Por Alberto Acosta*
“Cualquier cosa que sea contraria a la Naturaleza lo es también a la razón, y cualquier cosa que sea contraria a la razón es absurda”.
Baruch de Spinoza (1632-1677)
25 de setiembre, 2018.- En tierras renanas vuelve a debatirse intensamente sobre la vida y los derechos de propiedad. De los miles de personas movilizados —cada vez más— en Alemania para defender los restos de un bosque milenario, muchas quizá no saben o no recuerdan que un alemán, en 1842, en la misma Renania, reflexionó sobre las fronteras público-privadas teniendo la vida como objetivo fundamental. En varias entregas de la Rheinische Zeitung, entre octubre 25 y noviembre 3 de dicho año, Karl Marx discutió sobre los límites del derecho a la propiedad cuando colisiona con el derecho a existir, refiriéndose a la propiedad privada tal como se entiende a la propiedad burguesa; la que, según el propio Marx habría que diferenciarla de la propiedad individual.
En estos escritos Marx –sintonizándose con la inteligencia popular- puntualizaba que con “la recolección de ramajes y leña menuda no se separa nada de la propiedad: lo ya separado de la propiedad es ajeno a la misma… Quien recolecta ramajes se conforma con ejercitar una sentencia, aquella que la naturaleza misma de la propiedad dictó: sólo posees el árbol, pero el árbol ya no posee las ramas.” Su conclusión fue categórica, es hora de subordinar el interés particular en aras del interés colectivo.
En su “defensa de los ladrones de leña”, mientras la Asamblea renana debatía una ley para sancionarlos, Marx defendió firmemente el derecho a la vida tanto como a los medios que aseguran su existencia. Estos artículos periodísticos, relativamente poco conocidos, nutridos de debates parlamentarios “aburridos e insípidos” para el propio Marx, nos llevan a analizar cuán importantes son los bienes comunes o inapropiables, como anota Daniel Bensaïd; bienes que desde entonces ya eran presas de la voracidad del capital. La “acumulación originaria” de Marx, que “desempeña en economía política aproximadamente el mismo papel que el pecado original en la teología”, fue una precondición de la acumulación capitalista.
Luego vendría en una escala aún mayor el “acaparamiento de tierras” (Landnahme) de Rosa Luxemburg, realizada desde la usurpación de las riquezas de sociedades precapitalistas sobre todo vía dominación colonial. Hasta devenir en lo que David Harvey denominó la “acumulación por desposesión” al ampliarse cada vez más los ámbitos de mercantilización en todas las esferas imaginables e incluso inimaginables anteriormente; concepto ampliado aún más con la “acumulación extrahección” de Eduardo Gudynas, que abarca todas las actividades de apropiación de recursos naturales que se realizan con violencia, atropellando los Derechos Humanos y de la Naturaleza. Estas formas de acumulación se extienden por doquier mediante la creciente y masiva explotación de recursos naturales, mercantilizando toda expresión vital. Las tierras renanas no son ninguna excepción.
Basta ver, en estos días, el agujero más grande de Europa creado por la enorme mina de lignito cerca de Bonn y Colonia, cuya expansión está destruyendo pueblos enteros y amenaza con desaparecer el antiguo bosque de Hambach. Un bosque de 12.000 años, con árboles de 800 años y que alberga 142 especies protegidas, algunas en peligro de extinción. Ya sólo quedan unos 7 de los 60 kilómetros cuadrados originales…
Sin duda para los grupos de poder en Alemania es indiferente que la quema del lignito de la gigante mina de Harmbach exacerbe el calentamiento global, cause riesgos para la salud, así como disminuya y contamine las aguas subterráneas que sustentan el bosque y otros ecosistemas. Tampoco les conmueve la lucha de tantos jóvenes que han vivido en lo alto de los árboles buscando evitar su desaparición. Con un inusitado despliegue policial esos grupos han resuelto romper la resistencia para satisfacer sus necesidades energéticas, sus derechos de propiedad privada y la (sin)razón del sistema. Así, apropiación y destrucción se aceleran en el bosque Harmbach, y en el mundo entero.
Empero, ante circunstancias cambiantes y globalizadas, hoy urge impedir que se sigan desgajando bosques y mares por defender los intereses particulares del capital. El propio Marx, que hoy no podríamos considerarlo “ecologista” pues estaba imbuido del ideal de “progreso” propio de la Modernidad, habría condenado a esos “ladrones de bosques”. Y en ese sentido son cada vez más quienes se movilizan en defensa del bosque Harmbach; a la lucha de años de los jóvenes se suman muchos grupos de Alemania y sus afueras. La defensa del bosque de Harmbach trasciende fronteras. Ya es una referencia más de una larga acción de resistencias vivas por todas las esquinas del plaenta. Basta mencionar la actual lucha para proteger el TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure) en Bolivia, que concita un gran apoyo social en favor de las comunidades indígenas opuestas a la construcción de una carretera que será autopista para la llegada de los extractivismos.
El bien común de la Humanidad, la convivencia armónica con la Naturaleza y la solidaridad internacional marcan las fronteras de la dignidad. Fronteras que deben imponerse ante cualquier pretensión del capital de volver a la propia vida una propiedad privada más.-
Nota:
- Consultar su libro: “Contra el expolio de nuestras vidas – Una defensa del derecho a la soberanía energética, a la vivienda y a los bienes comunes”, errata naturae, Madrid, 2015.
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*Alberto Acosta es economista ecuatoriano. Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente. Ex-candidato a la Presidencia de la República del Ecuador.
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