Servindi, 18 de enero, 2023.- Qué mejor homenaje a nuestro ilustre héroe cultural José María Arguedas en el día de su natalicio que repasar sus reflexiones ancladas en una realidad profunda que se revela y despliega ante nosotros mostrando la vitalidad de su pensamiento.
Esto ocurre precisamente con el texto “El indigenismo en el Perú”, escrito en 1967, y del cual reproducimos la sección V titulada: “El problema de la integración” en el cual Arguedas proyecta su visión sobre este controversial problema.
Arguedas observa que en Perú hay dos culturas que han evolucionado paralelamente “dominando la una a la otra”. Pero esta “integración no podrá ser condicionada ni orientada en la dirección que la minoría, todavía, política y económicamente dominante, pretende darle”.
Tal como sucede actualmente, en que las poblaciones originarias de diversas partes del país rechazan un sistema político seudodemocrático que no los representa y solo sirve para sostener a una élite dominante que usufructa del poder.
Arguedas remarca que la integración desde el lado indìgena y popular “se ha iniciado por la insurgencia y desarrollo de las virtualidades antes constreñidas de la triunfante perviviente cultura tradicional indígena mantenida por una muy vasta mayoría de la población del país”.
Los que deseen leer el ensayo completo puede acceder a la colección en línea de Clásicos y contemporáneos en Antropología que aloja el portal del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de México.
El enlace de descarga es el siguiente: https://www.ciesas.edu.mx/publicaciones/clasicos/acervo/el-indigenismo-en-el-peru/
V. El problema de la integración
Por José María Arguedas
Estas masas emergentes o insurgentes son calificadas por los antropólogos como una masa de población de cultura amorfa. Pretenden dejar de ser lo que fueron y convertirse en semejantes a quienes los dominaron por siglos. No pueden conseguir ni lo uno ni lo otro.
Sin embargo, donde quiera que se establecen, se juntan por ayllus, es decir por comunidades, de acuerdo con su procedencia geográfica. Se organizan en las «barriadas» tomando como patrón o modelo las características, bastante modificadas, pero en líneas generales las mismas, de las comunidades tradicionales. Y así están instituidas las barriadas y, aparte de ellas, los clubes distritales o provinciales; es decir, las asociaciones de individuos oriundos de determinada comunidad o pueblo. Estas instituciones celebran las fiestas de sus pueblos de origen siguiendo el patrón igualmente tradicional, hispano-quechua de tales fiestas. Constituyen no solamente núcleos que funcionan como mecanismos de defensa ante la ciudad y de penetración en ella, de instrumento que les permite adaptarse al complejo medio urbano, temido y apetecido, sino también una continuación, constantemente renovada de la tradición misma, que por la propia renovación queda rediviva; no negada sino perviviente como sustrato diferenciante, como ethos.
Cuando se habla de «integración» en el Perú se piensa, invariablemente, en una especie de «aculturación» del indio tradicional a la cultura occidental; del mismo modo que, cuando se habla de alfabetización, no se piensa en otra cosa que en castellanización
Cuando se habla de «integración» en el Perú se piensa, invariablemente, en una especie de «aculturación» del indio tradicional a la cultura occidental; del mismo modo que, cuando se habla de alfabetización, no se piensa en otra cosa que en castellanización. Algunos antropólogos, entre los cuales figura un norteamericano —les debemos mucho a los antropólogos norteamericanos— concebimos la integración en otros términos o dirección. La consideramos, no como una ineludible y hasta inevitable y necesaria «aculturación», sino como un proceso en el cual ha de ser posible la conservación o intervención triunfante de algunos de los rasgos característicos, no ya de la tradición incaica, muy lejana, sino de la viviente hispano-quechua que conservó muchos rasgos de la incaica. Así creemos en la pervivencia de las formas comunitarias de trabajo y de vinculación social que han puesto en práctica, en buena parte por la gestión del propio gobierno actual, entre las grandes masas, no sólo de origen andino, sino muy heterogéneas de las «barriadas» que han participado y participan con entusiasmo en prácticas comunitarias que constituían formas exclusivas de la comunidad indígena andina. Como la difusión de estas normas y, por las mismas causas, la música y aun ciertas danzas antes exclusivas de los indios —música y danzas de origen prehispánico o colonial—, se han integrado a las formas de recreación de esas masas heterogéneas y han penetrado y siguen peñerando muy dentro de las ciudades, hacia las capas sociales más altas. Igual afirmación puede hacerse acerca de ciertas artes populares antes exclusivas de los indios y vinculadas con sus ceremonias religiosas locales; las muestras de esas artes se han incorporado al equipo decorativo de las clases media y alta, aunque para ello tuvieron que hacer concesiones y «estilizarse». Tanto como la música, la cerámica e imaginería indígenas eran consideradas, hasta hace unas tres décadas solamente, tan despreciables y de ningún valor como sus artífices, considerados por las clases dirigentes del país con el mismo criterio que «El Mercurio Peruano», de 1792. En 1964 el disco que batió el record nacional de ventas fue un long-play de un cantante mestizo —«El jilguero de Huascarán»— de la zona densamente quechua de Ancash.
Esos grupos vinculados, también tradicionalmente, a los intereses de las gigantescas empresas industriales extranjeras de las cuales forman parte, intentan controlar el desarrollo del país regulándolo de tal manera que impida la industrialización y su independencia económica. Para este complejo de intereses, la emergencia de las clases étnica y socialmente inferiores representa un peligro, una doble amenaza: la pérdida de la dominación del país y la posibilidad de la consolidación de formas comunitarias oriundas de trabajo y de pautas de vida
Las clases sociales, y los partidos políticos que les sirven de instrumentos, que se beneficiaron durante siglos con el antiguo orden, viven ahora en un estado de alarma, de agresividad y de complot contra la insurgencia de estos valores de la cultura y pueblo dominados y, sobre todo, de su «alarmante» difusión. Califican de «comunista» a todo aquél que las defiende, inclusive a quienes procuran la «incorporación» del indio a la cultura nacional, es decir, el proceso de «aculturación» a que me he referido. Esos grupos vinculados, también tradicionalmente, a los intereses de las gigantescas empresas industriales extranjeras de las cuales forman parte, intentan controlar el desarrollo del país regulándolo de tal manera que impida la industrialización y su independencia económica. Para este complejo de intereses, la emergencia de las clases étnica y socialmente inferiores representa un peligro, una doble amenaza: la pérdida de la dominación del país y la posibilidad de la consolidación de formas comunitarias oriundas de trabajo y de pautas de vida. Califican a estas pautas tradicionales de «comunistas». Pretenden sustituirlas por el impulso individualista de la iniciativa personal agresiva tendiente al «engrandecimiento» de familia mediante la acumulación dé la riqueza; y tal poderío puede y debe adquirirse a costa de la explotación del trabajo ajeno, sin escrúpulos de conciencia de ninguna índole. Quien es capaz de sentir esos escrúpulos es un tonto, un infeliz que no merece otro destino que el de servir de instrumento del engrandecimiento del hombre de empresa, del hombre con iniciativa y energía. El «comunitario» es gregario, imbécil, retrógrado y despreciable.
Pero aún la Iglesia ha empezado a alzarse contra estos hombres que pretenden imponer la conservación del antiguo orden o su conversión en otro peor. Por tanto, también ha surgido una tendencia menos cruel y más atenta a la realidad inevitable del país, entre la alta clase dirigente de la política y la economía. No parece evidente que les sea grata la actitud de las llamadas «masas emergentes», pero intenta dirigirlas por métodos más humanos e inteligentes hacia su conversión rápida al modo de vida de la sociedad individualista. Frente a ellos están, más o menos solos, los dirigentes espontáneos de estas masas insurgentes con todo su bagaje étnico diferente; parece que tales dirigentes vacilan en lo racional, no en lo intuitivo. Oyen la prédica de los partidos de la izquierda extrema que habla en un lenguaje no muy accesible para los dirigentes y las masas tan repentinamente agitadas luego de siglos de quietud: agitadas, y en movimiento dinámico insurgente; convertidas en la preocupación central de la política después de haberse sido, por siglos, la muelle cama sobre la cual durmieron, los «señores» tranquilo sueño.
Juzgo, como novelista que participó, en la niñez de la vida de indios y mestizos, y que conoció después, bastante de cerca, los muy diferentes incentivos que impulsan la conducta de las otras clases a que nos hemos referido, juzgo y creo que en el Perú, las grandes masas insurgentes lograrán conservar muchas de sus viejas y pervivientes tradiciones: su música, sus danzas, la cooperación en el trabajo y la lucha, sin la cual no habrían podido elevarse a la altura en que se encuentran, aunque todavía habiten las zonas marginales de las ciudades: los cinturones de fuego de la resurrección y no únicamente de la miseria como ahora las denominan, desde el centro de estas ciudades, quienes no tienen ojos para ver lo profundo y perciben solamente la basura y el mal olor y, ni siquiera el hecho tan objetivo como una montaña, de cómo aún allí, las casas de estera y calamina se convierten rápidamente en residencias de ladrillo y cemento.
Creemos que la integración de las culturas criolla e india, que evolucionaron paralelamente, dominando la una a la otra, se ha iniciado por la insurgencia y desarrollo de las virtualidades antes constreñidas de la triunfante perviviente cultura tradicional indígena mantenida por una muy vasta mayoría de la población del país
Creemos que la integración de las culturas criolla e india, que evolucionaron paralelamente, dominando la una a la otra, se ha iniciado por la insurgencia y desarrollo de las virtualidades antes constreñidas de la triunfante perviviente cultura tradicional indígena mantenida por una muy vasta mayoría de la población del país. Tal integración no podrá ser condicionada ni orientada en la dirección que la minoría, todavía, política y económicamente dominante, pretende darle. Creemos que el quechua alcanzará a ser el segundo idioma oficial del Perú y que no se impondrá la ideología que sostiene que la marcha hacia adelante del ser humano depende del enfrentamiento devorador del individualismo sino, por el contrario, de la fraternidad comunal que estimula la creación como un bien en sí mismo y para los demás, principio que hace del individuo una estrella cuya luz ilumina toda la sociedad y hace resplandecer y crecer hasta el infinito la potencia espiritual de cada ser humano; y este principio no lo aprendimos en las Universidades sino durante la infancia, en la morada perseguida y al mismo tiempo feliz y amante de una comunidad de indios.
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