Sobre esta trágica cuestión (que para nosotros es más vital aún que para los otros participantes del problema), los paÃses andino amazónicos tenemos un "otrosà digo" que añadir, cual protocolo escrito con la tinta de la realidad de nuestro pasado. Pocos se atreven a recordar que nuestro pasado remoto, geográficamente, fue el de selvas de montaña, actualmente casi inexistentes y que también coadyuvaron, al desaparecer en humo, a crear el porcentaje fatal del monóxido de carbono y otros gases integrantes del efecto invernadero. Asà como es claro que las emisiones industriales provenientes de los combustibles fósiles deberÃan ser mitigadas por procedimientos también industriales, la reabsorción de CO2 por la restauración de las selvas es una reponsabilidad nuestra, no debiera ser propuesta como un mecanismo de compensación de la otra, sino como un propósito nacional que nos devuelva la dignidad arrebatada al entrar a socavones como mineros al servicio de trasnacionales. Si es interés de algún agente internacional ayudar en restituir el ambiente selvÃcola a los Andes hoy yermos, reconstituyendo los sistemas florÃsticos que aquà crecieron, revirtiendo para ello los factores sociales que promueven aún la continua deforestación (en un proceso cuyo origen es muy anterior a la industrialización) sea bienvenido porque entonces sus intenciones serán claras, pero el aspecto financiero y falaz que adquieren los actuales mecanismos que se pergeñan tras el acuerdo de Tokio y sus consecuentes no puede insapirar nuestra confianza en felices resultados, tiene todo el aspecto de un engañamuchachos. Porque tenemos que echar cuentas claras con los procesos históricos denudantes del suelo, no son los intereses financieros los que colaborarán en ello, sino los factores que favorecen la sostenibilidad como forma justa de actuar, y esos valores sólo los encontraremos en el seno de nuestro pueblo, agrÃcola y comunario.
Sobre esta trágica cuestión (que para nosotros es más vital aún que para los otros participantes del problema), los paÃses andino amazónicos tenemos un "otrosà digo" que añadir, cual protocolo escrito con la tinta de la realidad de nuestro pasado. Pocos se atreven a recordar que nuestro pasado remoto, geográficamente, fue el de selvas de montaña, actualmente casi inexistentes y que también coadyuvaron, al desaparecer en humo, a crear el porcentaje fatal del monóxido de carbono y otros gases integrantes del efecto invernadero.
Asà como es claro que las emisiones industriales provenientes de los combustibles fósiles deberÃan ser mitigadas por procedimientos también industriales, la reabsorción de CO2 por la restauración de las selvas es una reponsabilidad nuestra, no debiera ser propuesta como un mecanismo de compensación de la otra, sino como un propósito nacional que nos devuelva la dignidad arrebatada al entrar a socavones como mineros al servicio de trasnacionales.
Si es interés de algún agente internacional ayudar en restituir el ambiente selvÃcola a los Andes hoy yermos, reconstituyendo los sistemas florÃsticos que aquà crecieron, revirtiendo para ello los factores sociales que promueven aún la continua deforestación (en un proceso cuyo origen es muy anterior a la industrialización) sea bienvenido porque entonces sus intenciones serán claras, pero el aspecto financiero y falaz que adquieren los actuales mecanismos que se pergeñan tras el acuerdo de Tokio y sus consecuentes no puede insapirar nuestra confianza en felices resultados, tiene todo el aspecto de un engañamuchachos.
Porque tenemos que echar cuentas claras con los procesos históricos denudantes del suelo, no son los intereses financieros los que colaborarán en ello, sino los factores que favorecen la sostenibilidad como forma justa de actuar, y esos valores sólo los encontraremos en el seno de nuestro pueblo, agrÃcola y comunario.