La necesidad de impulsar masculinidades disidentes, que nos permitan problematizar nuestros propios privilegios como hombres y que cuestionen este tipo de mandatos, como el de la conducción, nos abre una oportunidad de construir una sociedad menos violenta y más empática, que tome todos los aportes del movimiento feminista y que impulse un mundo centrado en el otro y la otra.
Por Andrés Kogan Valderrama*
8 de marzo, 2023.- A propósito de una nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer y de su lucha feminista por un mundo distinto, este 8 de marzo, esta fecha nos abre la posibilidad de ver nuestras propias prácticas machistas como hombres y revisar así algunos de los mandatos de la masculinidad hegemónica imperante, que siguen reproduciendo altos niveles de violencia que nos ponen en riesgo como sociedad.
Uno de esos mandatos es la relación entre la masculinidad hegemónica y el manejo de parte de muchos hombres, que sigue dejando una enorme cantidad de heridos y muertos por siniestros de tránsito en todo el planeta (1), lo que nos debiera hacer reflexionar sobre lo que está en juego ahí y que salidas tenemos para afrontar aquello.
Según información sobre seguridad vial en Chile, los hombres no solo obtienen muchas más licencias para conducir que las mujeres (2), tanto de manera particular como profesional (camiones, buses, taxis, repartidores) sino también generan proporcionalmente muchos más siniestros de tránsito que ellas (3), lo que no es casualidad dentro de un sistema patriarcal como el que vivimos.
Lo planteo ya que para los hombres el manejar un auto o una moto representa muchas cosas para constituirse como tal, porque desde muy pequeños, a través de la familia, la escuela y los grandes medios de información, se nos ha inculcado la importancia de conducir para lograr ciertas cosas en nuestras vidas.
De ahí que el manejar sea clave para el paso de ser adolescente a adulto para nosotros los hombres, ya que implica valores como la independencia, autonomía y libertad, tan anhelados por una masculinidad hegemónica que necesita tomar constantemente riesgos y lograr objetivos en el menor tiempo posible.
Por eso que el tamaño de los autos o la velocidad en la conducción se vuelve una necesidad masculina, al reflejar un modo de vida para los hombres que nos hace parte de una competencia y carrera frenética entre nosotros mismos, por quien llega primero a la meta y quien es capaz de saltar todas las vallas por delante.
Ante esto, que para los machos al volante las mujeres sean solo un estorbo en las calles y carreteras, al manejar con mucho más cuidado y precaución, lo que visto desde una masculinidad hegemónica sea curiosamente manejar mal, aunque la evidencia nos diga que las mujeres manejan mucho mejor que nosotros (4).
A su vez, el tener un auto o una moto desde muy temprano para los hombres implica también status, poder económico y éxito en la vida, dentro de un mercado automotriz que genera miles de millones y donde las grandes marcas saben perfectamente bien el lugar que le dan los hombres a la compra de autos y motos.
Asimismo, también el manejar nos da poder sexual sobre las mujeres, ya que se usa como medio para la conquista, en donde se da por supuesto que es el hombre quien les debe dar protección y seguridad, por intermedio de una caballerosidad que no es otra cosa que una forma más sutil de dominio, de control y de inferiorización a todas ellas, que busca finalmente poseer sus cuerpos para mostrarle a los otros hombres que somos unos ganadores.
No es casualidad por tanto, toda la publicidad sobre autos que se ha hecho usando los cuerpos de las mujeres y que el mundo mecánico sea tan machista, convirtiendo al manejo en una actividad propicia para que los hombres puedan reflejarse a sí mismos y mostrar toda su virilidad, a través por ejemplo de carreras de motos, formula 1 y rally, en las cuales se generan verdaderos rituales para la masculinidad hegemónica.
Por último, el uso de autos, motos, camiones y buses, representa muy bien el control de las máquinas, como resultado de una sociedad industrial y capitalista, en donde los hombres han sido los promotores del progreso económico de la humanidad, con todo los impactos y desastres sociales y ambientales que ha traído consigo aquello y que se vuelven cada vez más evidentes en estos tiempos.
Dicho todo lo anterior, la necesidad de impulsar masculinidades disidentes, que nos permitan problematizar nuestros propios privilegios como hombres y que cuestionen este tipo de mandatos, como el de la conducción, nos abre una oportunidad de construir una sociedad menos violenta y más empática, que tome todos los aportes del movimiento feminista y que impulse un mundo centrado en el otro y la otra.
En consecuencia, lo que se trata es no solo incorporar una perspectiva de género para obtener licencias de conducir, como se está haciendo en Argentina por ejemplo (5), sino que se trabaje también desde muy temprano una educación integral no sexista y desde el cuidado, que abra la posibilidad que los hombres dejemos atrás mandatos que solo generan sometimiento, sufrimiento y muertes, para poder vivir otras formas de ser hombres, ya que la que más nos han enseñado está condenada a los peores desastres.
Notas:
(1) https://news.un.org/es/
(4) https://www.futuro.cl/2019/
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* Andrés Kogan Valderrama es sociólogo, diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable, magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea y profesional de la Municipalidad de Ñuñoa. Integrante de Comité Científico de la Revista Iberoamérica Social y director del Observatorio Plurinacional de Aguas www.oplas.org.