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Mamá Mavila, relato sobre la madre de Pedro Castillo

Fuente de la imagen: Twitter

Servindi, 30 de diciembre, 2022.- Compartimos un relato sobre Mamá Mavila Terrones, madre de Pedro Castillo Terrones, en el que José Luis Aliaga Pereira nos demuestra su capacidad para adentrarse en el mundo interior de un personaje del campo cajamarquino.

El relato conmueve porque escarba sentimientos insondables en un contexto oscuro que envuelve como si fuera una pesadilla inagotable porque no hay un despertar que la interrumpa, pues se trata de una realidad inexplicable, dura, pétrea como el hielo.

 

Mamá Mavila

Por José Luis Aliaga Pereira*

Hacía cinco años que había participado en los días de lucha, el 2017 y 2018. La tierra, tranquila, armónica, como siempre, donaba sus savias a los árboles. Empozada quedó la tristeza en los ojos de los que riegan el campo, la humillación sembrada por los poderosos que no le perdonaron su atrevimiento, el oponerse a continuar con el sometimiento a sus grandes intereses. No, la vida pasada no era todavía recuerdo. Lo que estaban viviendo era una verdadera pesadilla. ¿Cómo se puede pasar tan rápido de la felicidad a la tristeza cuando compruebas que no era verdad que el clausurar una meta trae todo lo bueno? Arriba, en donde se supone debería ser de lo mejor, se pudre lo malo. El odio, la ambición y el poder domina espíritus mediocres que no piensan más que en su comodidad a pesar que de sus labios brotan palabras hermosas como justicia, igualdad y paz.

En el crepúsculo de los días, cuando se esperaba la lluvia, toda la familia se reunía en medio de su patio grande, sentados sobre sus nueve banquitos de madera hechos por ellos mismos, unos mejor terminados que otros porque el padre enseñaba así y dejaba los acabados a cada uno de sus hijos. Eran tiempos diferentes porque por estos días no solo había invadido la pena, sino también el cielo había dejado de llorar habiendo tantos motivos para hacerlo: las chacras esperaban el llanto natural de un invierno que ya no es tal. 

Todo cambió cuando el hijo llegó a ser la primera autoridad del país; parecía que iría todo sobre ruedas. No fue así.

Una calma incomprensible invadía el mundo y la casita serrana de Puña (Chota) no era la excepción. Mamá Mavila parecía ser la única que se daba cuenta de todo, así lo percibía o, quizas, el resto disimulaba muy bien su pena. No hay dolor ni días de gozo que duren cien años. Todo cambió cuando el hijo llegó a ser la primera autoridad del país; parecía que iría todo sobre ruedas. No fue así. Doña Mavila escuchaba, ensimismada, su voz interior, que llegaba tenue pero abrigadora y ningún fastidio capturaba su alma. Vendrán días mejores a pesar que el hijo esté pasando graves penurias. Ese fue su destino, para eso vino al mundo. La fuerza del tiempo había secado su rostro; habituada a su propio silencio, contemplaba serena a su compañero quien, con su seriedad que no podía ocultar su preocupación, quería hacerle creer que nada pasaba y que la familia, los nietos y la nuera estaban siendo, aunque lejos, en otro país, bien tratados, luego de huir de la furia de los que no soportan la dignidad de un campesino, la dignidad de una tierra cultivaba con amor, ¡recíproca! Doña Mavila fue siempre la primera en ingresar a la casita de adobe y su cabeza, de tanto en tanto, aparecía por la ventana, esperando lleguen noticias buenas.
 

Foto: Hugo Curotto / @photo.gec)

Recuerdo cómo regresaban de la escuela alegres, el hijo y la nuera, ¡profesores!, y empezaban a labrar la tierra, junto al resto de vástagos, sin preguntar qué habían preparado de almuerzo. Llenaron de alegría y color el campo. No había diferencia de sexo cuando de trabajar en la chacra se trataba. Igual sucedió cuando levantaron la casa nueva sobre el terreno que los padres muy gustosos obsequiaron a la pareja. Los vecinos también metían la mano, ayudaban. El día en que la esposa, la nuera, llegó, como si hubiera nacido allí, se integró  como una más de la familia; su diligencia en el trabajo, su entrega a los quehaceres de la casa despertaba admiración en todos los vecinos. Verlos reunidos, sus días parecían días de fiesta; mucho más cuando sacaban ponchos y pañolones y los tendían sobre la grama arisca para almorzar. Mamá Mavila los miraba feliz. Hablaban muy poco, como si para entenderse les bastaran sus sonrisas. 

Así eran sus días. Los nietos crecían brillantes, fornidos y cantaban cuál pajaritos al aclarar o anochecer el día. 

Fueron mejores los momentos de lucha, y mucho más, después, narrados por los labios del luchador social, del dirigente sindical. Anécdotas de batallas que hoy se libran en las calles de la capital y que el pueblo, en su momento, los sabrá contar. 

Cuando llegó la noticia del triunfo electoral, a doña Mavila le dolió el pecho

Cuando llegó la noticia del triunfo electoral, a doña Mavila le dolió el pecho. Un presentimiento ingresó a su cuerpo cual filudo cuchillo. No se equivocó. Alegría, tristeza; tristeza y alegría. Ha llorado mucho cuando vió y escuchó, por las redes sociales, a su hijo solicitar, ante un arrogante juez, un teléfono, desde donde se encontraba encerrado, para comunicarse con sus padres, con su esposa e hijos quienes conocen que él no tocaría nada ajeno; menos de su pueblo querido.

Mientras felones en palacio de gobierno afilan cuchillos, en las calles de Lima, crece la indignación; la lucha enardecida de una muchedumbre que lo ha comprendido todo.

En tierra cajamarquina, mamá Mavila, no se pregunta nada, ni tampoco responde a pregunta alguna. De vez en cuando aparece su cabeza cana por la ventana de la casa. Se lo nota serena. Su mirada larga, esperanzada, nos dice que no todo está perdido, que algo ha cambiado a pesar de lo sucedido.

Nubes negras pasan y repasan los cielos; parecen estar atónitas: ¡no derraman una gota!, a pesar que saben que nada es nuevo bajo su mirada; quizás conocen el día y la hora en que se llenará de Pedros y sonrisas la mamapacha.

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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendin, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendín, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».

 

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