Siempre supo todo lo que acontecía en este país, pues daba las ordenes precisas para detener, torturar y asesinar. El dictador dictó. Y por eso lo celebraron los empresarios que se solazaron en la compra de un Chile barato y a precio de costo. Y por eso lo amaron los latifundistas que recuperaron a sangre y fuego la tierra entregada a campesinos y mapuches.
Lunes, 11 de diciembre de 2006.- Ni perdón ni olvido, porque aquel lejano martes de tardío otoño pervive en la memoria, en la piel y en las miradas de un pueblo que no se merecía tanto dolor. Es que nadie puede ni debe olvidar el cántico desesperado de los desaparecidos, arrimados, quien sabe, a la sombra de un tamarugo bregando por un rayo de sol. Y los militares saben donde están, conocen sus nombres y sus últimos suspiros. Ellos saben donde están, los generales saben, los almirantes saben.
Pinochet sabe, por ello es que no nos compadecemos de su agonía, ni nos conmiseramos con su suerte, ni nos acongojamos en su muerte. Lo único que nos duele es que el dictador no haya pasado ni un solo minuto en la cárcel y que se haya recurrido a todo tipo de subterfugios para eludir a la justicia. Justicia leve y tenue por lo demás, difuminándose en recursos de amparo, apelaciones y llantos de cobardía de aquel que no trepidó en matar y torturar, pero que a la hora de enfrentar la tibia y clemente justicia chilena, clamó impunidad y locura para refugiarse en la tranquilidad de su hogar.
Pero el sabe, siempre supo todo lo que acontecía en este país, pues daba las ordenes precisas para detener, torturar y asesinar. El dictador dictó. Y por eso lo celebraron los empresarios que se solazaron en la compra de un Chile barato y a precio de costo. Y por eso lo amaron los latifundistas que recuperaron a sangre y fuego la tierra entregada a campesinos y mapuches a través de la reforma agraria. Y por eso lo veneraron los banqueros que vendieron el país para que después la dictadura los premiara con el dinero de todos los chilenos. Y por eso la derecha le saludó incondicionalmente en sus días de oscura gloria.
Mas cuando se acabó la gloria, cuando lentamente se fue imponiendo la verdad de violaciones a los derechos humanos, todos le volvieron la espalda y el dictador se fue quedando solo en el marasmo de su senilidad. Sin embargo, siguió engañando, mintiendo, traicionando, como lo hizo desde siempre, pues no estaba tan senil después de todo. Y no estaba tan solo, después de todo, porque cada vez que enfrenta algún desafuero, algún juicio o algún supuesto problema de salud, asoman sus adláteres elogiando su obra.
Entonces nos hablan del crecimiento económico, de la modernización del país, de la inserción en el mercado mundial, de los tratados de libre comercio, de los indicadores macroeconómicos. Y desaparecen una vez más los desaparecidos, los asesinados, los torturados, los presos, entre los intersticios de un mercado omnipresente que horada el alma de un país herido. Como fue herido el once de septiembre de 1973 y todos lo días y todas las noches posteriores por la dictadura de un dictador que sabía, que siempre supo y que hoy, en el ocaso de la vida, se niega a reconocer su responsabilidad personal y política del terrorismo de Estado verificado en Chile por casi dos décadas. Pero no importa cuantas veces lo niegue, no importa que muera una y mil veces, el pueblo sabe, el mundo sabe de su cobardía y de la de todos aquellos que lo han protegido ayer y hoy.
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* Tito Tricot es Miembro del Consejo Periodístico de Azkintuwe, www.azkintuwe.org
Comentarios
Buenas madrugadas subcomandante Marcos
Dr. Tito Tricot
Cuando supe que el subcomandante Marcos había anunciado que dejó de existir, se me escarchó la garganta con una lluvia de estalactitas que me impidieron respirar. Fue como si una tormenta de sombras se tomara por asalto la apacible y antigua costumbre de deambular por los cerros del puerto. Sombras espesas eran; oscuras como el mar negro, el mar de las tinieblas terribles. Como el anuncio de Marcos que tomó a todos por sorpresa, dudando de la verdad de su palabra, aquella que admiramos por su diafanidad. El mismo lo anunció, porque los zapatistas decidieron que así fuera. Dicen que fue un invento de ellos y que después de 20 años ya no era necesario ese holograma rebelde. Y Marcos lo proclamó como sólo él sabe hacerlo: “Buenas noches, tardes, días en cualesquiera que sea su geografía, su tiempo y su modo. Buenas madrugadas, dijo en susurros para no espantar las luciérnagas que dormían a esa hora. Y dijo mucho más, porque los zapatistas son rebeldes de palabras, de selva y montaña. Puede que todo lo que despliegue en estas fugaces líneas tenga visos de lo común, pero, la verdad, no tengo otra manera de entristecerme con su no- inexistencia, que es una breve muerte o una larga vida, pero igual un golpe bajo. Para nosotros los mortales que quisimos ser zapatistas y nos quedamos en la historia como rodriguistas, que pareciera ser lo mismo, pero está muy lejos de ser igual. La contienda era quizás similar, porque como señala Marcos, se trata de resistencia: de confrontar a los de arriba. Por ello: “Contra la muerte, nosotros demandamos vida”, espeta. “Contra el silencio, exigimos la palabra y el respeto. Contra el olvido, la memoria. Contra la humillación y el desprecio, la dignidad. Contra la opresión, la rebeldía. Contra la esclavitud, la libertad. Contra la imposición, la democracia. Contra el crimen, la justicia”.
En esta hermosa lucha, preñada de ternura ¿quién no quisiera ser zapatista? ¿Quién no aspirara a ser Chiapas? ¿Quién no quisiera ser lacandon, tojolabal, tzeltal, tzotzil? Sospecho que muchos y muchas, que miles, que millones, tal vez. Nunca lo sabremos, porque para vestirse de dignidad se puede estar en cualquier parte del mundo y no sólo en la selva lacandona, eso lo saben muy bien los zapatistas que en la despedida de Marcos indicaron que “con el apoyo generoso e incondicional de gente buena de todo el mundo, se fue avanzando en la construcción aún inacabada, es cierto, pero ya definida de lo que somos”. Son mujeres y hombres de abajo que dijeron basta a aquello de observar a los de arriba mientras se solazan en la riqueza, y ellos bajoviven en la pobreza. Y a los de arriba poco o nada les importó un retazo de indios, despertándoles solamente algo de curiosidad que su vocero no fuera indígena, por eso –dice el ahora no-existente Marcos– los zapatistas decidieron crear a Marcos. Para que les prestaran atención. Empezó así, dice el subcomandante, “una compleja maniobra de distracción, un truco de magia terrible y maravillosa, una maliciosa jugada del corazón indígena que somos, la sabiduría indígena desafiaba a la modernidad en uno de sus bastiones: los medios de comunicación”. A esos medios colosales los confrontaron con una estrategia aún más colosal que los descolosó para siempre, porque por décadas buscaron al supte, sin entender que no era tal o que tal vez sí. Lo buscaron por mar y tierra y creyeron encontrarlo en todas partes, así de tanto en tanto le ponían nombre y apellido: que había nacido en tal o cual ciudad o pueblo, que enseñaba filosofía en una universidad. Y de tanto nombrarlo y de tanto encontrarlo, terminaron enmarañándose en su propia estupidez de blancos acostumbrados a signarlo todo, a saberlo todo, a criticar todo, a abominar de todo lo que no sea blanco. Evitan contemplarse en el espejo de la vida y ver reflejado ahí su mestizaje, que se parece tanto al indio que les espanta sentirse tierra, aunque sea en el efímero segundo de la silueta en el cristal.
De esta manera, mientras los políticos y los medios se distraían con Marcos, los zapatistas continuaban creciendo, aprendiendo, enseñando, compartiendo, solidarizando, construyendo el Buen Gobierno entre todos porque, dijo el subcomandante en su despedida: “es nuestra convicción y nuestra práctica que para rebelarse y luchar no son necesarios ni líderes ni caudillos ni mesías ni salvadores. Para luchar sólo se necesitan un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización”. Y, a ratos, un pasamontañas, o pasaselvas o pasabosques o pasacualquiercosa, porque la rebeldía no reconoce fronteras y si llegara a encontrarlas, las salta con su pasamontañas, o pasaselvas o pasabosques o pasacualquiercosa. Y Marcos no se sacó su pasamontañas para decir que “siendo las 0208 del 25 de mayo del 2014 en el frente de combate suroriental del EZLN, declaro que deja de existir el conocido como Subcomandante Insurgente Marcos, el autodenominado “subcomandante de acero inoxidable”. Entonces dejó de existir para seguir existiendo, y la garganta aún escarchada con una tormenta de estalactitas y un bosque de araucarias cordilleranas, araucarias mapuche, pues en su despedida Marcos recordó a Matías Catrileo, joven mapuche asesinado por la policía chilena. Rescató su memoria, cuando acá muchos optan por el olvido y la impunidad. Acaso por lo mismo, de pronto sin aviso alguno, se desbocaron las estalactitas y el hielo y pude decir con alegría: buenas madrugadas subcomandante Marcos.
Dr. Tito Tricot
Sociólogo
Director
Centro de Estudios de América Latina y el Caribe-CEALC
28 de mayo 2014
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