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Cuántas cosas se quedan en el tintero cuando pensamos en Leo Casas Ballón (‘el Leito’), los afortunados de haber confluído con él en ciertos espacios y llegado ser amigos suyos! Su cara de conquistador asimilado a los Andes, traicionada por la cadencia de su andar campesino - adaptado todavía a ascender cerros o bajar precipitosas quebradas – y sobre todo su refrescante manera de ser, su transparente relación con lo circundante, nos encara consciente o inconscientemente con la natural forma de vivir andina, la personalidad cultural que disimulamos o abiertamente negamos por adversos condicionamientos. Su presencia nos revela con la claridad de un espejo la identidad subordinada a punto de dejarse de lado permanentemente, o quizás utilizarla maniqueamente. Siendo la música un lenguage directo, y conociendo como pocos Leo la articulación melódica y poética andina, con ella nos desarma. Sus notas se sienten como cosquilleo juguetón que hace desprender de máscaras, enciende fibras íntimas, incita memoria, rescata alma.

Lo que Leo causa me recuerda en ‘micro-administración’ lo ocurrido al final de ceremonia de apertura del Primer Encuentro Universitario de Folklore, organizado por la FEP en Lima en 1981. En esta ocasión una comparsa de 14 a 16 conjuntos de sikuris de diferentes universidades de todo el país cerró la inauguración en marcha desde el Centro Cívico de Lima por calles principales, terminando en la Colmena y plaza San Martín. Notas de música ancestral en sangre nueva, jóvenes universitarios, despertaban a su paso a un pueblo aletargado por la gran pesadilla; instrumentos, melodías, ritmos y vestidos públicamente vedados en Lima en ese entonces irrumpieron como ‘lloqlla” (no Leito?) indetenible. La marcha incorporaba gente diversa en su trayecto, cerrando el tráfico, y haciendo estremecer a hasta los cimientos de edificios, que aunque tuvieran estilos europeos sus bases de piedra todavía reconocían sonidos! Al comienzo observadores paralizados por la sorpresa volvían la cabeza hacia lo que en verdad podría ser un sueño, que la juvenil alegría y vigor se encargaban de desmentir. Los conjuntos expresaban incontenibles lo que llevaban dentro, en auto-afirmación mútuamente reforzada, y atraían a la comparsa en danza colectiva, acompasada, sincopada como un corazón, a vendedores ambulantes, soldados del ejército, canillitas.. Despertaban y reconocían los sonidos profundos y tristes pero fuertes no muy lejos en ellos mismos; sentían con los oídos pública y abiertamente melodías clamando su promesa de volver por siglos, dándoles valor y alegría. El sonido se eleva, el alma despierta, las voluntades se mueven y los cautivos en la pesadilla resuelven con determinación retomar paso conjunto...

Ese ha sido, entre muchos, el papel de nuestro querido Leo, el artesano o mini-empresario del alma andina. Podría en el gran panorama de las cosas considerárselo un solitario Bautista anunciador en el desierto, por muchos años, si no fuera que nunca traicionó la apacibilidad, alegría y el buen humor. Seguro es lección de su madre Doña Augusta que la generosidad es la única regla válida para ayudar ‘a dar a luz’! Por ello, Leo desde el interior del mundo andino no ha cesado de brindar francas contribuciones de su saber y experiencia, de alma, sentimiento y gozo! Alguna canalización formal de este profesional del alma cultural en el Perú se dió por años en el programa matinal de música andina que compartiera con Isaac Vivanco, otro cultor nato del arte andino en variadas expresiones. Tal programa, si mal no me equivoco, fue fuente e inspiración del gran archivo musical de música andina creado por la Universidad Católica. Pero Leo sabe que si bien esos tesoros necesitan conservarse en archivos para generaciones futuras, ellos deben sobre todo revivirse en el corazón de sus cultores, como ejecutantes y como audiencia, ya que el acoplar de ambos hace vital la comunicación cultural. En eso nuestro Leo es maestro.

En todo ello, por cierto como su amigo José María Arguedas y miles de otros hermanos cuyas biografías andinas emergen sin ser escritas o leídas, Leo ha tenido también sus incomprensiones con el occidente local y extranjero, incluída la izquierda, navegando en el impuesto mundo occidental. Seguro que en la última reconoció el valor de ética social y compasión como programa último, además de otras virtudes. Sin embargo, cuántas veces no habrá sentido la discordancia, falsetos y contrapuntos fuera de lugar respecto al original mundo del cual salió, con su cuna y nido, jardín de infancia y mocedad. Fue ese mundo el que templó su carácter para mantener principios íntegros, por él mismo y por otros. Por ejemplo, haber dejado Leo la beca de la OEA por su origen y condiciones no refleja ingenuidad de ideales juveniles teñidos de izquierda tanto como honestidad y principios. Su ser ‘cojudo’ desde la bien intensionada conveniencia de ascenso social expresada por Hildebrando Perez, no tomaba en cuenta la ética vital traicionada en el camino, que Leo no podía hacer. En el cuadro mayor de la historia muchos semejantes a él lo han hecho y no se ha llegado lejos. El resultado siempre es cosecha a beneficio del sistema; uno mismo y lo que lleva son insumos para él, no para preservar sociedad y cultura nativas, que definen a Leo. En relación a otros, principios llevaron a Leo a nunca dejar de reconocer y honrar, sin regateos ni simplificaciones, los infranqueables derechos del buen corazón y el buen arte, en todas sus vertientes. Se pudo entender con la gente no-India de corazón e inteligencia honesta, como la maravillosa Rosa Alarco, directora del conjunto de Folklore de San Marcos. Leo participó en este oasis restaurador de estudiantes provincianos, que luego se prosiguiera cuando era posible en informales reuniones, en moradas cuidadosamente resguardadas, como corriente intensa y cierta de resistencia desde de nuestra historia/cultura agredida. Nunca ha dejado las filas de lo Andino re-vivificando arte y pensamiento sobre dilemas del Perú en y frente al mundo.

Y hablando de la universidad, por los antecedentes de infancia y temprana mocedad, es evidente que el joven Leo era brillante. Cuántos muchachos podrían preciarse de haberse acomedido a traducir la Biblia, del Castellano al Quechua, a pedido de su madre para beneficio de todos, o la iniciativa propia de traducir el Quijote. Y seguro que eso es sólo una pizca de otros hechos y proyectos que esta vez se le quedaron en el tintero a Leo. Por eso la beca de Carlos Cueto Fernandini era sumamente merecida. Sin embargo, cuántos años ha tomado, y si esto, para tomar consciencia de las violencias que ejerce el sistema educativo formal en las culturas nativas... y que ésta y no otra es la causa de que muchos jóvenes brillantes no coronen objetivos educativos, al margen de mentadas dificultades económicas, sociales y culturales para sobrevivir en un mundo totalmente ajeno que no reconoce y aún asume como inferiores diferencias culturales y linguísticas, destruyendo en ruta el potencial nativo. Arguyo aquí que Leo, más que otros jóvenes, debió haber sufrido en carne propia un impase ideológico fundamental, sin más amparo que alambicados conceptos occidentales haciendo pininos para entender lo que Leo tenía, que sólo ahora se expresa en forma coherente libre de filtros hegemónicos.

Pepe Marín, cholo huanca educado internacionalmente, ofreció una noche bromeando entre amigos, una estupenda figura literaria para caracterizar a Leo, que paradójicamente ilumina su capacidad cultural en música y arte, poesía en acción y movimiento, alegría y cariño. En el nuevo estado revolucionario del Peru (post Velazco) a Leo le correspondería el puesto de “Ministro del Interior”!! Tan incongruente era la imagen con la personalidad de Leo, que todos rompimos a carcajadas; nada que ver con Leo los razgos obscuros de expertos en represión y habitual confabulación. Sin embargo, con el paso del tiempo, pensándolo bien, el puesto tan incompatible en lo convencional es insospechado halago, no sólo del nuevo tipo de estado que se iba a formar, sino de su poético rol. Tenerlo como Ministro del Interior era lo ideal: implicaría, en primer lugar, una radical redefinición de lo que es/debería ser un Ministro del Interior: el construír la seguridad interna del país a partir de la reconstrucción misma del alma de su gente, desde la reconstitución de sus sentimientos, su lengua, su visión de la realidad. Las medidas disciplinarias normarían la expresión de cultura, música y arte en propios términos, desde marcos de referencia nuestros. Las cárceles serían centros de re-acopio de experiencias y de sanación anímica; los programas de re-entrenamiento se darían con información vital no parcelada, engarzada en la vision del bien comun (allin causay) - de gente y medio circundante - y los talleres experienciales servirían para procesar cabos sueltos que residen en todos nosotros, pero sobre todo en los más abatidos. Leito sería el perfecto Ministro del Interior!... y su Jefa de Prisiones podría haber sido Rosalía Paiva, la hermana que Leo me ayudó a llorar por prematura muerte hace dos años. Como directora de prisiones, ella llegó a ser y fue sacada del puesto con vejaciones indecibles, porque los presos la reclamaban y llamaban por propio nombre: “Queremos ver a la Rosalía!” ¡Qué pareja hubieran hecho los dos al mando de ese Ministerio del Interior; que brazo derecho, corazón de mar y tierra hubiera sido Rosalía para el tal trabajo!!

También, en la tarea traducir el Quijote al Quechua, obra tan valiosa y significativa, y todavía pendiente para la nueva generación de intérpretes, me recuerda la aspiración del sabio físico Sanmarquino, Dr. (Luis?) Dávila de usar la escritura Inka para escribir los textos clásicos de la cultura europea y mundial, empezando por la Biblia. Sin embargo, también aquí hay otra paradoja. Tal vez en la práctica, metafóricamente hablando, Leo sea el Quijote traducido en obras, cuyas luchas no son con molinos de vientos que aparecen como gigantes, sino monstruos gigantes que aparecen como inocuos molinos de viento. No es el terrenal y práctico Sancho quien informa a Leo sobre las condiciones de la realidad; es Leo quien vierte en Sancho el sentido de una realidad imbuída de valores y espíritu, que no proviene de elucubraciones abstractas de varones separados de lo que la mujer hace. Como en el modelo de su madre, provienen de otro modelo de Dulcinea; no romántica quimera, alejada e idealizada en la mente de caballero andante, sino referencia real y contundente de altruísmo, de cuidado generalizado, de creatividad, manantial de sabiduría, base de la única magia posible en realidad. El haber servido de intérprete al corazón y calidad humana de Doña Augusta por su manejo del Castellano y la escritura era sólo una parte de vertir sabiduría perdurable a los que la necesitaban. Con la Biblia, otro asunto fundamental era traducir los principios y valores corporizados en ella! Así, con su propia vida, nuestro querido Leo ha revertido andinamente la historia del Quijote.

Nadie sabe mejor que Leo los recovecos del recorrido suyo.
Aleccionador que no sea cuestión de sangre. ¿No es que Leo era blanco de acuerdo al artículo? Claro que como la mayoría de peruanos Leo sí tiene sangre India. Pero lo que define principalmente es su alma India, cultivada en suelo genuino, que ordena calidad de vida al margen de sangre u condiciones biológicas!

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