen las libertades.
Las libertades y los valores éticos se realizan en la convivencia social y se realiza en la conversación, en la discusión, en la réplica de puntos de vista distintos. En la aceptación del otro como sujeto social capaz de decir lo que piensa y de escuchar.
Sí, “Yo soy Charlie Hebdo” porque rechazo el terrorismo contra la libertad de expresión. Pero también soy autocrítico para vivir cada día la sociedad en la que me toca ser libre y ciudadano.
---
*Franklin Cornejo es Director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).
----
Fuente: Website de la UARM: http://www.uarm.edu.pe/Noticias/sociales/ser-charlie-hedbo-y-la-libertad-de-expresion-en-la-sociedades-libres#.VLmDrC4Yl7Y
Comentarios
El cobarde, repudiable e injustificable asesinato de los miembros del equipo del semanario francés Charlie Hebdo ha promovido nuevamente el debate sobre el derecho a la libertad de expresión, respecto de cuyo irrestricto ejercicio no deberían plantearse limitaciones de ninguna índole, ni por parte de agentes gubernamentales, ni por parte de particulares (individuales o colectivos).
Sin embargo, también nos interpela respecto de la responsabilidad de los medios de comunicación en la promoción de diversos valores consustanciales a una Cultura de Paz y a un Estado Democrático de Derecho, tales como la tolerancia, el respeto de las convicciones religiosas de las personas creyentes (cual sea su religión), las diversas prácticas que configuran la integridad moral de las personas, entre otras. Lamentablemente, el semanario francés Charlie Hebdo ha estado lejos de promover tales valores, condescendiendo muchas veces a la maledicencia, la mordacidad y la necedad innecesarias.
Estamos en un contexto más que propicio para recordar aquella reflexión de Viktor Frankl: “Hemos levantado la estatua de la libertad sin haber construido primero la de la responsabilidad”.
Añadir nuevo comentario