La emergencia de los gobiernos progresistas alimentó esperanzas de una mejor vida para los pueblos de la región. Sin embargo, el progresismo no fue capaz de impulsar un proyecto de transformaciones y abrió camino a la derecha.
Por Aram Aharonian*
Estrategia.la, 13 de febrero, 2022.- Los dirigentes progresistas nos están demostrando que la única izquierda que hoy existe en América Latina y el Caribe es la del pueblo en la calle, exigiendo, presionando, por los cambios estructurales de nuestras sociedades. Si el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que firmó el presidente argentino Alberto Fernández y aplaudió el ex (¿y próximo) mandatario brasileño Lula da Silva es el camino del futuro, tenemos que ponernos a pensar en otro futuro, porque el “progresista” ya tiene delineado su camino de nuevas frustraciones.
Frente al desafío del acuerdo (sometimiento dirían algunos) con el FMI hay que ser claros y precisos. Se está a favor y se contribuye a su aprobación –como buenos cortesanos del poder- o se está en contra y se lucha para derrotarlo. En este sentido no caben posiciones ambiguas y mucho menos silencios.
Foto: @LuchoMacas/ Twitter
La Argentina no necesita realizar un brutal ajuste fiscal y comercial. Lo hace para honrar una deuda que fue tomada a espalda del pueblo, sin cumplir con los mandatos constitucionales (autorización previa por el Congreso y eso no pasó cuando se tomó el crédito con el FMI), incluso violentando el propio estatuto del FMI, que dice –en sus estatutos que no cumplen– que no se le puede prestar a un país en fuga de capitales.
Argentina es el único dentro de las mayores economías de América Latina que genera superávit de su balanza de pagos corriente (+ 0,9% del PBI), en tanto los “países modelo”, a los cuales plantea imitar el FMI, generan déficits en sus intercambios con el exterior (Brasil -0,7%, Chile: -2,4%, Perú: -2,7%, Colombia: -4,9%).
Y fue lo que hicieron. Es más, fue lo que propiciaron para endeudar a la Argentina y beneficiar a una minoría parásita y rentista como lo informó el mismo Banco Central.
Pero eso no es lo más importante: se está rediseñando la economía del país para beneficio del capital extranjero en desmedro de las riquezas naturales argentinas, de su población, de su trabajo, del presente y del futuro. Y ese nuevo diseño de un modelo extractivista, agropecuario-exportador que se impone, es para generar las divisas para pagar los servicios de la deuda externa, señala el economista Horacio Rovelli.
Foto: Estrategia.la
Al gobierno del “progresista” Alberto Fernández no se le dio siquiera en hacer propia a la idea de una auditoría integral de la deuda, que transparentara todo el proceso de endeudamiento y sus derivados. Todo quedó para discursos vacuos de ocasión, denuncias e investigaciones paralizadas, no poniéndose al descubierto en forma puntual responsabilidades, maniobras, ocultamientos y evasiones cambiarias e impositivas
Una auditoría que elevara sus conclusiones no solo al gobierno argentino sino a los distintos organismos multilaterales del sistema de Naciones Unidas y a los organismos regionales. Incluso, solicitar al Tribunal Internacional de La Haya una opinión consultiva sobre el tema, congelando toda negociación hasta que estas cuestiones preliminares estuviesen resueltas.
La teoría de lo posible
A quienes desde la supuesta izquierda critican el acuerdo con el FMI, se los acusa de estar haciéndole el juego a la derecha, quizá olvidando que si el Congreso aprueba el convenio ya no será el “acuerdo y préstamo a Macri” sino el “acuerdo y préstamo al gobierno peronista de Alberto Fernández”, un nuevo progresista. Es cuando muchos, para justificar el acuerdo, hablan nuevamente de coyuntura mundial, geopolítica y se encaraman en la teoría de lo posible.
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Lula, el probable próximo Presidente de Brasil, felicitó a Alberto Fernández por su acuerdo con el FMI, en momentos en que parecía que –después de dos décadas– había un reverdecer del progresismo y/o el izquierdismo, con el triunfo de Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile y las perspectivas de Gustavo Petro en Colombia ¿Una nueva etapa progresista en la región, junto a los gobiernos de tinte bolivariano, como los de Venezuela y Bolivia?
La emergencia de los gobiernos progresistas alimentó esperanzas de una mejor vida para los pueblos de la región. Sin embargo, las políticas adoptadas por sus gobernantes, más allá de diferencias nacionales, no lograron responder a las demandas de una ciudadanía que había sido duramente golpeada por el neoliberalismo. El progresismo no fue capaz de impulsar un proyecto de transformaciones y abrió camino a la derecha.
El principal error de los gobiernos progresistas, muchos de ellos asesorados por “expertos” de la decadente izquierda europea, fue mantener el modelo de crecimiento fundado en la explotación de recursos naturales que es precisamente el fundamento material del neoliberalismo. El progresismo renunció a la industrialización, obnubilado por los altos precios de las materias primas, y sobre todo porque aceptó la idea impuesta por el neoliberalismo dominante, que crecimiento y desarrollo son la misma cosa.
A diferencia de las izquierdas de los años sesenta, aceptó que nuestras economías fuesen proveedoras de materias primas y alimentos para la industrialización y urbanización china, manteniendo intocado el modelo productivo, inhibiendo la diversificación económica, lo que favoreció empleos precarios y bajos salarios.
Fue ese modelo productivo el que generó una particular alianza entre los gobiernos progresistas y las corporaciones transnacionales dedicadas a los agronegocios y al extractivismo, la que impidió que se realizaran reformas reales en los sistemas tributarios, fundamento indispensable para el mejoramiento en la distribución del ingreso, recuerda Roberto Pizarro.
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Vale recordar que el triunfo de los gobiernos progresistas tuvo gran apoyo de los movimientos indígenas, ecologistas y feministas, los que mostraron su presencia militante en los primeros años. Pero, con el correr del tiempo se desataron fuertes conflictos. Los gobiernos progresistas se caracterizaron por prácticas personalistas, clientelares, y en varios casos corruptas, generando el rechazó de vastos sectores de la sociedad, lo que fue capitalizado por la derecha.
Pocos lo dicen: las confusiones y desatinos de los gobernantes progresistas abrieron las puertas para el restablecimiento de las peores políticas neoliberales que, en definitiva, pagaron nuestros pueblos: hoy más de la mitad de los jóvenes latinoamericanos y caribeños viven en hogares donde reina la pobreza…
Al progresismo de hoy no le gusta la calle, no se siente cómodo. Para ellos son más confortables las negociaciones secretas, los conciliábulos elitescos, las negociaciones diplocomerciales de los chinos, las mediaciones de “amigos” como el papa Francisco, algún premio Nobel de Economía, y/o una serie de funcionarios del gobierno demócrata de Estados Unidos.
Y son estos funcionarios –ahora diz que progresistas– que festejan el acuerdo como hinchas del FMI, no de la Argentina y menos aún del futuro del país. Y lanzan su artillería mediática hablando de “consignas berretas propias de un infantilismo simplista” y olvidan cuatro décadas de connivencia y convivencia con una vida democrática formal, cuando cada uno de los gobiernos fueron “pagadores seriales”, al decir de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
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¿Por qué si la deuda pública de Estados Unidos en 2021 equivalía al 133 % de su PIB, la de Japón al 257 % y la de Argentina al 102.8 % el FMI no envía misiones trimestrales para auditar y corregir el desmanejo financiero de Washington y Tokio?, se pregunta Atilio Borón.
Numerosas misiones del FMI seguirán cayendo sobre la Argentina en los próximos meses, desentrañando la verdadera misión que el Fondo desempeña como instrumento de la política exterior de Estados Unidos. La deuda argentina –como muchas otras- es hija de un planteo estratégico que obvió discutir el carácter fraudulento del préstamo concedido, en abierta violación de sus propias normativas y del carácter supuestamente multilateral de la institución.
O sea, Donald Trump dio la orden para ayudar a la reelección del neoliberal Mauricio Macri, y fue obedientemente ejecutada por el Directorio del FMI, que o podía contradecir el mandato de su principal socio (o patrón).
El verso de los opinadores-repetidores de las derechas –no me atrevo a decir pensadores, que debe haberlos– es que el FMI es una institución “multilateral” y que representa a la “comunidad internacional” y por ello lo sensato es seguir los lineamientos y condicionamientos que dicte.
Al hablar sobre las alianzas internacionales de Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski señaló que “debe incluirse como parte del sistema estadounidense la red global de organizaciones especializadas, particularmente las instituciones financieras «internacionales». En realidad, son instituciones dominadas por EE. UU. surgidas de una propuesta de Washington en la célebre conferencia de Bretton Woods de 1944, cuyas consecuencias aún padecemos.
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El sociólogo y economista Jorge Elbaum recuerda que los condicionamientos externos coinciden con la extorsión judicial planteada desde adentro del país. El endeudamiento externo de la Argentina con el FMI fue promovido por los mismos sectores que se beneficiaron. Los amigos, socios y simpatizantes del macrismo le pidieron al expresidente que consiga los dólares para coronar la especulación financiera que habían llevado a cabo desde el 10 de septiembre de 2015.
El negocio les salió redondo: los grandes empresarios se quedaron con los dólares otorgados por el FMI y el pueblo argentino se quedó con la deuda. Y para que eso haya sido posible fue necesaria la complicidad de una Corte Suprema de Justicia instaurada para defender solo a los grupos más opulentos de la sociedad argentina.
Un sector del oficialista Frente de Todos creyó ingenuamente que el triunfo Joe Biden, un presidente opuesto a Donald Trump, iba a motivar concesiones a la Argentina, una ilusión basada en el desconocimiento de la lógica estructural del capitalismo neoliberal global y en los informes de los cortesanos argentinos ante Washington.
Altos funcionarios y embajadores son cómplices de que Argentina no logre despegar industrialmente y que sus fuerzas productivas –los trabajadores– no se asocien a un Estado activo capaz de dinamizar el desarrollo con formato inclusivo. Y se suman a las presiones para que no se diversifiquen los vínculos geopolíticos (con Rusia, China) y para que América Latina no se integre, dándole la espalda a quienes buscan un camino independiente del tutelaje de Washington y sus satélites.
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Más allá del acuerdo, todos son conscientes de que este modelo es inviable, pero desde el poder advierten de la gravedad de salirse del sistema, como si lo que se debiera mantener es esa enorme desigualdad social que sigue creciendo día a día, a la vera de un modelo que multiplicó varias veces no solo la pobreza y el hambre, sino también la deuda.
La presidencia argentina sabe que con este acuerdo se seguirán pagando todos los fraudes, las viejas y las nuevas, santificadas y legalizadas tras el acuerdo firmado por el gobierno de Alberto Fernández que, como anteriores gobiernos, apuesta al extractivismo y a conseguir dólares como fuera, dándole de comer a la deuda que engorda fondos especulativos, en desmedro de cualquier “estado de bienestar” que favorezca a las grandes mayorías.
Si el extractivismo es una lápida para los gobiernos progresistas, sus políticas respecto a poner todo el énfasis en “exportar para pagar” complementan sus debilidades estructurales e ideológicas.
Si el extractivismo es una lápida para los gobiernos progresistas, sus políticas respecto a poner todo el énfasis en “exportar para pagar” complementan sus debilidades estructurales e ideológicas. Es una de las expresiones más directas del modo de inserción que tenemos en el sistema capitalista mundial, señala Roberto Perdía. Esa reproducción de la sociedad de consumo introduce valores que atentan contra la autonomía, soberanía nacional y organización popular, añade.
Obviamente, por estos caminos se hace muy difícil poner en marcha procesos de liberación nacional y emancipación social, banderas que pareciera que el progresismo –al menos el argentino- abandonaron hace rato, sepultando la voluntad, la lucha y la mística revolucionarias de los 1970, cuando el pueblo fue el protagonista.
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Hay quienes afirman que el ciclo del progresismo está terminado. Quizá no sea así: lo que debe terminar es la política de enunciación superficial de consignas o críticas sin propuestas desde la oposición, y de “real politik” de resignación y frustración cuando se llega al gobierno.
Sin iniciativas de transformación productiva ni políticas sociales universales, ha puesto en evidencia que no cuenta con un proyecto propio. Más grave aún es que ha operado políticamente en las cúpulas, distanciándose de los movimientos sociales y de las bases.
Más allá de lo que decida el gobierno de Alberto Fernández, la sociedad argentina está llamada a defender sus condiciones de vida contra ajustes regresivos, pero también en relación a los argumentos “progresistas” que justifican, confunden y desmoralizan.
Y, cuando no existe un proyecto propio, con arraigo social efectivo, se termina durmiendo con el enemigo o en la corrupción. Por eso los invito a comenzar a pensar en el posfuturo. En la calle, codo a codo, somos muchos más que dos, diría don Mario Benedetti, que no se refería a los ministros argentinos actuales, pero es igual:
Ustedes, duros con nuestra gente, ¿Por qué con otros son tan serviles?
¡Cómo traicionan el patrimonio, mientras el gringo nos cobra el triple!
Cómo traicionan, usted y los otros, los adulones y los serviles.
Por eso digo, señor ministro, ¿De qué se ríe? ¿De qué se ríe?
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* Aram Aharonian es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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Publicado en Estrategia.la el 10 de febrero de 2022. Fuente: https://bit.ly/3oLRgjo
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