Servindi, 11 de setiembre, 2022.- Esta semana compartimos un relato de intriga, sobre la disciplina ética y política que conlleva participar en las organizaciones sociales y políticas, en el contexto de las luchas de las rondas campesinas.
La infiltración y el espionaje no es algo exclusivo de la guerra fría, sino una práctica común en el desenvolvimiento de las luchas sociales. Lo interesante del presente relato es la perspectiva local, identitaria, en el que se producen los hechos, y la destreza narrativa.
Imagen de un calero, poro o checo que son como se denominan a las calabazas pequeñas en las que se guarda la cal que sirve para combinarla con la coca para que sea más efectiva. Los caleros al hacerlos sonar contra la espalda del dedo gordo de la mano suenan toc, toc, toc.
En las filas del enemigo
Por José Luis Aliaga Pereira*
Por fin dio el saltó que tanto buscaba. Ya no huirá de las miradas sinceras que apuntaban a su conciencia. Ahora está allí, donde sospechamos estuvo siempre.
Cuando lo vi por primera vez me picó la espina: "este no es de fiar", no confío en Antonio", les dije. No sé si creyeron en mis palabras y no fue temor decirlo en su ausencia, bastaba con observarlo. Eso hicieron.
A las reuniones importantes, por ejemplo, en las que se iban a tomar decisiones estratégicas para la lucha, asistía puntual. No hablaba ni se comprometía en nada. Recuerdo, se decomisaban celulares en la puerta de ingreso. Él, a media reunión, pedía permiso para hacer una llamada arguyendo que tenía una emergencia familiar y caminaba hasta un lugar en el que, estaba seguro, no podíamos escuchar lo que decía ni con quién hablaba. Hasta fue miembro principal de las rondas y parecía bueno en sus intervenciones, en sus discursos cuando se trataba de hacer entender quién es y cómo debe ser un verdadero defensor. Fue premiado con un viaje de preparación al extranjero y regresó con boina a la que adornaba una estrella que no era la aprista, a la altura de la frente. Fue catalogado como uno de los miembros más jóvenes y preparados del grupo y se le confió un importante cargo político.
Pero no ha sido necesario que alguien otra vez, lo señale o denuncie. No hubo interrogatorio para que hable de sus culpas, ni se tuvo que disparar algún arma para que diga la verdad. Él, con sus propios pies y voluntad ha cruzado la línea.
Y allí está, junto al enemigo. Muchos se preguntan ¿qué pasó? ¿por qué? Quieren encontrar una respuesta. No se explican.
Hay palabras que uno no quisiera se metan en su cabeza, pero existen. Nos entristecen. El camino es así, duro, y no se puede hacer nada. Solo corregir a tiempo, eso dijeron. Está con ellos, eso es lo cierto.
Aquel día nadie dijo nada. Sus pasos y sus palabras los veíamos y las sentíamos distintos/as, iban en dirección contraria a la nuestra.
Se informó todo en la Asamblea.
Pasaron los días y, a veces, uno olvida; ¡hay tanto que hacer!, pero esto ya no dio para más cuando llegó con la camioneta de ellos, de los que nos insultan, de los que viven de la destrucción de la Mamapacha. Nuestros propios ojos lo vieron. Solo una mueca de sonrisa alteró su rostro. Era otro.
— Es él —dijo el principal cuando lo vio —. No hay nada más que hacer.
Todos agacharon la cabeza.
— Quizás tuvimos la culpa por no ser duros desde el inicio —agregó el principal.
Dos gestos, un dedo sobre los labios y una palmada en los hombros. El silencio duró dos segundos, pero parecieron horas.
— A trabajar muchachos, a trabajar —dijo el principal—. Ha muerto y, por esta clase de difuntos, ¡jamás! llevaremos luto.
Y los caleros*, volvieron a sonar, interminables.
Toc, toc, toc, toc, toc.
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Glosario: Los caleros, poros o checos son calabazas pequeñas en las que se guarda la cal que les sirve para combinarla con la coca para que sea más efectiva. Los caleros al hacerlos sonar contra la espalda del dedo gordo de la mano suenan toc, toc, toc. En el contexto del relato esto quiere decir que continúan boleando o chachando coca y, por ende, con su trabajo.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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