La nueva Constitución le pondrá fin a la era neoliberal y deberá enfrentar los retos de un cambio cultural a nivel planetario pocas veces visto. Lo que nos congrega hoy no es seguir gritando aquello que deseamos derrotar, sino el diseño del camino futuro que plantearemos como alternativa. Y todos quienes estamos ahí seremos evaluados por la capacidad de acordarlo y el rigor con que lo llevemos a cabo. Sabemos que tenemos la obligación de reactualizar la democracia chilena. La estabilidad futura no es posible volviendo atrás.
Requerimos un nuevo pacto social y es cada vez más evidente que las grandes mayorías nacionales quieren vivirlo en paz. No marginando, sino incluyendo. Estamos cansados y nos urge encontrar en el otro un apoyo mas que una amenaza, porque todavía nos esperan enormes esfuerzos y dificultades por delante. La polarización no es una particularidad local. Se la ve en el mundo por doquier.
Lo que nos ha vuelto un punto de atención en la política internacional, es el camino que escogimos para darle solución. La Convención Constitucional nació como un esfuerzo de respuesta democrática a dicha tensión. Ése es precisamente su cometido: convertirse en un lugar de encuentro. En esta navegación difícil e incierta que nos aguarda, nos salvamos juntos, o nos hundimos por separado.
Por Patricio Fernández*
El Mostrador, 14 de diciembre, 2021.- Hay quienes dicen que, en la recta final de toda campaña, el botín se halla en el centro. Hoy cuesta definirlo, y sospecho que en nuestro caso hay algo más. Llevamos mucho tiempo en medio de la tormenta. Estamos cansados. Cargamos con demasiadas emociones acumuladas y añoramos calma.
Han sido años intensísimos. Terminamos el 2019 con un estallido social que remeció de distintas maneras al país completo. Nosotros sabemos de terremotos, y este fue de grado 9. Hubo noches en que el fuego cundió por todas partes, en la superficie y en los subterráneos, ciudadanos que saqueaban supermercados, mujeres que exigían el fin del patriarcado, colegiales reclamando el fin de la adultocracia; ejércitos hechizos combatiendo contra carabineros, día tras día, en la misma esquina; jóvenes que encontraron una razón de ser, enfermos desesperados, generaciones desatendidas, revolucionarios en busca del heroísmo perdido.
Una parte del cataclismo habitó entre las ruinas, mientras otra bailaba sobre ellas imaginando un porvenir magnífico. Convivieron el desconcierto y el miedo, con el encuentro, la fraternidad, los cabildos, lo nuevo. Hubo cientos de heridos durante la revuelta. Los cylones de las fuerzas especiales se consolidaron como un ejército enemigo. Casi siempre perseguían, pero vimos escenas en que huían de la turba. Durante semanas atacaron a los ojos. Los soñadores se mezclaron con los delincuentes y los que pelean por una comunidad más solidaria, con los que ya no creían en nada. Los muros se llenaron de grafitis coloridos y pop. A veces se leía: “Hasta que la dignidad se haga costumbre” o “No nos conocemos, pero nos necesitamos”. Otras: “Haga patria y mate a un Paco”. En ese tiempo hubo llantos de terror, de pena, de furia y de felicidad. Fiesta y angustia.
El estallido continuó latiendo en privado cuando nos encerró la pandemia. Su última manifestación masiva fue la marcha de las mujeres el 8 de marzo de 2020 y, una semana más tarde estábamos en cuarentena. Se impuso la enfermedad, las cifras diarias de muertos e infectados, el tiempo detenido adentro de nuestras casas, familias que por primera vez intimaron, parejas que no resistieron, niños sin amigos, amores virtuales, cesantía, ollas comunes; cayeron ministros, enloquecieron parientes, vimos médicos y enfermeras al borde del colapso, viejos que desaparecieron sin pena ni gloria, muertes y entierros solitarios. Muchos pequeños negocios no sobrevivieron. La peste terminó de jubilar a una generación completa. Agustín Squella, al comentar opiniones descabelladas, suele decir: “no debemos menospreciar los efectos de la pandemia”.
Hay una crisis migratoria en el norte, enfrentamientos en el sur, muchas armas dando vueltas y una delincuencia harto más violenta que la acostumbrada. En las redes se vive una confrontación permanente. No abunda el ánimo constructivo y encontrarle la razón a otro, salvo que sea para confirmar una imputación, parece un acto de debilidad. Vivimos tiempos recios.
Como si fuera poco, hasta aquí, la Convención ha sido vista como otro espacio más de litigios y de incertidumbres. Pero así como la candidatura de Gabriel Boric procuró salir de sus complicidades generacionales originarias para buscar otras, matizando certidumbres, acogiendo diferencias, experiencias, saberes, preocupaciones y temores, no solo para ganar la elección, sino también para construir gobernabilidad en los difíciles tiempos que se nos vienen por delante, la Convención, ya abocada a la discusión de normas constitucionales, vive un momento parecido.
Mientras las comisiones continúan recibiendo audiencias, cada convencional con sus asesores, por separado y al interior de sus respectivas bancadas, está trabajando en el contenido de la nueva Constitución. Entre los colectivos más cercanos cunde la intención de presentar normas en conjunto y, de manera informal, son muchos los constituyentes que intentan atravesar fronteras pidiendo opiniones o directamente apoyo para iniciativas propias. La conformación de los 2/3 necesarios para que una norma sea sancionada no se conseguirán siempre con los votos de un mismo sector, ni la ciudadanía parece dispuesta a aprobar una carta fundamental partisana. Basta ver los resultados de las últimas votaciones para concluirlo. El Colectivo Socialista, los INN y el FA son los llamados a articular esa supramayoría, procurando llegar lo más lejos posible hacia todos los bordes. En la etapa que ya comenzó, es bastante claro que son ellos los llamados a liderar. Esta semana, la moderación se impuso en dos oportunidades claras: quitándole su apoyo a una propuesta para constitucionalizar un proyecto de la campaña de Boric para bajar los sueldos públicos (asunto de ley) y en el debate sobre la consulta indígena al interior de los escaños reservados.
Hasta el momento han sido presentadas ocho iniciativas de normas por miembros de la Convención: sobre el derecho humano al agua, el acceso a técnicas de reproducción asistida, el derecho a la vida y el principio de primacía de la persona humana, para respetar la duración del mandato de las autoridades electas por votación popular, para proteger la salud de las personas en la ejecución de actividades económicas, para garantizar el derecho a una vida libre de violencia contra las mujeres, niñas y disidencias sexogenéricas, consagrar el derecho a una vivienda digna para los chilenos y una propuesta de todo el articulado para su capítulo 1, firmada por los siete miembros del colectivo del Apruebo, al que proponen titular Disposiciones Fundamentales, y que, según establecen en su texto justificatorio, “se inicia con una opción por la dignidad humana como valor superior del ordenamiento constitucional futuro de nuestro país”. Es decir, que aquí nadie es más que nadie.
Todas estas propuestas de normas constitucionales, junto a las demás que vayan presentándose en lo sucesivo acerca de los mismos temas y de los demás por abordar, deberán ser votadas en el pleno y, a continuación, aquellas aprobadas en general, susceptibles de indicaciones que serán votadas a su vez. Entre otras cosas, el período de instalación, durante el cual diseñamos los reglamentos que rigen nuestro funcionamiento actual, nos sirvió a muchos para conocer y comprender el procedimiento de confección de las leyes.
Lo que pocos saben o imaginan es que abundan quiénes están colaborando desde distintos lugares en este trabajo. Mientras los convencionales escuchamos a organizaciones de la sociedad civil y vamos mostrando nuestros pareceres en las preguntas que les hacemos, nuestros asesores directos, en su mayoría jóvenes, con la ayuda de académicos y estudiosos de muy distintas procedencias, avanzan en las primeras formulaciones normativas. Estoy seguro que hablo por prácticamente todos mis compañeros y compañeras si digo que más allá del trabajo al interior del edificio del Congreso, los encuentros y las reuniones con abogados expertos en las diversas áreas del saber constitucional se han ido multiplicando. De la exposición de sensibilidades y causas, estamos transitando a su traducción en artículos posibles y coherentes, que constitucionalicen dichas convicciones y deseos.
Ya no se trata de evidenciar la deuda, sino de construir la solución. Pasó el tiempo heroico y llegamos al de la escritura. No hay vuelta atrás. Los titulares de las transformaciones que llevaremos a cabo, están bastante claros: la nueva carta fundamental establecerá que Chile es un Estado Social de Derecho que se compromete a garantizar derechos sociales como la salud, la educación, las pensiones, la vivienda, la conectividad, sin necesariamente especificar el modo en que las políticas públicas se vean obligadas a conseguirlo; considerará, como haría cualquier Constitución moderna en occidente en tiempos de calentamiento global, los valores ecológicos como prioritarios; reconocerá la paridad y protegerá a las diversidades de género como una obligación insoslayable; redistribuirá el poder entre las instituciones de la república y el territorio de una manera nueva, reconociendo la facultad de cada región para tomar más decisiones en favor de su desarrollo particular; pasaremos a ser un estado plurinacional, que reconoce las culturas que habitan en su interior con un respeto hasta hoy desconocido, entre otras transformaciones. Ya durante las campañas para elegir a la Convención pudo verse que eran pocos quienes no apoyaran estos cambios y basta pasar un día en su interior para corroborar que son las grandes motivaciones presentes. La nueva Constitución le pondrá fin a la era neoliberal y deberá enfrentar los retos de un cambio cultural a nivel planetario pocas veces visto. Lo que nos congrega hoy no es seguir gritando aquello que deseamos derrotar, sino el diseño del camino futuro que plantearemos como alternativa. Y todos quienes estamos ahí seremos evaluados por la capacidad de acordarlo y el rigor con que lo llevemos a cabo.
El martes, constituyentes de derecha invitaron a Leopoldo López, líder de uno de los partidos de la oposición venezolana. Antes de su llegada, se vivieron momentos de agitación y copuchenteo. Algunos temían que hubiera grupos que lo recibieran con desprecios. Mal que mal, era evidente que su invitación tenía por objeto descalificar nuestro esfuerzo constituyente comparándolo con el venezolano. Fue lo que Leopoldo hizo de maneras claras y veladas cada vez que le pusieron un micrófono, obviando que, entre otras muchas diferencias con el acontecido en su país, acá el proceso se está llevando a cabo bajo un gobierno de derecha. El asunto es que nada raro sucedió y el dirigente de esa oposición que ha sido incapaz de generar la organización popular necesaria para contrarrestar los avances de Maduro, recorrió a paso raudo los pasillos que bordean el hemiciclo, seguido como una corte por Marcela Cubillos y otros convencionales poco amigos de la Convención. Como me comentó un colega: “Debiera preguntarnos a nosotros cómo derrocar dictadores, en lugar de venir a darnos lecciones”.
Sabemos que tenemos la obligación de reactualizar la democracia chilena. La estabilidad futura no es posible volviendo atrás. Requerimos un nuevo pacto social y es cada vez más evidente que las grandes mayorías nacionales quieren vivirlo en paz, no como una tabla rasa, no con desprecio ni con rabia ni como venganza, sino como progreso. No marginando, sino incluyendo. Estamos cansados y nos urge encontrar en el otro un apoyo mas que una amenaza, porque todavía nos esperan enormes esfuerzos y dificultades por delante. La polarización no es una particularidad local. Se la ve en el mundo por doquier. Lo que nos ha vuelto un punto de atención en la política internacional, es el camino que escogimos para darle solución. La Convención Constitucional nació como un esfuerzo de respuesta democrática a dicha tensión. Ése es precisamente su cometido: convertirse en un lugar de encuentro. En esta navegación difícil e incierta que nos aguarda, nos salvamos juntos, o nos hundimos por separado.
Y esa voluntad no debiera cambiar, gane quien gane las próximas elecciones.
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* Patricio Fernández es periodista y escritor. Convencional Constituyente por el Distrito 11.
Comentarios
¿Para qué celebrar más COP si
¿Para qué celebrar más COP si no sirven al propósito inicial? ninguna lo ha hecho, es más, después de la celebración de cada COP, habiendo Aplaudido los acuerdos firmados, se comprueba que surge el efecto contrario, incrementándose los grados de contaminación...estamos ante la cultura del bla bla bla...,pero con la necesidad de que se continúen celebrando.
Es cierto que no todo está perdido, pero con esa falta y falsa conciencia...¿a dónde vamos?
El uno por ciento más rico del mundo consume y emite más que la mitad más pobre de la humanidad. La contaminación está más que garantizada, porque esas masas sociales aspiran y corren para poder subirse al mismo tren y ritmo de vida que llevamos los países desarrollados y enriquecidos.
Queremos y exigimos un cambio sustancial, pero sin que seamos salpicados...pensemos, ¿Quiénes empujaron y obligaron para que se impusiera el transporte individual?...quién para imponer el uso del agua individual y sin límites...cómo derrochar billones incontables en publicidad, modas y cosmética...y apenas unos cuantos cientos de miles de euros en Educación, Sanidad e Investigación ...si pretendemos cambiar de sistema de vida para evitar naufragar, es inevitable que nos salpique...y mucho...sencillamente porque los principios de igualdad no se respetan en ningún estado, aunque lo tengan bien grabado en sus respectivas Constituciones; personas somos unos y personas somos otras...
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