Por Roberto Aguilar
El cargo de terrorismo que pesa sobre los dirigentes shuar liberados esta semana gracias a un recurso de hábeas corpus, corrió la misma suerte que el epíteto de forajidos lanzado por Lucio Gutiérrez contra los manifestantes que exigían su dimisión: ha sido reivindicado por los agraviados.
Pepe Acacho, candidato a la presidencia de la Conaie, y sus compañeros de infortunio Pedro Mashiant y Fidel Kaniras se la toman con humor. En el vehículo que los conduce de vuelta a la ciudad de Macas, tras ocho días de cautiverio en el penal García Moreno de la capital, no paran de reír. Eufóricos, radiantes, satisfechos de su suerte, se burlan del Presidente de la República tanto como de sí mismos y repiten una y otra vez, con orgulloso sarcasmo: “Nosotros, los terroristas”.
“Por sabotaje y terrorismo con muerte”, dice exactamente la boleta de encarcelamiento firmada el pasado 1 de febrero por el presidente de la Corte Provincial de Justicia de Morona Santiago, Miguel Ángel Villamagua. Se refiere a los hechos ocurridos el 30 de septiembre de 2009, durante el paro amazónico contra la Ley del Agua. Ese día hubo refriega con la Policía en el puente sobre el río Upano, en las afuera de Macas. Cuarenta personas resultaron heridas y una, el profesor shuar Bosco Wisum, murió por el impacto de un perdigón. Según el Estado, Acacho y Mashiant incitaron a la violencia con sus arengas y sus mensajes radiofónicos; y fue Kaniras quien disparó contra Wisum.
“¿Se imagina que voy a disparar yo contra mi propio tío?”, dice Kaniras mientras el todoterreno de la asambleísta por Pachakutik Diana Atamaint avanza a velocidad poco considerable con dirección sudeste. Las siete horas de viaje les da tiempo suficiente, a más de para reírse, para indignarse. Las razones de esa indignación muestran el abismo cultural que separa a las partes enfrentadas: el parentesco, la lengua, los símbolos; que el presidente Correa dijera que ellos iban a las manifestaciones llevando lanzas envenenadas; que el Gobernador de la provincia, siendo mestizo, se permita usar la tawasap, corona de plumas de tucán que simboliza autoridad y respeto; que la traductora de Carondelet para la lengua shuar sea a tal grado “ignorante”, dicen, que pretende traducir literalmente un idioma metafórico…
Entonces fantasean, entre risas, con lanzas de veras envenenadas para clavárselas en el trasero al señor Presidente; planifican un comando terrorista con la misión de sacarle la corona al Gobernador en el próximo acto público en que ose ponérsela; imaginan cartas dirigidas al Estado, escritas en una lengua hermética e indescifrable solo para ver la cara que pone la traductora cuando las reciba. Y resulta fácil reconocer que, antes que la fiereza indomable, es el sentido del humor lo que caracteriza a este pueblo de la selva.
Junto a los tres excarcelados viajan el presidente de la Federación Shuar, Francisco Shiki; el de la Corporación Arutam, Andrés Wisum, y la dueña del vehículo. Los liberados les relatan el susto de cuando los helicópteros descendieron sobre el patio del Centro de Rehabilitación Social de Macas. “¿A dónde me llevan?”, dice Acacho que preguntó al oficial que lo conducía a bordo: “con rumbo incierto, me dijo”. Como si estuviera redactando el parte de su desaparición.
La verdad es que el director de la cárcel, Patricio Delgado, había dispuesto su “traslado inmediato” a la capital “por pedido del viceministro de Justicia”, había escrito un oficio a su colega de Quito, contándole lo peligrosos que son los shuar y los alcaldes de Pachakutik, y se había librado del problema antes de que la multitud que crecía a las puertas de la cárcel hiciera algo más que solo lanzar piedras.
Los teléfonos de Pepe Acacho, Francisco Shiki y Andrés Wisum no paran de sonar durante todo el trayecto. Llama gente de Macas y Sucúa queriendo saber en qué parte del camino están, a qué hora llegan, dónde han de recibirlos. Los dirigentes prodigan instrucciones en dos lenguas. De Taisha, un municipio en medio de la selva al que solo se accede por aire o río, no llama nadie porque hasta allá no llegan las señales de celular, pero ahí es donde más gente los espera. La comunidad shuar de Morona Santiago, movilizada, está de fiesta.
El primer comité de recepción aguarda en el límite provincial, sobre el puente del río Pastaza. Una patrulla que viene en sentido contrario gira en U y se coloca detrás del vehículo. Un kilómetro más allá, otra; y luego otra; también se unen a la comitiva dos camionetas que se encuentran estacionadas al borde de la carretera y que todos identifican como de “agentes de la PJ”. En la ciudad se sumarán motocicletas, carros antimotines y un helicóptero, mientras un pelotón resguarda cada oficina pública. En relación con su población y sus índices delictivos, Macas debe ser la ciudad mejor servida del país en lo que a fuerzas de seguridad se refiere.
En el puente sobre el río Upano, los líderes excarcelados y sus acompañantes abandonan el vehículo y suben a la paila de una camioneta que empieza a avanzar con dificultad entre la gente que ha salido a darles la bienvenida: unas cincuenta personas. Sin embargo, ya en la ciudad, la recepción no llega a ser lo multitudinaria que daban a entender las llamadas telefónicas. No más de 200 siguen a la camioneta gritando vivas a Pepe Acacho, “futuro presidente de la Conaie”, mientras la población mestiza, expectante, se asoma por puertas y ventanas.
En la plaza central han montado una tarima donde varios dirigentes toman el micrófono. El discurso de Acacho es la versión tremendista de los chistes que se contaban en el auto: habla de las lanzas envenenadas de Correa, de las malas traducciones y del tawasap del gobernador, cuya autoridad desconoce. Pide la renuncia del director de la cárcel, del presidente de la Corte Provincial y de otras autoridades del Estado. Y arenga. Porque un mitin político, entre los shuar, consiste en una sucesión de arengas en intensidad creciente hasta llegar a la catarsis: estamos aquí, nos vamos a oponer, lucharemos hasta la muerte. El pueblo que escucha espera precisamente eso y juzga a los oradores en función del ímpetu y la eficacia de sus proclamas.
En Sucúa, sede de la Federación Shuar, otro mitin ha sido preparado como preámbulo de la fiesta que se prolongará hasta el amanecer.
Aquí es donde Pepe Acacho comete el principal error de su jornada: decide no ir a Taisha, la parada más importante de la agenda. Solo Pedro Mashiant logra escabullirse de sus seguidores y subir a la avioneta de cinco plazas que lo lleva al otro lado de la cordillera del Cutucú. Lo acompañan la asambleísta Diana Atamaint y el presidente shuar Francisco Shiki.
A las 17:30, la pequeña aeronave aterriza frente a más de 2.000 personas llegadas de todos los rincones de la provincia, algunos de ellos a pie tras jornadas de un día o más de camino, y que esperan al borde de la pista lastrada. Si la dirigencia indígena, como dice el Gobierno, no representa a sus bases, aquí nadie se dio por enterado.
¿Qué tiene Taisha de especial? Más de un rasgo. Para empezar, uno de los cantones más grandes del país es también, quizá, el más patriota. Patriota en el sentido clásico. De aquí salieron la mayoría de combatientes shuar de la guerra del Cenepa, y la conciencia de ser los defensores de la frontera se ha integrado con perfecta naturalidad en la identidad de pueblo guerrero que heredaron de sus abuelos.
Esos ex combatientes hoy forman parte de las fuerzas Arutam, los tigres, que ofrecen seguridad a la dirigencia. En todos los actos y mítines se los puede ver, rigurosamente disciplinados, formando una barrera infranqueable con sus cuerpos y sus lanzas de chonta no envenenadas.
Al mismo tiempo, Taisha representa la esencia de la sociedad shuar actual en transición a la modernidad, contradictoria y conflictiva. Este centro urbano rodeado de fincas dedicadas a la ganadería y a la agricultura de autoconsumo es el fruto del primer gran desencuentro entre el Estado ecuatoriano y los pueblos de la selva tropical: las políticas del Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (Ierac), que desde los años 60 transformaron definitiva y arbitrariamente la estructura rural ecuatoriana. Pueblos de horticultura itinerante fueron obligados a registrar terrenos con un índice de ocupación no menor al 60 por ciento para obtener títulos de propiedad.
En la Amazonía, la única manera de lograr eso es sembrar pasto y criar ganado. Los nómadas se convirtieron en sedentarios, y de eso no hace más de dos generaciones.
Finalmente, y esto es lo más importante en la coyuntura política actual, Taisha se encuentra en el corazón del bloque 24 de explotación hidrocarburífera, donde la actividad está paralizada desde 1998 precisamente por la oposición de sus habitantes, la más tenaz y efectiva de la historia petrolera ecuatoriana.
Aquí llega Pedro Mashiant con el presidente de su Federación y con su asambleísta, y llegan también los principales dirigentes cantonales, provinciales e interprovinciales del pueblo shuar y de Pachakutik. Salvo Pepe Acacho no falta nadie. En el coliseo de Taisha, donde el símbolo de la anaconda convive con la estructura metálica y las paredes de cemento, arengan durante cinco horas, con mayor intensidad que en otros lados porque el pueblo así lo pide. Se entusiasman con los cánticos, los bailes y los saludos rituales. Más de una vez llegan a la catarsis, que renueva su determinación. Si a la oposición le falta osadía y arrojo, debiera venir a buscarla en Taisha.
Un grupo de mujeres achuar dedica a Mashiant el cántico del ujaj, que los antropólogos describen como aquel que se utiliza para acompañar la ceremonia de la tzanza (reducción de cabezas). Entre la cascada de palabras incomprensibles (difíciles de entender aun para los shuar, debido al acento gutural de sus primos hermanos), hay una que destaca nítidamente: “Rafael, Rafael, Rafael”. Dicen que estas mujeres se la pasaron cantando así desde que tomaron prisioneros a sus líderes.
Ahora los dirigentes shuar y achuar se han declarado en estado de emergencia, lo cual significa que consideran llegado el tiempo de reivindicar el derecho a la resistencia que garantiza la Constitución. Y que ninguna autoridad estatal, sea gobernador o teniente político, cuenta con su apoyo.
Los Arutam hablan de entrenarse para la autodefensa. Para ellos, el paro amazónico del 2009 y sus consecuencias hasta el día de hoy son un capítulo más de la historia de desencuentros con el Estado que se remontan a las leyes de reforma agraria y colonización; y Rafael Correa, a su pesar, es el nuevo rostro de lo que en su momento fueron las arbitrarias políticas del Ierac. Nadie piensa convertirlo en tzanza (eso ya no se hace), pero la canción se la dedican. Cada noche.
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Fuente: Diario el Expreso: http://www.diario-expreso.com/ediciones/2011/02/13/nacional/actualidad/un-canto-ritual-para-rafael-correa/
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