7 de julio, 2011.- Los sucesos recientes de Puno pusieron de manifiesto una vez más la condición bloqueada y escindida de nuestro país. La mirada limeñocéntrica dominante, que en ocasiones no solo es limeña, actuó gatillando una serie de prejuicios sobre los peruanos andinos y desinformación vergonzosa sobre datos geográficos o grupos étnicos.
Al parecer algunos especialistas, políticos y medios de comunicación que precisamente están obligados a conocer e informar, prefieren colocar convenientemente bajo la alfombra ese mundo-otro de sujetos-otro en lugares-otro que nos recuerda periódicamente la lección irresuelta más difícil de nuestra vida republicana: el desafío de integración de un país multidiverso.
Y es que Puno, ese mundo-otro, hizo noticia porque no pocos pobladores de las provincias aimaras y quechuas se oponen a las concesiones mineras otorgadas sin consulta previa, a la contaminación de valiosas fuentes de agua dulce, a la debilidad y desidia de la presencia estatal, al desprecio a su abigarrado y formidable mundo cultural.
La región de Puno es uno de los puntos extraordinarios de interpelación sobre el contenido, pasado y futuro de la construcción de un proyecto nacional multidiverso. Aquí, a orillas del lago Titicaca, se atestigua la interacción de diferentes matrices culturales. Aimaras de diverso status social, nivel de instrucción, creencia religiosa, opción política, procedencia provincial y hasta distrital; junto a población quechua y mestiza con similares rasgos de distinción.
Se trata de un mosaico que llega a su punto de ebullición y de expresión colectiva cada año en el mes de febrero, cuando más de 50,000 personas coinciden en una de las más bellas variantes de la utopía andina que integra religiosidad sincrética y goce celebratorio. Se trata de la fiesta a la Virgen de la Candelaria, pero que obviamente el inconsciente colectivo regional se da maña para adorar a la Madre Tierra, a la Pachamama. Buena prueba de ello, es el pobrísimo contenido católico de los rituales religiosos. Es una expresión sincrética y controlada por la orgullosa afirmación cultural. Pero ¿qué relación existe entre la utopía andina gozosa y las luchas antimineras encabezadas por los aguerridos aimaras de la zona sur de la región de Puno?
Una primera observación no encuentra ningún tipo de vínculo. Pero, los aimaras rebeldes de la zona sur de la región puneña se han levantado en defensa de la Madre Tierra o -para darle espacio a las críticas antiaimaras del movimiento- a favor de una explotación al margen del sistema y controlada por los propios pobladores de la zona. Es decir, siguiendo el razonamiento de la supuesta agenda oculta de los aimaras: “Si alguien tendría que beneficiarse de los frutos de la tierra, no son los extranjeros, ni el Estado nacional; sino nosotros que nos encontramos en estado de permanente reciprocidad con nuestra Madre Tierra”. Evidentemente la agenda explícita de los dirigentes y la población aimara publicitada a través de todos los medios no es esa; sino, se resume en “Agro sí, minas no”. Potente simplificación que va más allá de la simple enunciación. Pero, hemos incluido un argumento antiaimara con el único fin de favorecer un razonamiento mayor y que expondremos luego.
En el caso de la fiesta gozosa a la Pachamama (o a la principal deidad femenina de la religión católica), estamos ante una celebración típicamente urbano-andina. Los aimaras, quechuas y mestizos bailan fabulosas danzas con un fuerte acento de resistencia cultural o, para emplear la expresión de De Certeau, son “tácticas de los débiles”. En sentido estricto, los miles de puneños que danzan ante los turistas y frente a la deidad católica, se están burlando escandalosamente de Occidente, sencillamente están afirmando una perspectiva-otra, están produciendo un imaginario alternativo y singular. Inclusive quienes se reclaman católicos se sacuden del ritual católico tradicional y plantean jubilosamente una religiosidad, por sincrética, pagana.
"El espacio de disputa, sea ideológico-religioso o político-económico, es un paradigma de los desafíos contemporáneos. La defensa obstinada de su acerado mundo vivencial (...) es una de las reservas culturales más valiosas en la época del capitalismo tardío y la caída de la visión unilineal del progreso humano." |
Entonces, tanto los aimaras de la zona sur, como los puneños urbanos, pretenden confrontar/dialogar “a su manera” con la cultura dominante. Al encontrarse eslabonados en acto de reciprocidad entre ellos y con su deidad hiperterrenal, los puneños activan dispositivos festivos, retóricos o violentos de pugna creadora frente a todas las personificaciones de lo foráneo-occidental.
No se trata de una oposición destructiva con Occidente. En ambos casos, que pueden parecer contrarios y relacionados inapropiadamente, la población andina plantea una forma de interrelación y de negociación con los centros de poder. La lucha antiminera cuestiona el modelo primario exportador de extracción minera y plantea la importancia del desarrollo de la agricultura en la zona sur de la región altiplánica. La utopía gozosa, por su parte, cuestiona el modelo de dominación ideológica y plantea la importancia de la ritualidad andina en la vida cultural.
En ambos casos, estamos frente a una matriz civilizatoria en pugna y que se resiste a ser eliminada o sometida. El espacio de disputa, sea ideológico-religioso o político-económico, es un paradigma de los desafíos contemporáneos. La defensa obstinada de su acerado mundo vivencial, rituales y cuerpo de creencias, fundamentado en el sentido recíproco/complementario de la vida y la existencia es una de las reservas culturales más valiosas en la época del capitalismo tardío y la caída de la visión unilineal del progreso humano.
En ese sentido, el intelectual aimara y puneño Domingo Llanque Chana no lo pudo poner de mejor manera hace más de 20 años: “a partir de nuestra identidad cultural, los aymaras queremos contribuir a la construcción de un modelo social pluralista y multilingüe, que tenderá al reforzamiento de todos los sectores, tanto en lo económico como en lo político y en lo cultural” . Llanque Chana estaba convencido y nos convenció que los valores culturales de los aimaras son un formidable soporte de sentido para la convivencia digna de lo diverso y la continuación de la vida en el planeta.
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* Eland Vera es periodista y profesor de la Universidad Nacional del Altiplano de Puno (UNAP).
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