Servindi, 31 de julio, 2022.- En un contexto controvertido por la función de las rondas campesinas compartimos una crónica del repertorio de nuestro colaborador José Luis Aliaga Pereira, sobre un hecho muy significativo ocurrido hace varios años, antes de la pandemia.
¡Estamos perdidos!
Por José Luis Aliaga Pereira*
31 de julio, 2022.- Cuando llegas a una comunidad en la sierra cajamarquina, tienes que pedir permiso para ingresar. Es una obligación, al menos en aquellos días en los que los mineros visitaban las comunidades para ofrecerles dinero y comprarles sus tierras. Ahora, "en tiempos de paz", el control es más elástico, siempre y cuando no haya situaciones que alteren la tranquilidad de la población.
Lamentablemente, en esta oportunidad, al pasar por Yerba Buena (José Sabogal en San Marcos), no lo hicimos.
En los territorios donde existe la Ronda Campesina, repetimos, hay que saber entrar, saludar, pedir permiso, respetar la Madre Tierra, lo sagrado.
— ¿Qué profesión tienes? —preguntan los ingenieros de la mina en las reuniones que organizaban, cuando alguien de la comunidad quería opinar.
— Aaah, si no eres ingeniero —decían—; pues, no puedes opinar porque no conoces.
Viajamos despacio, confiados en que aún era de día y había, en esos momentos, a quien preguntar por ruta segura. Señora, ¿podría indicarnos por cual carretera llegamos al río Crisnejas? ¿Izquierda o derecha? Así, gracias a la bondad de esta gente, avanzamos por el camino correcto.
Nuestra preocupación era cruzar el río, llegar hasta su orilla derecha en la que una comunidad esperaba la presencia de la Plataforma Interinstitucional Celendina, muy conocida en aquel entonces por la defensa del territorio celendino. Hermenegildo Sánchez tenía que explicarles, entre otras cosas, de cómo la minera Yanacocha contaminaba el río que alimentaba sus valles y del represamiento del río Marañón que también los afectaba.
Aunque el Crisnejas estaba cargado, lo cruzamos sin problemas. La Oroya, construida de una soga gruesa, sostenida por un cable largo de acero, que cada uno tenía que sostener y sentarse en el arco que se formaba en la parte baja; mientras alguien del lado opuesto, jalaba.
Los comuneros nos esperaban, con sus linternas de mano encendidas que, de lejos, parecían luciérnagas. Eran las 11 de la noche, montados sobre la soga, en la Oroya, veíamos cómo revoloteaba el agua del río y cómo arrastraba piedras, palos y toda clase de cosas que encontraba en su camino.
La delegación estuvo conformada por miembros de Forum Solidaridad, la Plataforma Interinstitucional Celendina y del Grupo Inkari; el pueblo visitado: Santa Rosa de Cajabamba en el valle del río Crisnejas.
Los habitantes, que viven a orillas del río (comunidades de Matibamba y Santa Rosa), estaban condenados a muerte por la empresa Odebrecht y el gobierno de turno.
Ante un aproximado de 100 miembros del Centro Poblado de Santa Rosa, los integrantes de las diferentes delegaciones explicaron entre otras cosas lo siguiente:
“Si los 22 proyectos que el gobierno de Alan García propuso y que el presidente Humala pretende ejecutar, se dieran; matarían el río”. “Esa serie de embalses se convertirían en un conjunto de posas donde habría muy pocos peces, muy poca vida. El Marañón moriría biológicamente”.
“El costo de los proyectos —agregaron los líderes visitantes—, “Veracruz” y “Chadín II” sería de 2860 millones de dólares. Lo cual nos da una idea del poder de esta empresa capaz de mover esas cantidades de dinero”.
“Hay un problema adicional que es el de la corrupción; y ustedes están al corriente que en el Perú la corrupción es galopante, y eso puede agregar significativamente estos costos”.
— ¿El gobierno ha venido a consultarles si quieren o no el proyecto? —preguntaban los compas.
— ¡Nooo! —respondía la gente.
— ¿Ustedes han otorgado permiso para que se haga este proyecto?”
— ¡Nooo!
— Nos estamos enfrentando a un poder económico muy fuerte, que compra gobiernos, compra autoridades, que tiene los medios de comunicación a su favor.
— ¿Quién tiene que decidir sobre nuestro territorio? ¿Las grandes empresas o nosotros?
— Lo que nosotros estamos buscando es información para que los pobladores, que serían afectados por estos proyectos, tengan la capacidad de tomar decisiones. Nos parece que un Estado que se pretende democrático, donde se celebran elecciones y tantas cosas, se tiene que escuchar la voz de la gente que sería afectada.
Por su parte, el artista cajamarquino Elmer Micha, del Grupo Inkari, interpretó una combativa canción de su repertorio.
Fue así cómo terminó la reunión en esta comunidad, a orillas del río Crisnejas.
De regreso, otra vez, cruzamos la Oroya. Subimos al vehículo que dejamos en la otra orilla. Todo estaba saliendo como se había planificado.
Avanzamos.
La tripulación trataba de abrigarse acurrucándose en los asientos del minibús cuyas llantas patinaban, tratando de subir la cuesta de una hondonada de la que se podía ver, gracias a la luz delantera del propio vehículo, aparte de una trocha fangosa, por el lado izquierdo, una escuela o colegio en construcción y tinieblas al lado derecho.
El chofer bajó del minibús tirando la puerta de golpe, haciéndola sonar fuerte a propósito; luego, regresó y dijo:
— Creo que nos hemos perdido.
— ¿Pero, por qué? —preguntó Hermenegildo Sánchez.
— Aparte de que no conozco este lugar, aquí es donde termina la carretera —respondió.
Era verdad, Hermenegildo bajó y comprobó que la carretera terminaba junto al colegio y, aparte, el vehículo no podía avanzar porque las cuatro ruedas del carro daban vueltas y vueltas en el mismo lugar sin avanzar un centímetro.
El resto de los tripulantes abrimos los ojos y miramos, por las empañadas ventanas del minibús, el oscuro y silencioso panorama que se nos presentaba.
Era preocupante, Hermenegildo sugirió a la tripulación bajar y tratar de empujar, pero todo fue en vano.
El silencio de la noche fue invadido. La comunidad de Yerba Buena despertó sobresaltada. El persistente ruido del motor y las llantas al dar vueltas en el fango fue cada vez peor. Sin que nos diéramos cuenta, los ronderos del lugar se pasaron la voz y, uno a uno, llegaron y se posicionaron en lugares estratégicos, alrededor de nosotros para ver quienes éramos. La madrugada también hizo lo suyo. El frío intenso comenzó a carcomer nuestros cuerpos. La espera hizo lo mismo. Buscamos tablas en el colegio en construcción, las colocamos bajo las llantas, pero fue igual. Las llantas daban vueltas y nada más.
Elmer Micha sugirió echemos arena bajo las ruedas, que había de sobra en el centro educativo, tampoco sirvió. Cansados de intentar sacar del fango la movilidad que nos transportaba, decidimos esperar que aclare el día. En esa espera y sin hacer ejercicio nuestros cuerpos tiritaban de frio; mientras tanto, los ronderos del lugar ya nos tenían cercados y esperaban la luz del día para intervenirnos.
Era cierto; uno por uno, aparecieron cual fantasmas rodeándonos poco a poco. Nos encontraron tratando de abrigarnos cada uno en su asiento, en el interior del carro y, sin esperar a que reaccionemos, nos intervinieron sacándonos del vehículo en fila india conduciéndonos al rincón de una casa vieja en la que funcionaba la escuelita. Nos colocaron frente a la pared con las manos en la nuca.
El interrogatorio fue rápido. Dos ronderos se encargaron de separarnos y llevarnos a diferentes lugares para ahí preguntarnos quienes éramos y qué hacíamos a esas horas por su comunidad. Nos confundían con abigeos o ladrones de carros. Sabían cómo llegar a la verdad porque la táctica de interrogación por separado da resultado cuando es sorpresiva ya que no te da tiempo a que el grupo intervenido se ponga de acuerdo y establezca una coartada. Felizmente nosotros no teníamos nada que ocultar. Las respuestas de todos fueron las mismas, coincidieron; mucho más, cuando interrogaron a Hermenegildo y a Elmer Micha y estos les dijeron quiénes eran, se sorprendieron. A Elmer le preguntaron: ¿usted es el que canta agua sí oro no? y a Hermenegildo les adelantó diciendo que él era de Celendín, pueblo conocido por la férrea defensa de su territorio. Los ronderos encargados de la investigación regresaron casi juntos al lugar donde habían estado con las manos en la nuca. Niños, niñas, jóvenes y adultos de la comunidad se habían reunido en ese mismo lugar. Eran como sesenta personas, todas sostenían en sus manos las llamadas vinzas de la justicia rondera. El frío se había ido de nuestros cuerpos. De cerca podíamos ver a todos los que nos rodeaban y miraban con mucha curiosidad.
Elmer Micha y Milton Hermenegildo Sánchez
La neblina tan intensa como las miradas de todos los ojos de la comunidad. Alguien sugirió que Elmer Micha cante. Los responsables principales de la ronda deliberaban cuchicheando. Elmer Micha, al escuchar la sugerencia del campesino les dijo: ¡Señores, acepto cantar! ¡déjenme traer mi guitarra y comprobarán que no miento ni mis compañeros tampoco!
Los dirigentes ronderos aceptaron la idea. Elmer, ni corto ni perezoso, corrió hasta el vehículo y regresó con su guitarra. Mientras tanto a Hermenegildo le preguntaron: ¿eres tú el de la Plataforma celendina? Sí compañeros, contestó. En esos instantes apareció un anciano de barba blanca. Era el jefe de la Ronda Campesina de Yerba Buena.
— Escuchemos, escuchemos la canción —dijo el viejo de barba blanca del que más tarde supimos que se llamaba Damián, tenía cinco hijas todas casadas. Vivían con sus esposos, junto a él. Era un pueblito de moradas humildes pero ricas, muy ricas de amor y cariño.
Elmer se interpretó no solo una canción sino cuatro y la desgracia se convirtió en fiesta. Una paila de leche de vaca comenzó a hervir en la casa de don Damián. Quesos, cancha y papa blanca también servidos en platos hondos fueron repartidos a los tripulantes. De repente aparecieron dos bueyes de nucas inmensas, anchas, que nos parecieron apocalípticas. Fueron estos dos animalitos los que sacaron del fango al vehículo en un santiamén.
Elmer se interpretó tres canciones más. El primero en salir a bailar fue Hermenegildo Sánchez. Rómulo Torres que había permanecido con los ojos llenos de un susto raro que saltaba por la luna de sus anteojos se puso a reír y no esperó que sea otra rondera la que le invite a bailar como sucedió con Hermenegildo.
La fiesta se prolongó toda la mañana.
— Parece la fiesta de nuestro taita patrón —dijo aplaudiendo un comunero.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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Fuente de la imagen: https://masfe.org/
Servindi, 6 de marzo, 2022.- Los relatos de José Luis Aliaga Pereira –ya sean crónicas o cuentos– tienen enormes virtudes no solo literarias sino también educativas y sociales. Podrian ser usados con mucha eficacia en jornadas de reflexión, en talleres de capacitación o para promover dinámicas participativas sin la monotonía de una exposición teórica y rígida. Seguir leyendo...