Servindi, 11 de diciembre, 2022.- Compartimos “La espada” un breve relato de nuestro amigo y colaborador José Luis Aliaga Pereira sobre cómo se dirimían las infidelidades en el pasado.
El texto grafica cómo se incuba la violencia de género en un sentido común patriarcal que ha echado raíces en algunas creencias populares que felizmente están siendo superadas aunque no tan rápido como es deseable.
La espada
Por José Luis Aliaga Pereira*
Me contó mi amigo Belermino, quien está próximo a cumplir, el 12 de diciembre de 2022, 88 abriles. "Tenía cuatro años de edad y me acuerdo todo muy claro —me dijo sosteniendo su bastón de madera color amarillo, como queriendo darle vuelta, agarrándolo de la parte baja—. Escuchaba la conversación de los mayores en casa y en el barrio. Ya estaban hartos. Tenemos que hacer algo, dijieron. En nuestras narices lo hace. Ya no tiene vergüenza".
En esos momentos los gallos de don Belermino comenzaron a cantar como si se hubiesen puesto de acuerdo. Él es aficionado a los de pelea; así que tuvimos que hacer un paréntesis en la conversación hasta que se calmen los ajisecos y el resto de ariscos.
"Aquella mañana —continuó don Belermino—, en lugar de darle el beso de despedida en la boca, le dió en la mejilla. Su compañera ni se inmutó. El la observó como nunca y reprimió sentimientos y preguntas que apretaban su pecho. Sabía que ese era el último beso; por eso la miró con detenimiento. Su comportamiento era el de siempre. Los mismos gestos, idéntica mirada y el fiambre caliente, envuelto como lo hiciera la primera vez, cuando se juntaron para vivir. Esa era la rutina desde que se casaron. Anselmo Clavo era ferretero y conseguía su material en la ciudad de Chiclayo. Tenía que viajar en su macho, desde Chota pasando por Pocabamba, Huamos, Ferreñafe, Pucalá, Cayalti, hasta llegar a Chiclayo. Era un viaje largo porque en aquel tiempo no había carro. Diez días de ida y diez de vuelta. Así era su trabajo, su vida".
"Los vecinos luaguantaron tuavia un tiempo; pero cuando ya entraba a la casa como si fuera mujer propia, al hombre ya no le perdonaron. Hasta liayudaba a mudar y dar agua a su ganau. Volvían, comían y se encerraban, logrando ahí todo. Los vecinos tuvieron cólera. Vamo haciendo esto pero que lo haga pue'".
"El Cholo era bueno, de punche. Y ahí pue' usaban sables, bayonetas de esas que usaban los policías a los que le decían 'los azules'. Todos teníamos, mi papá tenía una y lo andaba como a los machetes. Toma Cholo, le dijo un vecino, pero luahaces, carajo, porque tu mujer la hora que tu te vas, después que te avía con tu fiambre, de un rato, de a poco, se encierra con el Nicolás. Se encierra adentro. Mira si lo vas hacer, o no. No me gusta, respondió. Lo hemos soportado mucho, pero ahora, mucho abuso ya. No queremos soportar mas esto, tu mujer es mal ejemplo pal pueblo. Haces tu viaje a tus negocios. Vuelves de medio camino. Ella se va a ir acomodar su ganau, como lo hace cuando estas acá. Tu te colocas pie del catre con la espalda lista y vas a ver. Lo hora que ya vuelve del ganau; ahí mismo se meten en la cama. Nosotros estaremos escuchando".
Los gallos de Belermino, nuevamente, iniciaron su canto alborotando el ambiente. Era como si entendieran de lo que estábamos hablando.
"Listo. Vuelve la mujer y el hombre de acomodar su ganau. Era ya medio oscuro. ¡Huuuuuuu!, que le dió disque el hombre con unas ganasas como si supiera que se va a morir. Y, cuando estaban patachaus, ahi: ¡ÑEJ!, como a toro bravo. Una sola estocada. Gritaban, gritaban, y la bestia encima. No lo podían mover. Buen Cholo, apoyado sobre la espada. No la sacó hasta que se quedaron quietos. Él mismo se fue a entregar a la policía para que no digan qués mentira. Los testigos fueron los vecinos. ¿Desde cuando estaban? Hace años. ¿Cuándo lo supiste? Cuando comencé a trabajar. ¿Y cómo llegaste a saberlo? Lo presentí antes de entrar a los negocios. No lo quería creer.
Anselmo, no fue detenido. Le demoró solo el papeleo.
"Se lo veía triste, —cuenta después, Belermino —. Se agarraba la cabeza de tanto en tanto. No fue al velorio.
"La noticia salió en los periódicos. ¡Esas mujeres! ¡Cómo se asustaron las mujeres!".
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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