Por Gisella Evangelisti*
6 de julio.- La Unión Europea, con sus 28 estados y 500 millones de habitantes, que constituyen el mercado más grande del mundo, está pasando por una fuerte turbulencia.
La política de austeridad frente a la crisis financiera global que se arrastra desde el 2008, dictada por la Troika (BCE- Banco Central Europeo, FMI-Fondo Monetario Internacional, CE-Comisión Europea) y acordada en 2012 entre 25 de los 27 países europeos de ese entonces, que prevé drásticos recortes a los gastos públicos en los servicios básicos, para “estabilizar la economía y favorecer el crecimiento”, ha resultado en un rotundo fracaso. La economía sigue estancada, el desempleo se mantiene en un 12%, con un paro juvenil del 42% en los países del sur de Europa. Casi la mitad de los jóvenes viven en la precariedad e incertidumbre, sin poder realizar sus potencialidades. “Sé empresario de ti mismo”, se les dice, cuando la escuela casi siempre les ha acostumbrado a ser pasivos, o cuando la burocracia pone una cantidad de trabas a las pequeñas empresas.
A pesar de que desde tiempo hasta el mismo gobierno estadounidense alertara que esta receta era errada, y que en vez de restringir el crédito había que hacer circular más dinero, ahora finalmente esta evidencia se ha vuelto la verdad de Perogrullo. Si la gente golpeada por despidos, altos impuestos, desahucios, etc. no tiene dinero en el bolsillo, ¿cómo va a consumir favoreciendo el ciclo productivo? si los bancos restringen los créditos a las empresas, ¿cómo podrán invertir, innovar e impulsar el crecimiento económico? Este el circulo vicioso que se ha establecido.
¿Cómo se ha llegado a esta situación?
Hace sesenta años, de las ruinas de la segunda guerra mundial, desencadenada por Hitler y la rivalidad entre potencias europeas, algunos estadistas visionarios decidieron que había que construir en el continente un espacio libre de guerras, creando ocupación y bienestar para los ciudadanos. Por esto, había que favorecer la libre circulación de mercadurías, proteger la agricultura, financiar las áreas arretradas del continente. La asociación de los primeros seis países se fue gradualmente ampliando. En estas primeras décadas, hubo éxitos innegables. En la parte occidental de Europa que se reconocía en la alianza atlántica con Estados Unidos, la OTAN, la presencia de fuertes partidos comunistas, como en Francia e Italia, favoreció la aprobación de leyes sociales, (como la educación y salud gratuita para todos, el sistema de pensiones, etc,) para contener la influencia del “peligro comunista”, la Unión Soviética. Mientras tanto, USA y URSS se controlaban recíprocamente llenando sus arsenales de armas nucleares como deterrente.
Sucesivamente, la caída del muro de Berlín en 1989 desacreditó los modelos económicos socialistas, basados en una gran presencia del Estado en la vida productiva y social. La teoría liberal, que atribuye al mercado en sí mismo la capacidad de resolver todos los problemas económicos, propagada por Reagan, Bush y la Tatcher, ha prevalecido como “pensamiento único”. El Estado debe achicarse y vender sus empresas a los privados, ha sido el dogma a difundir por doquier.
Mientras tanto, la reunificación alemana salió cara pero resultó un éxito, y los países del Este mejoraron en algo sus economías. La adopción en 1999 de una moneda única, el euro, favoreció Alemania con sus exportaciones muy competitivas. Sin bajar los sueldos, en el país se ha logrado reducir el coste del trabajo con varias medidas, entre ellas el abaratamiento de las tarifas energéticas gracias al uso de las energías renovables.
El modelo neoliberal vino acompañado por la globalización de los mercados (¡se podían encontrar fresas todo el año en los supermercados!) y la división internacional del trabajo. La producción industrial era trasladada a los países emergentes, donde se podían pagar bajos sueldos sin preocuparse demasiado por los daños ambientales, mientras se reservaba la producción de alta tecnología y servicios a los países desarrollados.
Todo esto al comienzo pareció positivo a los economistas, produciendo, aunque en condiciones desiguales, una mayor circulación de bienes y dinero. Sin embargo, con el tiempo, la delocalización ha parado las fábricas occidentales y el desempleo ha comenzado a subir en los Estados Unidos y en Europa. Mientras en la China los trabajadores están pidiendo mejores salarios, en los países occidentales estos tienden a bajar, juntos con los beneficios sociales. Europa, que en el siglo pasado era sinónimo de producción de manufacturas de alta calidad, desde los tejidos a los autos, ahora ve disminuir constantemente la ocupación en la industria y la agricultura, manteniéndola principalmente en los servicios. Los países emergentes casi han alcanzado a los occidentales también en el campo de la alta tecnología y de los servicios, porque sus ingenieros, si tienen una buena educación, son capaces cuanto los americanos, franceses o alemanes.
Para enfrentar los daños de la crisis financiera global, Alemania difundió la práctica del rigor, o austeridad en el manejo de los presupuestos públicos, como única receta para la recuperación. Por supuesto, era justo recortar los despilfarros de la clase política, los sueldos exagerados de dirigentes públicos, llegar a la transparencia en las administraciones locales y en la ejecución de las obras públicas, sin embargo se hicieron recortes salvajes en sectores básicos como salud y educación, provocando despidos y sufrimiento. Millones de personas bajaron a protestar en las plazas de toda Europa, mientras se financiaban sin chistar a bancos que habían especulado (o engañado la gente con falsas promesas de ganancias), con tal que no se desmoronase el sistema bancario. Ahora, cualquier verdulera de la esquina en Madrid o cualquier camionero en Atenas tiene claro que la Unión Europea que se ha construido en estos años es más la Europa de los bancos y de la Troika (BCE, FMI, Comisión Europea) que de la gente.
"Ahora, cualquier verdulera de la esquina en Madrid o cualquier camionero en Atenas tiene claro que la Unión Europea que se ha construido en estos años es más la Europa de los bancos y de la Troika (BCE, FMI, Comisión Europea) que de la gente." |
El Banco Central Europeo, (a diferencia de la Federal Reserve de Estados Unidos, que puede decidir emitir moneda, provocar inflación y con esto, por ejemplo, favorecer las exportaciones en periodos de crisis), es un conjunto de bancos privados que puede prestar dinero a otros bancos privados en los diferentes países, pero no a los Estados, que entonces quedan expuestos a la especulación financiera. La Comisión Europea es una especie de Consejo de Ministros, nombrados y no elegidos, mientras el Parlamento, elegido, tiene escaso poder. Los ciudadanos y ciudadanas europeas, sienten entonces desde años que esta Europa de bancos y burócratas no les representa, pues toman decisiones importantes sobre su vida sin consultarles. Si esto es soportable en tiempos de vacas gordas, no le es en absoluto en tiempos de vacas flacas.
El triste caso de Grecia
Para poder entrar en la Unión Europea en 1981 el gobierno griego presentó cuentas falsas, (con obvio conocimiento de parte de los bancos alemanes) y sin embargo ha sido aceptado. Grecia, el país que había sido la cuna de los ideales de democracia, libertad, culto de la belleza, que se han vuelto patrimonio cultural del mundo occidental, con el paso del tiempo se había quedado a la cola de Europa, no desarrollando industrias propias y manteniendo una burocracia arretrada. Pero, en vez de ayudar a Grecia cuando hubiera sido posible con una cifra relativamente baja (12 mil millones de euros), la Unión Europea ha sometido Grecia a un plan feroz de rescate impuesto por el FMI. Los capitales griegos se escaparon a Suiza, y sigue muy difícil hacer pagar impuestos a los grandes patrimonios.
El hambre y la malnutrición infantil han aumentado a niveles intolerables, pues los millones de euros prestados por los socios europeos van a pagar, en su mayoría, las deudas griegas con estos acreedores. Ahora el dulce país griego de las 2000 islas es el fantasma de sí mismo, con millares de personas sin techo, y sin edad, que piden limosna en la calle, y son acosados por los neonazi de Alba Dorada, que quieren “hacer limpieza de mendigos e inmigrantes”. ¡Oops!, reconoció recientemente el FMI: no habíamos calculado bien el efecto de la austeridad en el crecimiento econonómico. Pero, seguir adelante con las privatizaciones y liberalizaciones, que favorecen grandes empresarios griegos o (¿casualmente?) alemanes. Las cuentas griegas, entre un rifirrafe y otro con la Troika, van mejorando, y esto parece ser lo único importante.
Los nacionalismos
En este clima de depresión y desconfianza están proliferando de nuevo los nacionalismos. Si la Unión Europea dicta recetas sin consultar sus pueblos, y el euro es una moneda que ha encarecido el coste de vida, y agravado la disparidad entre los prósperos estados del Norte Europa con los del Sur Europa, muchos piensan “¿Por qué no regresar a cuidar sobre todo nuestros intereses nacionales, por ejemplo produciendo nuestra propia moneda?” o “¿Para qué ayudar a los países del sur de Europa, que son unos perezosos y corruptos?”. Así vemos cómo los ideales colectivos de solidaridad, integración y democracia, pregonados por la Unión Europea, en los periodos de crisis pueden desteñirse y restringirse como un vestido mal lavado, frente al resurgir de los prejuicios; vemos como el próspero horizonte del futuro puede reducirse a la huerta bajo mi casa.
“La culpa de la crisis la tienen los que nos roban el trabajo, los inmigrantes”, afirma con decisión Luigi Salvini (supongo sin creérselo, pues su número es de apenas 5 millones sobre 60 millones de italianos) el líder del minúsculo pero virulento partido derechista de la Lega. Es un mecanismo cómodo y bien conocido, el de culpar a otros, de nuestros propios fracasos. Los inmigrantes, los “otros”, sobre todo los de cultura musulmana, se han vuelto el chivo expiatorio del desconcierto. Esto se está verificando también en países como Austria, Dinamarca o Suecia, que no tienen problemas de empleo, pero donde los partidos de extrema derecha afirman que es hora de defender la identidad local.
Tampoco es de sorprenderse que las recientes elecciones del parlamento europeo (donde ha votado solo el 43% de los que tienen derecho al voto) hayan penalizado los partidos tradicionales (como los conservadores del PPE y los socialistas) dando espacio a los movimientos de protesta anti austeridad y a los que quieren disgregar la Unión Europea.
A pesar de que los nacionalistas anti europeistas en total no lleguen al 25% del Parlamento (menos de un cuarto de los elegidos), es muy preocupante la irruencia en Francia de Marine Le Pen, triunfadora (con el 20% de los votos entre un 50% de votantes) con el Front Nacional, un partido de extrema derecha que ha puesto en las cuerdas el débil gobierno socialista de Hollande. Marine le Pen ha conquistado muchos electores suavizando los tonos exacerbados de su padre, un militar de extrema derecha que participó en las guerras coloniales contra la liberación de Argelia y Vietnam, es favorable a la pena de muerte, y odia los inmigrantes. Marine, en cambio, dice hablar en el interés de todos los franceses, defendiendo el welfare, la política de beneficios sociales para todos, quiere que la Francia regrese a su “grandeur”, su papel histórico importante (lo ha tenido en el bien y en el mal) y en cuanto a los inmigrantes, afirma que por supuesto no hay que dejarlos ahogar por centenares y miles en el Mediterráneo, sino hay que darles agua y víveres... con tal que se vayan a otro lado.
Lo que sorprende es que en los suburbios mestizos y abandonados de París, incluyendo los que fueron protagonistas de revueltas en 2005 protestando contra el racismo y la discriminación, como el distrito 93, ahora ven el triunfo de Le Pen, gracias al abstencionismo. Pues el gobierno de Hollande es visto como culpable de haber hecho la misma política de derecha, anti inmigratoria de Le Pen, considerándola “inevitable”, los habitantes de estos barrios habitados por africanos pobres no lo han votado. Sin calcular que si Le Pen llegará al gobierno en las próximas elecciones, para mayor inri quitará del todo las ayudas a los inmigrantes y terminará con las regularizaciones.
También en Gran Bretaña, que usa su moneda propia, ha triunfado un partido de derecha, el UKIP, (United Kingsdom Independence Party), que muchos definen como homófobo, misógino y racista, y que probablemente actuará para favorecer la salida del país de la Unión Europea. Su líder, Nigel Farage, es un gran comunicador, no precisamente un monaguillo. Ama fumar, beber, frecuentar strip tease, hacer dinero fácil jugando en bolsa, predicar una cosa y hacer otra.
“El partido que yo fundé en '93 se ha convertido en un “Frankestein”, acusa el profesor de Historia Alan Sked, refiriéndose a él. ¿Cómo quiere independizar de Europa el Reino Unido, estando en su Parlamento y cobrando por ello?
Escrúpulos moralistas, se dirá. Nigel Farage es muy divertido, y tiene, por ahora, muchos seguidores, que aprecian su descaro. Lo mismo hacían y hacen (aunque cada vez menos) muchos italianos con Berlusconi, el hombre que se había vuelto enormemente rico con artimañas, podía hacer y deshacer lo que le daba la gana, comprar parlamentarios y chicas a montones etc.: ¡cuántos lo envidiaban! Pero el declive ha llegado también para él. Caen poderosos e imperios, antes o después, mejor no olvidarlo.
Los movimientos de protesta
A pesar de que la gran mayoría de los escaños del nuevo Parlamento europeo siga en manos de los partidos tradicionales (Partido popular de centroderecha, y Socialistas de centro izquierda) han habido importantes novedades con la entrada en el Parlamento de movimientos que además de la protesta contra la austeridad, proponen “otra Europa” más democrática y atenta a los problemas de la gente, sobre todo el desempleo. Se trata de la Coalición de Izquierda Radical “Syriza”, ahora el primer partido en Grecia, con su carismático líder Alexis Tsipras, del “Movimiento Cinco Estrellas” del cómico italiano Beppe Grillo, y del español “Podemos”, de Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias, un joven proveniente del área de los Indignados, que había hecho una tesis de doctorado sobre la desobediencia civil, ha entrado sólo hace tres meses en la arena política, llegando a obtener más de 1.300.000 votos, el 8% de los votos españoles. En su plan, hay que poner al centro el conseguir “trabajo para todos”, asegurando una “renta de ciudadanía” cuando se ha perdido el trabajo, y la conservación del ambiente. Pablo Iglesias creció entre manifestaciones sindicales, viste camisas a cuadros y jeans, habla de forma moderada, al contrario que su colega inglés Farage. Pero el hombre que simboliza de manera más contundente el “Sí podemos”, en la política y en la vida, es el quinto europarlamentario de la agrupación, Pablo Echenique-Robba, un argentino que padece atrofia muscular espinal, va en silla de ruedas, pero esto no le ha impedido volverse un apreciado investigador físico teórico, casarse con una bella mujer, y ahora, gracias también a su humor y dominio escénico, llegar al Euro parlamento. #SinDudaSePuede, dice con razón en twitter, lograr pequeños y grandes objetivos.
En Italia se ha verificado un fenómeno insólito. En las últimas elecciones políticas del 2013, la sensación había sido la irrupción en la escena del Movimiento Cinco Estrellas, surgido casi de la nada, que en poco tiempo llegó a talonar el principal partido de centro izquierda PD-Partido Demócrata, pues supo agregar el descontento de la gente contra la casta política corrupta, devolviendo parte de los sueldos de sus parlamentarios al Estado, para dar buen ejemplo de sobriedad, y ensayando novedosas formas de participación política en la red. Sin embargo en la campaña electoral europea su líder Beppe Grillo exacerbó los tonos de la contienda, aumentando los insultos a sus adversarios políticos, sobre todo al joven Matteo Renzi, (38 años) que había sido nombrado premier sin pasar por las elecciones, pero que se había propuesto un audaz plan de reformas institucionales que esperaban desde décadas ser enfrentadas.
Grillo, que se imaginaba resultar ganador absoluto, logró, en cambio, conseguir apenas la mitad de los votos de Renzi, cuya efectividad es todavía por demostrar, pero que ha producido una benéfica renovación del cuadro político, aplicando la paridad de género en el gobierno (mitad hombres, mitad mujeres), dando espacio a jóvenes y mujeres muy preparados, (cinco mujeres han sido las más votadas en el Parlamento Europeo) y ha prometido concentrarse en buscar alternativas al desempleo.
El desafío es enorme, en cuanto el desempleo no afecta solo tal o cual país, sino es un problema estructural de la fase actual del capitalismo, que tiende a la concentración de la riqueza y a una desigualdad extrema, como documenta entre otros el libro del economista francés Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”.
Europa debe cambiar de rumbo, es la voz que surge de las plazas, de los movimientos alternativos, y de parte de los partidos tradicionales. Es el momento en que se unan esfuerzos entre varios países en investigación e inversión, como se hizo por ejemplo por construir el Airbus o financiar el programa espacial Ariane, pero esta vez manteniendo bien firmes los pies en la tierra. Una conversión energética desde los combustibles fósiles hacia las energías renovables, no solo sería necesaria para dar respiro al planeta, sino podría ser una alternativa capaz de crear centenares de millares de puestos de trabajo, como ha demostrado Alemania.
Mientras tanto, se está discutiendo a puertas cerradas, en un total secretismo, sin ser suficientemente debatida en la opinión pública europea, una propuesta de Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Unión Europea, que afectaría profundamente la vida de millones de ciudadanos y ciudadanas del continente: promete el oro y el moro, pero hay muchos motivos por creer que en vez que aliviar, podría agravar sus problemas.
¿Otra vez tomar decisiones importantes pasando sobre la cabeza de la ciudadanía? Antes de que sea demasiado tarde, vale la pena profundizar el asunto, (lo haremos en una próxima oportunidad) aprendiendo también de las experiencias latinoamericanas.
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*Gisella Evangelisti es escritora y antropóloga italiana. Nació en Cerdeña, Italia, estudió letras en Pisa, antropología en Lima y mediación de conflictos en Barcelona. Trabajó veinte años en la Cooperación Internacional en el Perú, como representante de oenegés italianas y consultora del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, en inglés) en países latinoamericanos. Es autora de la novela “Mariposas Rojas”.
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