Servindi, 8 de octubre, 2022.- Esta semana José Luis Aliaga Pereira nos comparte un relato de amor, sentimiento sublime, pero muy controvertido debido a las implicancias que conlleva no solo para los que padecen este sentimiento sino por las circunstancias culturales en las que va envuelto.
El amor siempre nos planteará enigmas difíciles de resolver como la vida misma. Por ejemplo: ¿En qué medida confundimos el amor con el deseo? ¿El amor es una obsesión? ¿El amor es una pasión o una construcción?
¿Cuándo estamos preparados para amar y quién nos prepara para esto? ¿Puede el amor ser influenciado por los padres o el entorno social? ¿El amor puede estar guiado por el bienestar?
Sin duda, enigmas complejos como la vida y que la misma vida ayudará a resolver, quizás cuando sea demasiado tarde.
Los novios...
"Cualquier parecido a la realidad, es pura coincidencia".
Por José Luis Aliaga Pereira*
Se lo dijo casi de sopetón. Estaba enamorado. Pero se daba cuenta que ella no aceptaba la acompañe ni un par de metros. Por ello acudió a él, a su tío paterno, al hermano de su padre, uno de los hombres más respetados del pueblo, quien era su amigo y le tenía confianza.
Habían pasado casi dos años desde que Melesio llegó y la vio por primera vez: "Es una sirena —pensó—; una sirena de verdad, más hermosa que la que imaginaba al escuchar la vieja canción, aunque no tuviera mandolina. Allí estaba, enterita, caminando por las calles de su pueblo, haciendo los quehaceres de casa, salida del mar o no sé de dónde; de carne y hueso, en cuerpo y alma".
— Ya le dije. Tengo mi novio. Mi novio de toda y para toda la vida.
Él no lo conoció; pero trató de averiguar en la voz de la calle. El tipo era un loco prometedor y mujeriego; le contaron los nuevos amigos del lugar al que llegó a trabajar para cumplir con uno de los requisitos que le exigía su carrera para recibirse como profesional, las prácticas del SECIGRA.
— No le estoy engañando don Pedro, sería lo último que haga. Le juro que ni bien me dice que sí, dejo la soltería; me caso. Su vida cambiaría y la mía también. No seré millonario, pero soy un buen profesional y usted lo sabe.
En ese momento la sobrina —pensó don Pedro— estará recogiendo alfalfa para los cuyes y extrañando, seguramente, al enamorado que hace más de un año no la visita.
La insistencia de Melesio no terminó allí. Fue ardua, persistente. Era cierto que sentía algo por ella y, cierto también, que la vida de su sobrina cambiaría si dijera que sí. Don Pedro, estaba seguro de ello.
— Es mi sobrina, la quiero y respeto. Ponte en mi condición de tío. Mi sobrina no es una muchacha cualquiera que juega el corazón. Su amor, ese que nos hace amar así sea al demonio, no lo puedes cambiar.
— Dos palabras tuyas pueden cambiarla, solo dos.
— ¿Cuáles, Melesio?, ¿cuáles?
— Lo que piensas de mí, la verdad. Lo que pasaría si me caso con ella. Lo sabes.
Y el viejo Pedro estuvo seguro que Melesio tenía razón. Una tarde, haciéndose el encontradizo, la abordó.
— Es tu futuro, hija. Pero es tu corazón el que manda.
Hasta ahora resuenan, en el cerebro de Delfina, las palabras de su más querido y respetado tío. Hasta ahora, después de cuarenta y cinco años de aquella tarde revolotean su mente. En la segunda conversación, la sobrina, respondió un poco triste, sosteniendo entre sus manos un collar con perlas azules que nunca retiraba de su pecho:
— Si mis padres aceptan, acepto yo.
Y las campanas sonaron hasta la casa en la que vivía el novio, el enamorado, allá en el Cusco. La noticia llegó en boca de Víctor que había viajado al pueblito lejano, como siempre lo hacía. Una verdadera película pasó, en segundos, por la mente de Arnulfo.
— Si, mi hermano. Mañana a las siete de la noche se casa. Han repartido tarjetas, invitaciones. Tienes que impedir esa boda, si es que, verdaderamente, la amas—Víctor, su amigo y hombre de confianza, había llegado recién de la sierra, de su pueblito y traía esas malas nuevas.
— ¡Mierda! ¡Mierda! —gritó Arnulfo.
Esa misma noche partió.
— Ella, es el amor de mi vida. Eso es lo tienen que saber todos: Manejo casi toda la economía de la casa, de mis padres. Tengo lo suficiente para hacerla feliz. No necesito más para casarme. No me falta nada para eso.
— Así, es —su amigo íntimo lo escuchaba hablar como si estuviera pensando en voz alta, como si no estaría presente como copiloto. Arnulfo conducía el volkswagen, un escarabajo rojo que era propiedad de su padre y que permanecía siempre en la cochera—. Nos faltan veinticuatro horas para llegar —habló acelerando el embrague del carro.
— Sí, sí —le dijo su amigo—. No tienes por qué acelerar, llegaremos a tiempo.
Conversaron todo el camino.
— En serio, te cuento, me desentendí de ella en estos meses.
— ¿Meses? —preguntó su amigo—. Años. Son dos años que ella esperó en vano y dos años de persecución; hasta, se puede decir, de amor. Él, es un hombre bueno; pero tuvo que enamorar a medio pueblo para, con su ayuda, lograr que le aceptara. Primero fue al viejo de su tío al que tuvo que hablarle. Luego al alcalde y después al jefe policial y al juez de paz para convencer a los padres. Después; hablaron con su hija, largos e incómodos días. Al fin, cuando ya no llegaban tus cartas, cuando ya no eras el romántico jovenzuelo que le llevaba flores y promesas; ella, hermano, entre llantos, entre llantos aceptó.
Arnulfo escuchaba a su amigo. Quería llorar; pero, en lugar de eso, daba fuertes golpes sobre el timón del vehículo.
— ¡Fue mi culpa, sí, fue mi culpa carajo! —repetía.
"Pueblo chico, infierno grande", reza un dicho. El pueblo esperaba fiesta, la boda nueva. Cuchicheos y conversaciones se tejían y destejían. "Que Arnulfo estaba por llegar". "Que a Arnulfo ya no le interesaba ella". "Que es un loco y que podría llegar armado". "Que esto y que esto otro". Hasta que sonaron las tres primeras campanadas que llamaban a misa y el pueblo inició su caminata, como si la estuviera acompañando, para ver la boda.
En los pueblos de la sierra peruana es así, todos lloran y hacen coro a quien quieren; se emocionan y alegran juntos, como en esta boda en la que Arnulfo esperó en un distrito cercano, imaginando que la nota que envió a la novia llegaría a sus manos y ella partiría a su encuentro:
"Te espero acá mi amor, no creas que te he olvidado. He venido a llevarte. No cometas la locura de casarte con quien no amas.
Te quiere, Arnulfo.”
La nota nunca llegó.
La novia, cuentan los que la vieron, al caminar hacia el altar, sonreía; parecía marchar feliz como todos los que la rodeaban y que no dejaban que alguien se acerque hasta que sus labios pronunciaron el sí que silenció el beso que no pudo salar la lágrima que resbaló por una de sus mejillas rubicundas.
Eran las 9 pm., a esa hora, de modo similar al parpadeo de las estrellas, Víctor, tiritando de frío, antes de llegar al lugar en el que esperaba Arnulfo, observó que una rapidísima y extraña luz salió del interior del volkswagen y se perdió entre las estrellas.
Algunos, de los que estuvieron en la boda, afirman que, a la misma hora en que Víctor vio salir la luz del vehículo de su amigo, las perlas azules que colgaban en el pecho de Delfina fulguraron frente al altar de la iglesia.
Hasta ahora, en los registros policiales, continúa escrito, en la sección de desaparecidos, el nombre de Arnulfo Buenaventura Collantes.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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