Por Milciades Ruiz*
10 de mayo, 2022.- En mayo, nuestros campos van perdiendo su verdor, por el ciclo estacional, pero retorna en primavera. Los ciclos sociales también florecen y maduran. Los ideales brotan y sus frutos se encarnan en el fervor popular. La dominación los derriba por temor. La sangre derramada ha teñido de rojo el mes de mayo varias veces, pero la de Túpac Amaru y Javier Heraud, fertilizó los ideales y rebrotan.
En la histórica década de 1960, los ideales revolucionarios estaban en auge en toda Latinoamérica. La generación de jóvenes de entonces, enarbolaban los más nobles ideales de justicia social. El paradigma de la Revolución Cubana, con sus cambios justicieros, alentaba la euforia y el fervor revolucionario contaba con la solidaridad internacional de los países socialistas.
En el escenario nacional, las luchas campesinas contra los latifundistas arreciaban, reclamando la devolución de sus tierras ancestrales que les arrebató la dominación, desde la invasión y conquista europea. El régimen feudal, respondía con balas, tiñendo de sangre los campos. En las ciudades, el pueblo luchaba contra la dominación política y económica, de la oligarquía aristocrática que gobernaba el país.
Esos años, estudiantes y trabajadores, marchaban por la recuperación de los recursos naturales en manos extranjeras, reforma agraria para acabar con el régimen feudal, nacionalización del petróleo y otras demandas sociales. La respuesta era, represión policial, persecución y prisión masiva de líderes, reclusión en selva inaccesible e islas, torturas, deportaciones, asesinatos, incautación y quema de libros políticos, etc.
En las universidades y foros políticos se debatía sobre la necesidad de acabar con el régimen aristocrático de opresión y sus injusticias. Muchos proponían una revolución por la vía de las armas, mientras otros, consideraban que no había condiciones objetivas y subjetivas. Pero la situación era apremiante, y todo quedaba en palabras, sin pasar a los hechos. Las discusiones eran interminables.
De pronto, el 15 de mayo de 1963, una noticia estremeció al país. El laureado “Poeta joven del Perú” Javier Heraud, cayó fulminado por disparos a mansalva, en el río Madre de Dios, cuando cumplía una misión guerrillera. ¿Qué hacía por allí?, se preguntaban todos. Ignoraban que se había decidido por la insurrección armada para lograr una patria socialista.
La fundición de la muerte acabó con sus ilusiones, pero abrió una fuente inmarcesible de sus virtudes literarias y revolucionarias, de la que beben, sucesivas generaciones emulativas. Por eso, Javier siempre está presente, como el aire que respiramos. En el amor, en el coraje, en la sonrisa, en el clamor popular, en la acción revolucionaria, en la historia.
Tiempo atrás había escrito premonitoriamente su poema “El río” sin presagiar que el cauce de sus ideales lo llevaría a surcar la selva boliviana convertido en el río que su poema describe, para terminar como afluente del Madre de Dios. Tal como lo dijo en otro poema no tuvo miedo de morir entre pájaros y árboles y así, fue. “Tenía palabra de guerrillero”.
Pese al tiempo transcurrido, el pueblo no lo olvida. Innumerables promociones estudiantiles llevan su nombre y la dominación no ha podido impedir que nuevos asentamientos humanos tengan ese nombre y muchos centros educativos estatales, entidades culturales, calles y otros lugares tengan por nombre a este poeta combatiente.
Hasta en los pueblos más alejados, Javier es un símbolo de la juventud peruana y un orgullo nacional. La potencialidad juvenil en la sensibilidad social y en el amor por los pobres, sigue incólume entre los jóvenes de hoy, y no se extinguirá jamás. Los tiempos cambian y los retos son otros, pero mientras haya desigualdad social, la figura de Javier Heraud emergerá en defensa de las víctimas del sistema.
Tenía 22 años cuando brindó su vida por una patria socialista. Pero ya era un poeta nacional galardonado, profesor de inglés y literatura en el colegio Guadalupe y Melitón Carbajal, primer puesto en el ingreso a la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú, estudiante de derecho en San Marcos, delegado peruano en el Foro Mundial de la Juventud realizado en Moscú en 1961.
Para cuando obtuvo la beca de estudios universitarios en Cuba y viajó para allá a comienzos de 1962, su vocación revolucionaria por una sociedad más justa, ya estaba definida. Fidel nos visitó dos veces en la residencia de becarios y cuando nos dio la oportunidad de ayudar a quienes quisiéramos prepararnos como guerrilleros revolucionarios, Javier fue de los primeros en inscribirse. Estuvo entre los fundadores del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
De modo que, al igual que los jóvenes José Martí y Mariano Melgar, que decidieron tomar las armas para liberar la patria, Javier Heraud, tuvo la sensibilidad social más sublime al optar por lo más riesgoso, entregando la vida por una causa justa. Pero, no recordamos su heroísmo por masoquismo estéril. Lo hacemos porque renueva nuestra vocación revolucionaria y repotencia nuestra voluntad de lucha. No cesaremos hasta lograr una patria con justicia social.
Este fue también el móvil del ideario de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru II, ejecutado vilmente por los opresores colonialistas el 18 de mayo de 1781. De eso me ocuparé en próxima entrega.
(Escrito el 10 de mayo de 2022)