Por Gisella Evangelisti*
26 de mayo, 2016.- “Las cosas serían diferentes si yo no fuera mujer”. Dilma Rousseff ha recientemente usado este argumento para denunciar en la ONU el intento de “golpe blanco” para destituirla. El maquillaje de las cuentas públicas que ha practicado, como otros presidentes, para minimizar el déficit, no daba para tanto, y ha sido un simple pretexto para eliminarla de la escena política: lo afirman prestigiosos juristas internacionales como Baltazar Garzón, un premio Nobel como Adolfo Pérez de Esquivel, 8000 juristas brasileños y gran parte de la prensa internacional, desde el “New York Times” y “The Guardian”, hasta “El País”. Dilma, la ex guerrillera que atacó bancos para luchar contra la dictadura y soportó tres años de cárcel inhumano, recibió la herencia de Lula y comenzó su gobierno con un 77% de aprobación, para bajar a lo largo de su turbulento segundo mandato, a solo un 8% de popularidad, parece ahora estar pagando más de la cuenta por errores propios y ajenos.
Dilma ha sido objeto de vulgaridades y expresiones sexistas, impensables si hubiera sido hombre. Foto: Lula Maques/Fotos Públicas
¿Cuánto ha influido el hecho que la presidenta es mujer?
Sucede, en todos los paralelos del mundo, que la tensión política pueda tener el efecto de resucitar (si alguna vez ha muerto) un adormilado sexismo que subyace, como bacterias intestinales, hasta en las sociedades más modernas. Así en Catalunya una digna alcaldesa puede ser invitada por un adversario político a “a lavar suelos”, en Italia el ex premier Berlusconi llevó a la política mujeres atractivas cuyas cualidades no tenían mucho que ver con la inteligencia. Y, como era de esperar en un país como Brasil donde se hacen concursos de “bundas” (el cuarto posterior) y donde se asesinan 13 mujeres al día, Dilma ha sido objeto de vulgaridades y expresiones sexistas, impensables si hubiera sido hombre. La prensa más difundida, como “Isto é”, “Veja”, “Epoca”, “La Folha de Sao Paulo”, y la TV Globo (un complejo oligopolio mediático en mano a 6 poderosas familias) se ha ensañado con ella, usando las definiciones más comunes cuando se quiere descalificar una mujer, como “histérica”, o “poco femenina”. “Erotícese presidenta”, era el consejo de algunos. En cambio, “Isto é” ha presentado como modelo de feminidad, siendo “Bella, recatada y del hogar” la joven esposa del vice presidente, Marcela Temer, una mujer que vive a la sombra de un marido poderoso 43 años mayor que ella, indagado por venta fraudulenta de etanol. (Y tiene nombre y apellido del marido tatuado en el cuello, algo que a muchos puede recordar los viejos tiempos en que una persona era propiedad de otra). ¿Es esto lo máximo a lo que puede aspirar una mujer? Obviamente ha habido reacciones indignadas, de mujeres y no, en la Red.
Es cierto, probablemente las cosas hubieran sido diferentes si Dilma fuese un hombre. Posiblemente la proverbial dureza de la presidenta (en su mandato se han alternado 86 ministros) y su escasa actitud hacia la negociación, que en cambio, ha caracterizado al carismático Lula, de ser hombre hubiera sido considerada un innegable sinónimo de liderazgo. Pero la polémica sexista es solo la decoración de la tarta, la modalidad de lucha, no lo sustantivo.
Como se recordará, Lula y sucesivamente Dilma, han dado un viraje a la estructura excluyente de la economía brasileña, utilizando las grandes ganancias obtenidas de la exportación de materias primas, beneficiada por el aumento del precio de las commodities, para estimular el consumo popular: han desarrollado programas como “Bolsa familia” disminuyendo al 82% el número de personas sub alimentadas, otros de vivienda, como “Minha casa‐ Minha vida” (para 10 millones de familias), y han abierto por primera vez las universidades a los hijos e hijas de los pobres. Antes de Lula había 2 millones de estudiantes en las universidades públicas, y en su salida, ya se contaban 8 millones, sobre todo de las clases más populares. Ha sido una época exaltante, en que un Brasil optimista se ha presentado como líder de países emergentes.
Sin embargo, la ralentización de la economía china y la crisis financiera mundial del 2008, con la bajada drástica del precio del petróleo y otras materias primas, juntos con algunas medidas económicas desacertadas, como el control artificial de los precios, han evidenciado los límites del modelo. Brasil tiene problemas estructurales, como la baja productividad, un sistema fiscal y burocrático engorroso, escasez de profesionales preparados y de inversiones, entre otros factores, y no ha logrado abrirse mayores espacios en el mercado internacional. Dilma ha reconocido que las medidas para estimular el crecimiento se han agotado. Además, se han mantenido viejos problemas, como la deforestación de la Amazonía, un programa de construcción de represas dañinas para el medio ambiente, o las masacres policiales de jóvenes afrobrasileños de las zonas marginales. En el 2013, los recortes a los beneficios sociales, que han provocado el aumento del precio de los transportes, justo mientras se gastaban cifras enormes para el Mundial, han llevado a millones de personas a protestar en la calle. Las manifestaciones del 2013 han marcado un punto de quiebre, con la gente manifestándose por el respeto a su derecho a una mejor educación, sanidad, trabajo. “Lo nuevo”, según la escritora Eliane Brum, ha irrumpido en el escenario público. Pues estos derechos, en un país de enormes desigualdades, para muchos eran nuevos.
“La gran transformación que se ha dado en Brasil no ha sido solo económica o social, sino se ha producido un aumento de la conciencia crítica: sin duda, un cambio cultural. Nada más será como antes”, opina Flavio Carvalho, un sociólogo brasileño, ex consultor de las Naciones Unidas, y coordinador del Colectivo Brasil-Catalunya.
Pero en 2014 ha aflorado un antiguo vicio relacionado al uso del poder, presente en Brasil como en muchos países del mundo: la corrupción. Destapando el caso “Lava Jato” (Lava Auto- porque comenzó investigando una gasolinera), el poder judicial ha puesto al descubierto una compleja trama de corrupción, ligada a la petrolera estatal Petrobras. ¿De qué se trata?
Empresas como la constructora Odebrecht sobornaban funcionarios de Petrobras (inicialmente se indagaron a los del Partido de los Trabajadores (PT), después a los representantes de otros partidos de derecha) para obtener contratos, y se auto‐compensaban aumentando artificialmente los costes, de manera que la ciudadanía perdió al menos 10 billones de dólares. El exitoso Marcelo Odebrecht ha terminado en la cárcel, con una condena de 19 años de prisión, seguido por otros famosos empresarios.
Marcelo Odebrecht fue condenado a 19 años de prisión por el escándalo de corrupción de Petrobras. Foto: focusecuador.net
Las ganancias de Petrobras no solamente han servido, por vías tortuosas, para financiar campañas políticas del PT, sino que han llegado a los bolsillos de políticos relevantes de la derecha. Uno de ellos es el mismo (ahora ex) presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, que además de permitirse noches de 6000 euros en un hotel de lujo en Dubai, maniobraba los votos de 100 diputados. Que los políticos brasileños no sean ejemplares servidores de la patria y del bien común, sino se dejen comprar con facilidad, está más que evidente: 273 de los 513 diputados del Congreso, (o sea el 60% de ellos), tienen o han tenido cuentas pendientes con la justicia. En cambio, está probado que Dilma Roussef, que defendió el trabajo de los jueces, no se ha llevado un centavo de Petrobras; sin embargo, habiéndola supervisado en calidad de Ministra de Energía o como presidenta del Consejo de Administración, difícilmente puede defenderse con un “yo no sé nada”.
Al destaparse los escándalos, que involucraban sea a políticos del PT o de la derecha, frente al desconcierto y la rabia de la población, unos avispados políticos corruptos de la derecha, el primero entre ellos Eduardo Cunha, el presidente del Congreso, pensaron que había que aprovechar el momento para pedir la destitución de Dilma, (con el pretexto de las cuentas públicas “trucadas”), esperando que en la enorme polvareda que hubiera sublevado este proceso, la gente ya no se fijara en sus cargos de corrupción y la operación judicial “Lava Jato” terminara en el olvido.
La presidenta comenzó a denunciar que contra ella se estaba armando un golpe blanco: qué exageración, replicaban sus opositores. Sin embargo una conversación de 75 minutos entre Romero Jucá, el nuevo ministro de Planificación, y un ejecutivo de Petrobras, Sergio Machado, (los dos investigados por LavaJato), que se realizó en las semanas anteriores al proceso de destitución (y revelada el 23 de mayo por “La Folha de Sao Paulo”), comprueba que la conjura era real. De hecho, los dos personajes hablan claramente de un “pacto nacional” para destituir a Dilma, a realizarse entre políticos, militares, y la Corte Suprema de Justicia, para distraer la atención públicas sobre los escándalos. O sea, los corruptos se disfrazaban de virtuosos moralizadores y pasaban de la defensiva al ataque, sin necesidad de usar tanques, más bien recorriendo a campañas mediáticas.
Michel Temer pasó de aliado a opositor. Foto: Telesur
Así, mientras los mercados financieros, los empresarios descontentos de la FIESP (del estado de Sao Paulo) y la mayoría de los medios venían denigrando cualquier iniciativa de la presidenta, se llegó al fatídico 17 de abril, día de la votación en el Congreso en pro o contra de su suspensión. Eran necesarios 2/3 partes de votos en contra, y fueron superadas. Pero no fue una batalla civil. Los diputados dieron una pésima imagen de sí al mundo. Hubo quien dedicó su voto a su abuela o su tía, a Dios, a los masones o contra el comunismo, quien piropeó ruidosamente a las diputadas que votaban contra Dilma, e insultó aún más ruidosamente a las diputadas favorables. (Hay que mencionar que las diputadas son solo el 10% del total de congresistas, cuando en el país las mujeres son el 51% de la población). Jair Bolsonero, un nostálgico de la dictadura, dedicó su voto al militar torturador de Dilma. Fue un día de triunfo para sus opositores. Michel Temer, el discreto vicepresidente anteriormente aliado y finalmente adversario de Dilma, que se había quejado una vez por ser puramente decorativo en su mandato, lucía una sonrisa descomunal. ¡Por fin! El señor tan educado y razonable, definido por un diputado de Bahia como el “típico mayordomo de una película de terror” por su ambigüedad, finalmente podía ocupar el sillón presidencial sin tener que pasar por fastidiosas elecciones.
Y ya en la primera semana de su mandato interino dio a entender cuál era su concepto de poder, nombrando como ministros a varios políticos involucrados en los escándalos, hasta el famoso André Moura, el “corruptísimo”, indagado también por un homicidio, y como Ministro de Justicia a Alexander Moraes, secretario de Seguridad en Sao Paulo, donde ha aumentado a 70% el número de manifestantes negros muertos. Y ha tomado a continuación estas “ejemplares” medidas: parar la demarcación de tierras indígenas, bloquear la construcción de casas populares, poner en venta aeropuertos y servicios públicos rentables, abolir los ministerios relativos a los Servicios Sociales, los Derechos Humanos, la Mujer, la Cultura. Con el objetivo de mantener a los indígenas arrinconados, las mujeres en la cocina, los derechos humanos al trastero, los artistas callados. Que regresaran a su isla caribeña los médicos cubanos contratados para curar la gente en las zonas rurales más alejadas, donde nunca habían visto un doctor. Todos fuera. Ah, dulcis in fundo: suavizar el término “Esclavitud”, ergo, permitir condiciones de trabajo “esclavizantes” sin tener que demonizarlas, ¿no es cierto?
Objetivo final no declarado de la nueva presidencia, retomar el control de los recursos del inmenso país, a saber: el “presal”, o sea las reservas de petróleo submarino; las tierras (sin tener que negociar con indígenas o los campesinos del MST‐Movimento dos Sem Terra); la Amazonia (para seguir deforestándola a todo dar); el agua (el enorme Acuífero Guaraní, 1.200.000 km bajo las tierras de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, frente a la perspectiva de mayores sequías en el planeta en los próximos 20 años). Todos estos bienes deben ser manejados por el capital internacional, aliado con los negocios privados de la élite de siempre. ¿Está claro?
¿Alguien siente escalofríos frente a este intento de regresar al “viejo” Brasil donde las jerarquías sociales y raciales eran tan rígidas y fuertes? No son pocos, al parecer, si la casa del neo presidente en Sao Paulo ha sido protegida con una barricada por la policia por temor a manifestaciones violentas en su contra. Pero nadie atacó esa casa.
Según un reciente sondeo, Temer tiene solo el 2% de aprobación, y un 60% de ciudadanos y ciudadanas en contra, mientras el 62% quisiera nuevas elecciones, en las élites tienen pavor, por si acaso regrese Lula o salga elegida Marina Silva, la evangélica ambientalista.
Foto: @MidiaNINJA
“He podido ver en estos eventos la faceta perversa de mi país”, afirma con tristeza Maria Araujo, una artista de Salvador de Bahia educadora de “meninos de rua”, los niños de la calle. “Hay gente que no soporta que los que eran pobres puedan viajar, ir a un centro comercial, estudiar. Muchos están molestos que en los últimos 14 años 40 millones de compatriotas hayan salido de la pobreza absoluta, y que la universidad se haya vuelto más accesible también a los hijos e hijas de pobres. O que a las empleadas se les deba pagar más decentemente. Quieren de todos modos volver a dominar el país. Pero, hay que ver si lo lograrán. La derecha rancia de Cunha o Temer es aún más impopular que Dilma. La ciudadanía debe seguir luchando contra la corrupción, sea de quien sea, y por sus derechos. Nada nos cae del cielo, como un regalo. Pero somos un pueblo de jóvenes. Debemos tratar de reinventar nuestro país”.
Ya, la corrupción. “Quien pacta con el diablo, deber recordar que el diablo le pedirá cuenta”, recuerda Frei Betto, el dominicano que colaboró con el gobierno de Lula en el programa “Hambre cero”. En el ejercicio del poder es fácil caer en la tentación de la corrupción. “Difícil decir que la corrupción ha aumentado últimamente, siempre la hemos tenido”, afirma Flavio Carvalho. “Lo que pasa es que ha cambiado la percepción social, la gente está más atenta al problema, las operaciones policiales han aumentado, y consecuentemente, las condenas a los políticos de todos los colores y los grandes empresarios.
“Ha sido terrible lo que ha pasado, por cierto”, sigue el sociólogo, concluyendo un debate en el Colegio de Periodistas de Barcelona. “Muchos de mis parientes, amigos o compañeros han caído en una rabia desesperada. Dilma será destituida por un senado también corrupto que no nos representa, pero creo que la gente tiene todavía alguna posibilidad, en las próximas elecciones, con mucho más votos y un programa más radical. Ha habido 54 millones de personas que han creído posible seguir mejorando la sociedad brasileña. Estas personas siguen allí, machacadas, pero vivas, con más capacidad y voluntad de reivindicación, creo yo. Y aún más esperanza. Esto es muy típico de mi pueblo. La sociedad brasileña necesita más que nunca seguir su proceso de crecimiento moral cultural, económico. Es un estado que busca su proyecto nacional (o nación de naciones). No es cuestión de defender a toda costa a Lula o Dilma, al contrario, creo que la política económica de Dilma ha sido cuestionable, pero la felicito por las políticas sociales y culturales. Lo que no me gusta es la idea de los “salvadores de la patria”. La democracia, y un país crecen, cuando desde abajo la gente sabe defender sus conquistas, exige transparencia a las instituciones, participa y crea movimientos de base, como el 15M en España, o como fue con Lula en los años Ochenta, cuando yo también me involucré en la fundación del PT”.
¿Y ahora? Cada día los periódicos dan noticias de turbulencias. Tuvieron que dimitir dos personajes de primera plana, Eduardo Cunha, y Romero Jucá, cuando se descubrieron sus tramas, mientras la indignación popular está organizando la resistencia de dos frentes: “Pueblo Sin Miedo” y “Brasil Popular”, uno cercano al PT, otro opositor, pero que rechaza la trama que ha llevado al golpe. Se está reorganizando el MST (el Movimiento de los Sin Tierra) y el MTST (Movimiento de Trabajadores Sin Techo), la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil, el movimiento feminista y contra la homofobia. Se prevén acciones de desobediencia civil de largo alcance.
Brasil está que arde, y busca su camino.
Está cayendo la noche en la playa de Ipanema, en la parte sur de Rio de Janeiro, cerca de la montañitas del Pan de Azúcar que parecen lanzadas al lado del mar por algún dios juguetón. Zezinho Duarte, basurero municipal, un afrobrasileño de pelo a lo Bob Marley prepara como siempre su cama en la playa. Bueno, cama es un decir. Tiene una sutil colchoneta que a duras penas logra aislarlo de la humedad de la arena. Pero no está solo. Hay una buena turma de amigos por allí. Cada veinte metros, en tiendas montadas a lado de los quioscos de fritangas o leche de coco, descansan de noche Eliane, Jefferson, Joao, Edivaldo, Jobson, Rita, que de día son vendedores ambulantes, limpiadoras, recicladores de botellas de plástico. Pero de noche, cuando se pone el sol, puede volverse poetas, músicos, filósofos. Basta una guitarra, y una cerveza geladinha, para relajar músculos y pensamientos. Sus ganancias no llegan a 900 reales (250 dólares al mes), y con la especulación por los Mundiales, ni hablar de poder alquilar un depa en el centro. También los pasajes hacia la periferia se han triplicado en unos años. En fin, mejor dormir directamente en la playa. La policía no les molesta, con tal que se vayan antes de que lleguen los turistas. Tudo bom entonces, todo bien. O casi. Esta noche hay cierta tristeza en el aire, aunque el sol que se pone luzca colores fantásticos. Eliane y Jefferson no quieren hablar de política, porque duele demasiado. Como se estaba bien con Lula, dicen. Es Dilma que lo arruinó. Que si, que no. Pero ese Temer es un descarado. Un traidor. Y el mosquito zika, nos faltaba eso. Dicen que los americanos van a prohibir las Olimpiadas, si no limpiamos todo con lejía. Dicen que los deportivos llegan con vestidos que ya incorporan repelentes, como los marcianos. Risas.
¿No será que tendremos que jugar otra vez con los alemanes, que nos dieron una paliza de goles en el Mundial? Ay noooooooo. Finge llorar Jobson. Se levantan las geladinhas. Salud. Un largo silencio, y después. ¿Y ahora, qué cambiará para nosotros? Los policías nos botarán de aquí, si sacan Dilma del Palacio? Anoche vinieron unos borrachos pitucos a orinar sobre nuestras carpas, no se han dado cuenta? Dicen que somos basura social. Otro silencio, más pesado. Al contrario, somos recicladores ecológicos y sostenibles, aunque no tengamos donde colgar el diploma, ríe Edivaldo. ¿Ey turma, por qué no nos damos un chapuzón, antes de que no veamos donde ponemos pie? Propone Zezinho. En fin, el mar es gratis. Todavía. O quizás lo privatizarán. Pero mañana, si alguien nos viene a quitar la carpa, nos defenderemos. Es nuestra casa. Todo lo que tenemos. |
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*Gisella Evangelisti, es escritora y antropóloga italiana, autora de la novela “Mariposas Rojas”.
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