Por Jorge Agurto
3 de noviembre, 2010.- El 3 de noviembre se presentó de manera oficial El sueño del celta, la última obra de Mario Vargas Llosa, laureado escritor peruano que este año fue distinguido con el premio Nóbel de Literatura. Es también una ocasión para referirnos a los alevosos crímenes del Putumayo contra los indígenas masacrados y esclavizados por los barones del caucho en una época ignominiosa de nuestra historia -hace poco más de un siglo- cuyas huellas de opresión aun están latentes.
Como lo reseña Carlos Villanes Cairo, en un artículo publicado en el diario La República (1), la obra transcurre en tres escenarios: El Congo belga, la Amazonía peruana e Irlanda, cuyo eje son las aventuras de Roger Casement, un personaje histórico real que nació el 1º de septiembre de 1864 en Dublín, Irlanda, y murió ahorcado en la prisión de Pentonville, en Londres, el 3 de agosto de 1916.
La novela -escribe Villanes- "es una reivindicación de un hombre singular, valiente en sus pesquisas y denuncias pese a su salud endémica, difamado, acusado de traidor y hasta de pederasta, pero que supo conciliar su vida con su lucha irreductible en favor de la libertad".
Roger Casement fue enviado a ver la realidad en el Congo y elabora un informe en el que descubre las torturas a las que eran sometidos los africanos a quienes se explotaba y vejaba sin ningún remordimiento. Luego, siempre por encargo del ministerio del Gobierno británico que se ocupa de las relaciones exteriores, Casement realiza una segunda investigación; esta vez sobre las explotaciones caucheras en el Putumayo, en la amazonía fronteriza entre Perú y Colombia.
El libro describe la figura del barón del caucho: Julio César Arana, un archimillonario peruano, residente en Londres, cuya explotación comete los más execrables abusos con los indígenas amazónicos.
Casement sostiene que en el Perú los castigos son aún mayores y más aberrantes que en el Congo. Pero además efectúa una observación muy interesante. Mientras en África la mano asesina es de extranjeros que en el Perú “son los mestizos y blancos” de la misma nacionalidad quienes cometen los crímenes.
El listado de oprobio narrado por Casement es horripilante: marcado de hombres con hierro candente o cuchillos con las iniciales del dueño en las nalgas de los indios, asesinatos espeluznantes, hombres y mujeres quemados vivos, decapitados, mutilados, violados, sacrificados por apuestas.
Un personaje, “Roca Saldaña enumeraba los distintos tipos de castigo a los indígenas por las faltas que cometían: latigazos, encierro en el cepo o potro de tortura, corte de orejas, de manos y de pies, hasta el asesinato. Ahorcados, abaleados, quemados o ahogados en el río”, (p. 157).
En aquella época los denominados barones del caucho y sus capataces del campo “irrumpieron en las aldeas indígenas para aprovisionarse de hombres y concubinas, o engancharon mano de obra indígena mediante el sistema de habilitación” señala Alberto Chirif en una reciente publicación sobre los sucesos del Putumayo.
La situación de exterminio a la que son acorralados los indígenas es tan insoslayable que Casement llega a la siguiente conclusión:
"He llegado a la convicción absoluta de que la única manera como los indígenas del Putumayo pueden salir de la miserable condición a que han sido reducidos es alzándose en armas contra sus amos. Es una ilusión desprovista de toda realidad creer, como Juan Tizón, que esta situación cambiará cuando llegue aquí el Estado peruano y haya autoridades, jueces, policías que hagan respetar las leyes que prohiben la servidumbre y la esclavitud en el Perú desde 1854" (p.239).
La problemática planteada es tan actual que la última obra de Vargas Llosa es una buena ocasión para recordarle a la comunidad nacional e internacional, de manera especial a la oficialidad política e intelectual, que los sucesos del Putumayo fueron uno de los episodios más dramáticos de nuestra historia nacional de los cuales hay muchas deudas pendientes aún por saldar.
“La imagen manipulada del indígena salvaje y alejado de la historia y temporalidad occidental fue una constante durante la época del caucho en la Amazonía”, a fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. La aplicación de esta teoría brindó supuestos elementos “científicos” sobre la inferioridad de estas sociedades originarias, mientras que en el otro extremo, se creó también la imagen del civilizador, representado por el cauchero (2).
Este imaginario “justificaba el dominio sobre el indígena y el medio amazónico y proveía una dimensión moral a la actuación del opresor, que buscaba presentar el dominio como “un acto que buscaba el interés colectivo” cuando lo real es que este dominio ocultaba un "racismo desmedido y malsano” (Ibidem).
Precisamente, esa discriminación étnica, este vivir de espaldas a la realidad y a las necesidades de los pueblos ancestrales, el desprecio de los gobernantes por la opinión y los derechos de las comunidades siempre excluidas de las grandes decisiones políticas, es una constante histórica muy actual en la vida política peruana.
Por eso, mientras que el presidente Alan García se jacta del gran honor de tener un premio Nóbel peruano y el Ministro de Cultura Juan Ossio se autosolaza de ser un gran amigo del célebre escritor, conviene recordarles a ambos que los indígenas que hablan a través de la obra de Vargas Llosa son ascendientes de los mismos indígenas que hoy en pleno siglo XXI son perseguidos y criminalizados por exigir el respeto a sus territorios ancestrales, reclamar el derecho a la consulta, y demandar se les considere como ciudadanos y no simples salvajes a los que hay que civilizar, como lo pensaba el cauchero Julio César Arana.
Nota:
(1) La República: http://www.larepublica.pe/cultural/03/11/2010/el-sueno-del-celta-de-vargas-llosa-0
(2) “Imaginario e imágenes de la época del caucho: Los sucesos del Putumayo” Alberto Chirif y Manuel Cornejo, editores. Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA), Centro Amazónico de Aplicación Práctica (CAAAP) y Universidad Científica del Sur, Lima, Perú, 2009.
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