Por Adolfo Gilly
La Jornada, 26 de diciembre, 2018.- Una mañana de hace 25 años, el primero de enero de 1994, vimos aparecer en la televisión un espectáculo insólito: un ejército indígena, como brotado de las sombras de esa noche del nuevo año, estaba tomando la ciudad de San Cristóbal. Eran muchos, se veían muy pobres y estaban abriendo una nueva época en la historia de este país y de sus pueblos. Su nombre era y sigue siendo Ejército Zapatista de Liberación Nacional: EZLN.
Dijeron después quiénes eran y qué querían y se proponían, y desde entonces no han cesado de decir, desde la primera Declaración de la Selva Lacandona hasta la campaña presidencial de Marichuy y el Concejo Indígena de Gobierno.
Usaron entonces un lenguaje que hoy, un cuarto de siglo después, es bueno recordar. El primero de febrero de 1994, en una carta al Consejo 500 Años de Resistencia Indígena del estado de Guerrero, explicaron su existencia en lo que era un manifiesto en realidad dirigido al país entero. Su singular lenguaje aparecía alejado del discurso político convencional:
En nuestro corazón había tanto dolor, tanta era nuestra muerte y pena, que no cabía ya, hermanos, en este mundo que nuestros abuelos nos dieron para seguir viviendo y luchando. Tan grande era el dolor y la pena que no cabía ya en el corazón de unos cuantos, y se fue desbordando, y se fueron llenando otros corazones de dolor y de pena, y se llenaron los corazones de las más viejos y sabios de nuestros pueblos, y se llenaron los corazones de hombres y mujeres jóvenes, valientes todos ellos, y se llenaron los corazones de los niños, hasta de los más pequeños.
El discurso se dirigía después al pasado:
Hablamos con nosotros, miramos hacia dentro nuestro y miramos nuestra historia, vimos a nuestros más grandes padres sufrir y luchar, vimos a nuestros abuelos luchar, vimos a nuestros padres con la furia en las manos, vimos que no todo nos había sido quitado, que teníamos lo más valioso, lo que nos hacía vivir, (…) y volvió la dignidad a habitar en nuestro corazón, y fuimos nuevos todavía, y los muertos, nuestros muertos, vieron que éramos nuevos todavía y nos llamaron, otra vez, a la dignidad y a la lucha.
Esa voz continuó hablando entre la religión y el mito, la historia, el agravio y el orgullo, el ruego y la comunión:
Dejamos atrás nuestras tierras, nuestras casas están lejos, dejamos todo todos, nos quitamos la piel para vestirnos de guerra y muerte, para vivir morimos. Nada para nosotros, para todos todo, lo que es nuestro de por sí y de nuestros hijos. Todo dejamos todos nosotros.
Ahora nos quieren dejar solos, hermanos, quieren que nuestra muerte sea inútil, quieren que nuestra sangre sea olvidada entre las piedras y el estiércol, quieren que nuestra voz se apague, quieren que nuestro paso se vuelva otra vez lejano. (…)
No nos abandonen, no nos dejen morir solos, no dejen nuestra lucha en el vacío de los grandes señores. Hermanos, que nuestro camino sea el mismo para todos: libertad, democracia, justicia.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional celebra en estos días sus 25 años de vida. Además de su historia tiene su organización social, su lenguaje y su política.
Nada puede hacerse en Chiapas, en el vasto mundo de los pueblos indígenas y en el movimiento indígena nacional, como no sea indigenismo estatal de viejo cuño, sin tomar en cuenta su presencia, sin dialogar con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, su política y su historia, sus propuestas, su resistencia y su existencia.
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