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Guyunusa en el Parlamento

¿Cómo no serÃa Guyunusa, una de las integrantes de los llamados “últimos charrúasâ€, el sÃmbolo por antonomasia de las mujeres uruguayas? Sin desconocer los aportes étnicos colonizadores europeos, luego inmigrantes, y también africanos de la aciaga esclavitud que confluyeron en la formación de la sociedad vernácula, la figura paradigmática de la indÃgena heroica exhibida en ParÃs, se convierte indiscutiblemente en impronta ejemplar insuflada de epopeya local.
El exterminio que pretendió ser masivo de la nación charrúa sublimado en Salsipuedes a manos del genocida Fructuoso Rivera, fue determinante en la extinción como grupo de los hermanos que nos precedieron en la propiedad de estas tierras, dueños por derecho natural de las mismas.
El después, es el relato polÃtico entre la mentira y el mito, subproducto de la aculturación y consecuencia lógica del mismo. Hilachas de la historia censurada que permitieron fuera contada y nos obligaron a beber como remedio en los programas de educación escolar.
Si en el encierro del arroyo Salsipuedes en Villa MarÃa de Tiatucurá, localidad de Guichón en Paysandú, el general con nombre de avenida emboscó y mató a muchos de ellos fundamentalmente hombres-caciques, con intención de borrarlos literalmente del mapa, seguramente las mujeres, niñas y niños escapados de la cobarde ejecución, se reprodujeron y de ellos guardamos descendencia hasta nuestros dÃas.
Es razonable observar que la sangre indÃgena exista actualmente como realidad biológica, además de haberse transformado en vÃnculo cultural en honor a los pueblos originarios. Este volver a los primeros pobladores que guardan Ãntimas raÃces, se presenta con fuerza colectiva de regreso a la esencia.
La pena es que al ser disueltos como comunidad, nuestros aborÃgenes fueron forzados a asimilar el europeizado modelo dominante no pudiendo conservar su linaje y costumbres, desapareciendo literalmente entre la multitud a la vista de todos.
Hoy sabemos que arrinconar y quitarle a un colectivo su forma de ser es matar socialmente o genocidio, figura delictual tipificada internacionalmente en derecho penal como crimen de lesa humanidad.
Duele pensar que la patria se formó como institución desplazando a algunos de quienes lucharon por su libertad.
La vergüenza histórica de la matanza charrúa protagonizada por el primer presidente constitucional del Uruguay, sumada a los intereses de las fracciones partidarias que tomaron el poder por más de un siglo y dirigieron la manipulada enseñanza, produce y alimenta el fenómeno de la negación, gestando el casi invencible etnocidio ideológico con incontables armas diestramente disimuladas, plenas de discurso y reproducidas en forma autómata.
Apropiados los recién llegados de todo lo que era bueno e inventada la nueva estructura societaria, no hubo lugar para los “salvajes†y fue conveniente asesinarlos en el imaginario popular.
En nuestros dÃas, dada la dominación cultural reinante a partir de las colonias y el posterior imperio del imperialismo económico, la oposición y el ninguneo desde el poder, han sido instrumentos de invisibilización para los que evocamos ancestros nativos. Pertenecer a una subcategorÃa ciudadana por promover la matriz africana o indÃgena es habitual.
El reconocimiento a las bases de nuestra identidad tarda en abrirse paso y parece no llegar del todo.
Este DÃa del Indio en especial, quiero pensarlo de la India reivindicando la memoria de la eterna y tribal heroÃna que parió en cautiverio a una niña libre nunca encontrada, y ofrendarlo a todas las guyunusas habitantes de este hermoso paÃs, sin distinguir colores polÃticos o de la piel. Ese espÃritu libertario que nos alienta, tiene sin dudas lo mejor de cada una de las razas que hoy nos encuentran uruguayos, provenientes de los que aventuraron sus destinos, fueron forzados a venir o nacieron acá. Y de entre ellos tendrán prioridad en la tradición los aborÃgenes como primeros habitantes, a quienes tenemos deber y derecho a recordar en la dimensión integral del dolor de la masacre.

Susana Andrade
Viernes, 11 de abril, 2008 - AÑO 9 - Nro.2876 La República

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