- El espíritu del río Sinú. Crónica breve sobre el evento emberá, por los diez años del asesinato de su líder Kimy Pernía Domicó.
Por Sebastian Leal
El río es un gusano de cristal irisado
Gomez Jattin.
Caminé por los pasillos rayados con todo tipo de arengas hasta encontrar el auditorio Camilo Torres. En ese recinto, que hace parte de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, se llevan a cabo frecuentemente eventos relacionados con la defensa de los Derechos Humanos. Después de mucho caminar, llego.
La foto de la entrada es un retrato de Kimy Pernía Domicó. Se le ve sonriente, con su traje típico, y de fondo tiene un paisaje natural en el que se ve un río; son las aguas del Sinú, o al menos así lo supongo yo. La música que suena mientras entran los asistentes, una voz de una mujer pronunciando unos sonidos para mí irreconocibles, es típica del pueblo de los emberá, una comunidad indígena del Alto Sinú. Hay un sonido de tambores que acompaña de cuando en cuando a la voz que, en algunos pasajes, estalla en una especie de lamento.
Hoy es 1 de junio de 2011. El evento al que asisto tiene como objetivo conmemorar los diez años del asesinato del líder indígena que veo sonreír en la foto de la entrada.
Kimy, ha sido por muchos años el líder emblemático de los emberá. Es casi una leyenda. Él representa su lucha por el reconocimiento y el respeto a su cultura ancestral. Calculo que un poco más de la mitad de los asistentes estuvo conectado de alguna manera a su vida. Algunos de ellos se paran y en sus discursos nos cuentan a todos la experiencia que más recuerdan de aquel hombre que está rodeado por un aire de fábula. Yo, que soy un ajeno en este recinto donde hoy todo parece familiar, trato de reconstruir su existencia por medio de esos pedazos que ellos me ofrecen.
Luchador, emprendedor, amoroso y convencido. Hay una lluvia de elogios. Todos aplaudimos al final de cada intervención. El cuadro en el que Kimy sonríe está ahora sobre una de las sillas que acompañan a la mesa que todos vemos enfrente del recinto. Hay otras tres sillas vacías. Una mujer pone un vaso de agua enfrente de la foto sonriente y el hombre que precede el evento explica que el espíritu de Kimy está ahí, sentado, y que le quieren ofrecer un sorbo de agua.
«El río (dó) –le contó él a los presentes en un seminario sobre el Urrá del año- da nombre a los lugares por donde pasa y crea las historias: Apartadó (río de plátano), Chigorodó (río de guadua), Chibugadó (río de abarco), Pavarandó (río de agua tibia)». El agua es el centro de la comunidad. A los emberá los llaman también «hombres de río».
Hay un desfile de gente que sale por turnos a hablar de Kimy. Esta Nora, una mujer emberá que por su traje y por el respeto que produce en los presentes, debe ser una líder importante de su comunidad.
Un hombre, que es abogado y ha trabajado con la comunidad desde hace muchos años, nos cuenta una historia que a mí me parece la síntesis perfecta de todo lo que han dicho de Kimy. Él, quien defendió su comunidad hasta la muerte, trabajó por un tiempo en el mundo de los «blancos» (cuando escucho esa palabra me siento más ajeno). Era maderero y no se llamaba Kimy, que en el idioma emberá significa «vara delgada y larga». El tipo que habla lo hace de un modo elocuente.
— Me lo contó una tarde, cuando íbamos en lancha por el río. Yo le pregunté por la cicatriz que tenía en la espalda. Difícilmente se dejaba ver esa herida y cuando le expresé mi inquietud noté su cara de inconformidad. Sin embargo, quizás porque me tenía mucha confianza, me contó la historia… Un día, cansado de ese mundo blanco que le parecía tan pobre y miserable, decidió abandonar su trabajo como maderero. A cambio, recibió un machetazo en la espalda después de ser perseguido por varios días. Desde ahí, se reencontró con su comunidad, se cambió el nombre y luchó por la defensa de los suyos.
*
El 2 de junio de 2001 nadie volvería a ver el rostro de Kimy Pernía. Fue secuestrado en el municipio de Tierralta, Córdoba. Desde entonces, lo buscaron por cielo y tierra. El 15 de enero de 2006, por una declaración del ex jefe paramilitar Salvatore Mancuso, se confirmó que Kimy había sido raptado, torturado, y asesinado por los «paras». Su cuerpo, según Mancuso, había sido arrojado al río Sinú. Cuando el filósofo francés Bernard Henri-Levi le preguntó al jefe paramilitar Carlos Castaño –eso cuenta una mujer que ha decidido pararse y tomar la palabra-, respondió con una frase cínica y lapidaria. «Bueno, y el jefe de los indígenas del Alto Sinú, para el caso, ¿a quién le impedía trabajar él, ese pequeño jefe indio que bajó a Tierra Alta?», le preguntó el francés.
« ¡La represa! ¡Impedía el funcionamiento de la represa!», contestó el hombre.
Lo que en principio era una represa para prevenir desastres e inundaciones, en una discusión que empezó a finales de la década del ochenta, se convirtió para el 2000, el año en que finalmente se dio por terminada la obra, en una importante central hidroeléctrica que se alimenta del río Sinú y que provee de energía a toda la nación. A diferencia de la prosperidad que declara la empresa hidroeléctrica, la comunidad emberá ha manifestado que se ha visto seriamente afectada por la construcción del proyecto. Kimy es el símbolo de esa resistencia.
Su denuncia llegó hasta el Parlamento canadiense. Decidió elevar allí la voz de su protesta porque, según les hizo entender, el proyecto había sido financiado por Development Corporation, una empresa semiestatal de ese país que habría aportado 18,2 millones de dólares. «La represa trajo la muerte a nuestra gente; muerte de los pescados, muerte de los miembros de nuestra comunidad, que han sentido la pérdida de proteínas, debilitando su salud, y la muerte de nuestros líderes que han protestado y desafiado este proyecto. La represa Urrá I es como una pared que corta el río Sinú e impide la subienda de los pescados. En este momento peces como el bocachico, yulupa, charua, barbule y otros, han sido prácticamente acabados. El impacto sobre mi pueblo es muy, pero muy triste».
El 11 de diciembre de 1999 Kimy encabezó una protesta pacífica en la que él y otros cientos sesenta y siete miembros de su comunidad se tomaron los jardines del Ministerio del Medio Ambiente. «Cuando terminó la protesta –cuenta otro hombre que también ha decidido contarnos una historia- todos los hombres de la comunidad, en un acto que nadie olvidará, decidieron regenerar el prado de los jardines que habían pisado».
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El informe que presentó el Colectivo de Juristas no me sorprendió. ¿Hasta qué punto debe llegar la realidad de un país para que estas cosas absurdas ya no sorprendan? Me indigno, pero no me sorprendo. No hay un solo caso (¡ni uno solo!) que haya salido de la oscura impunidad, en una larga lista de desaparecidos que guardan alguna relación con la comunidad. Nada se sabe del paradero del cuerpo de Kimy aún, después de diez años de búsqueda y de seis desde que Salvatore Mancuso abrió el camino de la verdad. Nadie ha sido judicializado. La situación de los pueblos indígenas y el compromiso del Estado con ellos, afirman los del colectivo, siguen siendo inestables e incipientes.
Al final invitan a una mujer emberá que representa a la comunidad en alguno de los niveles del Estado. La mujer va a cantar. Me parece que es suya la voz que había escuchado al entrar en el recinto. Canta con vivacidad. Recorre de lado a lado el espacio libre que hay enfrente del salón con los ojos cerrados. De repente, cuando la voz de la mujer ha llegado al clímax de los lamentos, la mujer no se resiste y estalla en llanto.
El resto del salón se consume en un silencio sepulcral. La mujer se queja y el tono enérgico de su voz suena como un reclamo para todos los asistentes. Ella, que de golpe nos da la espalda mientras habla, encarna a la perfección el peso de la injusticia que carga su pueblo. «No solo nos mataron a Kimy. Están matando al pueblo». Mientras habla mete su mano derecha en un vaso de agua y moja su rostro. Luego, vuelve a cantar y esta vez lo hace con mayor energía. Me siento conmovido. Pienso en el agua y en cómo la mujer, en un ritual que no he logrado comprender, moja su rostro mientras llora.
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El daño a la comunidad es profundo. Por eso la mujer que canta rechaza, como lo he visto en otras víctimas del conflicto, cualquier tipo de reparación económica. Dinero en retribución les resulta una afrenta. El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los emberá tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman «bâja». Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman «bewara», y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida sino también su descanso en la muerte.
El río, la vida, el punto de nacimiento del mundo emberá, por esas paradojas crueles de nuestra realidad, es todavía la muerte de su memoria.
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Fuente: Revista Número: http://www.revistanumero.com/index.php?option=com_content&view=article&id=787
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