Servindi, 5 de junio, 2022.- Esta semana compartimos un relato sobre las rondas campesinas, una institución que forma parte de un sistema especial propio y una forma de autoridad especial en los lugares o espacios rurales del país en que existen.
Las rondas están reconocidas legalmente y poseen facultades jurisdiccionales. Sobre ellas existen nuemerosos libros, ensayos y artículos que describen sus alcances y propiedades.
Sin embargo, más allá del análisis jurídico y social, es la crónica el mejor género para penetrar en su psicología y en su operatividad. Este es precisamente el gran acierto y aporte de José Luis Aliaga Pereira.
En el siguiente relato, y en el que aparece como enlace al final, el lector puede sentir la fuerza, la efectividad y la eficacia de la ronda como mecanismo y relación social comunitaria. Al fin y al cabo, la ronda es la ronda.
La ronda es la ronda...
Por José Luis Aliaga Pereira.
Llegaron Joselo y cinco compañeros para apoyar el paro que las Rondas Campesinas de Bambamarca realizaban para defender su territorio de la invasión minera. Los estaban matando. La concentración era en la hondonada denominada "Trucha de Oro".
Luego de las presentaciones de estilo los destinaron a diferentes lugares. Joselo, como encargado de prensa de la organización a la que pertenecía, estuvo con los ronderos y ronderas que controlaban o, mejor dicho, impedían el pase vehicular; allí anduvo de arriba abajo, toda la noche, tomando fotografías y conversando. Era una inmensa fila de carros que solo con linterna de mano se los podía ver; a los más distantes la oscuridad los desaparecía.
Sentían como que la oscura noche se había detenido. Así es el tiempo, el tiempo y los problemas que siempre son los mismos.
El sonar de los checos se escuchaba más fuerte cuando los compas dejaban de hablar. La conversación era un verdadero taller en el que las experiencias de los hombres de sombrero, poncho y vinza sobresalían, enseñaban. Eran retazos de historias que las tenían clavadas en el pecho. Alguien, por ejemplo, contó de la intervención ronderil que para algunos podría parecer insignificante; pero, en el fondo, analizando la cosa, no lo era: la denuncia de un robo de gallinas por una pareja de esposos. Trascendió después que lo hicieron por venganza. El vecino le había dado veneno a sus perros y decidieron la vendeta. Alguien los vió. Cuando los llamaron a comparecer, juraron, entre ellos, no decir nunca la verdad, negarse. No imaginaban la astucia de los ronderos cuando los interrogaron por separado.
— Señora —le habló uno de los ronderos.
— ¿Si?
— Su esposo ya confesó. Lo siento, si continúa mintiendo, solo él se librará.
— ¿Qué? No lo creo ni viéndolo. No es verdad.
— Si señora, es la pura verdad.
— ¿Cómo es posible? Si habíamos jurado no decir nada —dijo la señora enfurecida.
— Así es la vida, señora. Es mejor decir la verdad, usted lo sabe...
— ¡Traigan el acta! ¡Firmaré lo que sea! Pero, eso sí, no volveré a vivir al lado de un traidor porque es como dormir con el enemigo.
La señora confesó su falta. Con el pasar de los días se dió cuenta que ella y su compañero habían sido víctimas de una trampa para llegar a la verdad. Ahora ríen y ríen cuando se acuerdan de esa vergonzosa experiencia.
— Pero, ¿y los peces gordos? —preguntó alguien del grupo.
— Esperan su turno, hermano, esperan su turno.
— Que no vaya a ser como hace la policía —respondió el mismo que había hecho la pregunta—. Que cuando se habla de narcotráfico, por ejemplo, agarran a los más débiles, mientras los grandes negociantes se pasean orondos con sus camionetas 4X4 último modelo, ostentando modernas casas. Entonces, ¿dónde estamos?
A las tres de la mañana Joselo se retiró a descansar. Le habían asignado, como a otros, una contenedor de acero, de esos que utilizan los barcos para trasladar su mercadería; a los campesinos les servía como habitación y les daba abrigo sin utilizar frazadas ni nada parecido, y paliaron el frío de la noche como si estuvieran con aire acondicionado.
La responsabilidad por grabar lo que allí sucedía, es decir en la "Trucha de Oro", no en la habitación de acero, hizo que Joselo se levantara muy temprano. Cocineros y cocineras ya preparaban el desayuno en pailas enormes. Un ajetreo del que conocen muy bien campesinas y campesinos: la olla común.
Joselo tomaba fotos a todo este movimiento. Después de grabar casi toda la actividad, emocionado, quiso realizar entrevistas o conversaciones, como él los llama. La mirada desconfiada del rondero a quien no pudo sacarle ni una sola palabra, lo alertó. Joselo sintió que algo raro estaba pasando. No eran los mismos ronderos que hasta la madrugada había acompañado a rondar. Intentó preguntar por los de las vísperas, pero fue muy tarde. Se habían relevado y estaban dirigiéndose a descansar en Bambamarca y, lo peor, no habían informado a su relevo que había un comunicador de nombre Joselo que estaba autorizado a cubrir con una nota los momentos de lucha.
— ¡Oiga, señor, señor! —la voz se dirigía a Joselo.
— ¿Siii? —preguntó el comunicador social.
— Por favor acompáñame un momento, queremos conversar con usted.
— Bien —respondió Joselo, sin temor.
De los alrededores bajaron más de treinta compas. Joselo se vió rodeado de los que aplican la ley rondera; sus vinzas se balanceaba en sus manos.
El que estaba al mando del grupo, habló:
— ¿Quién es usted?
— Joselo Altamirano, natural de Celendín.
— Quisiéramos que nos explique por qué anda tomando y tomando fotos, ¿quien le autorizó?
— Señores, anoche estuve con los ronderos en el control de vehículos—respondió Joselo con naturalidad.
— Eso no le he preguntado, señor.
— Soy de Celendín, repito y vengo representando a la plataforma provincial. Soy comunicador social.
— Muéstrenos su credencial...
Joselo buscó por todos sus bolsillos sin lograr encontrar su carnet. Miró a uno y otro lado. Las vinzas palpaban ya las manos de los "displinas", hombres encargados de controlar el orden en ese momento. De repente, ¡ah!, exclamó Joselo; el carnet colgaba de su cuello cubierto bajo su casaca negra. Lo presentó sonriente.
El rondero observó el carnet y dijo:
— La ronda es la ronda, amigo. Sírvase disculparnos y, si nada malo ha cometido; nada tiene que temer.
— Yo pue' te dije, maldiciau. Te lo dije —le encaró su colega.
Sucedió en mayo del 2015, han pasado 7 años y, en Bambamarca —nos cuenta Joselo—, las autoridades se reúnen para decir que él proyecto Conga No Va Ni Hoy ni Nunca; pero, ahora, en estos territorios, la minería galopa, devora ya la ciudad de Hualgayoc que se está convirtiendo en la segunda más contaminada del Perú, después de Cerro de Pasco.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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Fuente de la imagen: arkeopatias
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