Servindi, 3 de abril, 2022.- Hoy compartimos una crónica que estamos seguros gustará mucho a quienes aman a los animales y han tenido o tienen mascotas.
Son historias perrunas, sobre los animalitos que acompañaron y acompañan la vida de nuestro colaborador José Luis Aliaga Pereira tanto en Lima como en Celendín.
Adoptar una mascota y cuidarla como un miembro más de la familia. Esta reacción “no es un exceso de sentimentalismo (...) “Es un acto de amor que encierra la vida misma” escribe Aliaga Pereira.
Y agrega: “sin su compañía, nuestras vidas no serían las mismas”. Si este amor por los animales y la naturaleza impregnara la vida social estamos seguros que su destino sería distinto.
Los niños y niñas nacen espontáneamente con la curiosidad y el amor, y –en consecuencia– el buen trato hacia los animales.
¿En qué momento y por qué dejamos que este vínculo afectivo se destruya y nos convirtamos en seres despiados con la vida y la naturaleza? Creemos que los niños, niñas y adolescentes deberían gobernar el mundo antes de corromperse.
Otros amores: Historias caninas en mi vida
Por José Luis Aliaga Pereira*
Samy
En la caótica Lima, muchas veces, principalmente por el tráfico, regresar del trabajo a casa te hace llegar con un genio de mil demonios. Ustedes saben a lo que me refiero. Felizmente, y es uno de los motivos por los que escribo esta nota, esos tiempos terminaron para mí.
Sin siquiera sospecharlo, la felicidad que embarga mis días al llegar a casa, la dio María, mi cuñada; ella vive en un departamento en el distrito de Pueblo Libre. Trabaja fuera de casa y no está en su domicilio durante los días laborables de la semana.
Fue un amor a primera vista. Llegó a visitarnos a la casa del distrito de San Juan, una tarde del mes de setiembre. El único que tenía la cara seria era Gonzalo, su hijo, en aquel tiempo de nueve abriles. Junto a ellos llegó Samy; aunque, en esos momentos, aún no tenía nombre.
Cuando lo vimos caminar por la casa, fue realmente un embrujo. Toda la familia lo quería acariciar y reía mirando cuando el paticorto andaba a paso de gallina con su enroscada colita sobre su espalda y las orejotas colgadas como si llevara puesto un chullo de lana de “alpaca bebé”.
Lo dejamos por quince días, nos dijeron. Los días pasaron volando; y, cuando llamaron para averiguar cómo se encontraba Samy, un coro de voces respondió: ¡Está bien; y está feliz!
Samy, en el depa María, se había portado mal. Había destrozado sandalias, zapatos, zapatillas y hasta un pequeño pero costoso mueble.
Las llamadas se repitieron por varias semanas. María querían asegurarse si Samy se adaptaba a la familia y viceversa. Así fue. Moviendo la cola y dando saltos, Samy comenzó a recibir a cada miembro. Ni bien se percataba de que alguien llegaba, iba en busca de cualquier objeto y, llevándolo en su hocico, lo invitaba, muy graciosamente, a jugar. Será por ello que, por unanimidad, fue bautizado con el nombre de Samy, una palabra quechua que quiere decir felicidad.
A medida que iba creciendo el pelaje de Samy se ponía brilloso y acentuaba su color (marrón, negro y blanco); pero también crecían sus travesuras y engreimientos que, poco a poco, se pudieron controlar.
Samy es de un carácter tranquilo y de cara dulce; es terco, desobediente y juguetón. Sus ojos son muy expresivos y lo único que le falta es hablar. Al mirarlo, triste o alegre, a veces pienso que es verdad lo de la reencarnación. En tiempos, cuando no era más que un cachorro, todos lo podían llevar en sus brazos. A sus tres años, está gordito y es muy difícil de cargar.
Bella y Sansón.
Chiquitín
Fue una llamada telefónica la que me alertó de la aparición de una nueva mascota. Mi esposa llamó al trabajo para contarme que en el jardín de la casa habían abandonado a un cachorro. Gaby, mi hija, fue testigo del hecho. Ella contó que vio a un señor “mayor” dejar “algo” en el jardín, cerca a la ventana; pero que, cuando salió a ver de qué se trataba, el señor había desaparecido, sorprendiéndose con el hallazgo de un perrito de más o menos un mes de nacido. Fue todo un acontecimiento. —Si deciden adoptarlo, —aconsejé por el hilo telefónico—, tienen que pensar en Samy; él se da cuenta de todo, y se pondrá celoso si algún extraño invade su territorio.
La experiencia con Samy hizo que la familia estuviera de acuerdo en acoger a este nuevo integrante. Creo que toda persona que tenga una mascota comprenderá que esta reacción no es un exceso de sentimentalismo. “Es un acto de amor que encierra la vida misma”.
El día en que María decidió dejar a Samy, lo hizo con todas las de la ley: con su respectiva Tarjeta de Atención Médica firmada por un veterinario, en la que se anotan todas las vacunas correspondientes y, aparte de su edad, de su peso, de su raza y tamaño, también se apuntan las enfermedades y su respectivo tratamiento, si los hubiera, durante su vida. La Tarjeta de Atención Médica, como ustedes imaginarán, es una pequeña libreta igual a la que los humanos usamos para atender nuestra salud en cualquier hospital.
El nuevo cachorro estaba flaco, desnutrido, lleno de pulgas y parásitos; por lo que, aparte de visitar al veterinario y abrirle su Tarjeta de Atención Médica, se lo tuvo que mantener separado de Samy, por varios días.
La atención de la familia giró alrededor de la pequeña mascota. ¿Dónde está el chiquito? ¿Dónde se encuentra chiquitín? preguntaban todos al llegar.
Por estas interrogantes que repetían la palabra chiquitín, el cachorro quedó con ese nombre para siempre.
Al comienzo, a consecuencia de la llegada de Chiquitín, nadie prestó atención al comportamiento de Samy; pero, cuando observamos que no era ajeno a este hecho, ya que nos perseguía a cada momento y quería ver qué es lo que ocasionaba tanto alboroto, todos, absolutamente, se deshicieron en explicaciones: “Es tu hermanito”, le decían. “No te preocupes a ti también te queremos”, le hablaban acariciando su lomo.
Ante tanta deferencia, Samy, parecía razonar de esta manera: “No es nada, el Chiquitín necesita de cuidados, no hay problema”. E incluso, a veces, se acercaba y trataba de oler, con su húmedo hocico, al cachorro que permanecía durmiendo, envuelto en suaves paños, dentro de una pequeña caja de zapatos.
Fueron días de mucha preocupación. Todos temíamos que Samy maltratara a Chiquitín; pero, felizmente, la tranquilidad llegó cuando Chiquitín comenzó a caminar y observamos que Samy lo perseguía y cuidaba como un verdadero padre. Samy lo acariciaba con las patas, lo dejaba que montara sobre su barriga y hasta lo empujaba con el hocico y hacía caer con suma delicadeza sobre el piso. Ahora que ambos están mayores, vemos que esa consideración continúa. Cada vez que Chiquitín lo sorprende bebiendo agua, Samy deja que introduzca su hocico en el plato, hasta que haya saciado su sed.
Chiquitín es un perruno de pelo grueso, crespo y color crema. Tiene los ojos pequeños y mirada que enamora. Mila, mi sobrina, le enseñó a saludar con un beso. Desde entonces, cada vez que alguien llega, no descansa hasta sentir la frescura del roce de su hocico. En mi caso es la frente que recibe el cariñoso y húmedo halago.
Samy y Chiquitín son parte de nuestras vidas. Ambos respetan la rutina de cada miembro de la familia. Saben, por ejemplo, cuando llega la hora de salir al trabajo y cuándo es la de ir a dar una vuelta por el parque. Para el primer caso se acomodan al fondo del pasillo de la casa, y no tienen más remedio que seguir con la mirada al que sale hasta que éste desaparece cerrando la puerta que da a la calle. En el segundo caso es todo un espectáculo: Chiquitín salta y alegra, mientras que Samy se esconde esperando ser mimado con ruegos y canciones infantiles, para luego salir con la cabeza gacha y los ojos de niño molesto.
En realidad, en casa, no sabemos si son nuestros guardianes o nosotros los que cuidamos de ellos; pero, de lo que si estamos seguros es que, sin su compañía, nuestras vidas no serían las mismas.
Carl Zuckmayer, guionista cinematográfico y escritor alemán, dijo en cierta oportunidad que: “una vida sin perro es un error”. Otro escritor, del que en estos momentos no recuerdo su nombre, afirmó: “qué hermoso sería morir acariciando a tu mascota”. Yo agregaría, a esta última aseveración: "...y que, en esos instantes, te lamiera las orejas y los cachetes".
Samy se ha marchado…
El 24 de abril de 2018, el médico que lo atendía le diagnosticó cáncer al vaso e insuficiencia renal. Estuvo en observación casi 24 horas; el galeno, previa consulta con la familia, recomendó hacerlo dormir.
Eran las 6. 55 de la tarde; Samy se marchó de este mundo, en silencio y sin dolor. Después de un pequeño homenaje, fue sepultado, a dos metros bajo tierra, en el parque del frontis de la casa. Una gran pena invadió el corazón de la familia…, las mejillas de todos se inundaron de llanto.
El viaje inesperado de Sansón
Murió sin quejarse. Se acomodó en su cama color marrón y allí espero a la pelona. Nada de su comportamiento indicaba sufrir de enfermedad alguna. Murió de viejito.
Hace dos días gozó de su última caminata. Trenzó sus piernas delanteras, digo eso porque ya frisaba lo que en nosotros serían los 90 años. Sí, ya se esforzaba en la rutina, acompañando a los que diríamos sus nietos: Bella y Argos. Ellos no sintieron, al parecer, lo que pasaba. Después de este día de ejercicio y de tomar, como todos las mañanas agua, se acurrucó en su cama y comenzó a vivir sus horas finales sin que nosotros nos diéramos cuenta. Más que dormía, descansaba, algo normal en su rutina de deportista canino. Nunca más se levantó. A la hora del almuerzo, por más que se le habló para que se levantara de su cama color marrón e intentar ponerlo de pie; ya no pudo hacerlo. Caía. Lo acostamos para que pudiera seguir descansando. "Quizás se recupere", pensamos. Hace unas semanas sucedió lo mismo, después de unas horas se levantó y continuó con su peculiar y casi silenciosa existencia. No acostumbraba ladrar hasta que llegó Argos y quizo marcar terreno y varonía con un ladrido medio raro, le salían "gallitos".
Como ya lo dijéramos en anteriores oportunidades, Sansón, conocía Celendín como a la palma de su mano. Sabía dónde estaban ubicados los semáforos y respetaba sus colores para detenerse o pasar la calle.
El 5 de diciembre de 2017, escribí lo siguiente, en homenaje a Sansón y Bella, una hermosa perrita:
En la morada que acoge a la familia en Celendin, como muy bien lo hace a todos la Mamapacha, viven dos canes casi del mismo color: beige claro.
Sansón, lo nombro en primer lugar por ser el de mayor edad, lleva sobre sus patas cortas más de catorce humanos años; mientras que Bella aún no cumple los dos abriles.
Hoy ha sido un día especial para la damisela canina que hace poco llegó de la estresante Lima: me acompañó a trotar por donde siempre lo hago. Bella es muy inteligente, no pierde el paso y avanza junto a mí como la obediente soldadesca de un cuartel en el que "la letra con sangre no entra". Sansón, que no tiene mucha fuerza ni el pelo largo, por su experiencia y buen comportamiento, sería un sub oficial superior si no fuera porque a las dos o tres cuadras de iniciar el trote, sin pedir permiso, abandona la carrera y desaparece en el primer descuido. Sansón conoce muy bien las calles y el trafico de nuestra provincia. Bella, en cambio, no puede hacer lo mismo por andar a mi lado izquierdo sujeta de una suave correa color fucsia. Ella es muy traviesa e inocente, por lo que, si se le ocurriera cruzar sola la pista, en el primer intento sería arrollada ipso facto por una discoteca rodante, me refiero a las mototaxis.
En estos días, Bella y yo, estamos experimentando cosas nuevas; ella, por ejemplo, ya comprende que no debe ladrar a sus colegas que encuentra por la calle para que ellos tampoco la molesten. En cuanto a mi persona tengo que apurar el paso porque Bella tiene un físico envidiable y corre sin descanso tanto la ida como la vuelta, desde el Jr. Junín hasta la tercera curva del silencioso Jelig.
A correr se ha dicho...
El retorno de Chanchoni
No, Chanchoni —su nombre vedadero es Sansón, de cariño le decimos Chanchoni— no es el hijo pródigo, como cuenta la historia de cierto personaje. Estuvo en sus cuarteles de invierno más de tres meses. Si hubiera sido humano, como nosotros, hubiese retornado con botas, sombrero shilico, poncho al hombro y machete al cinto, porque estuvo en las afueras de Celendín, en la zona rural. Pero Chanchoni es un perro, como los hay muchos, y ha regresado con las patas y barriga embarradas, y rascándose hasta las orejas. Si hubiese nacido humano, repetimos, Chanchoni, se hubiera dado un baño en la ducha, con agua tibia, temperada; pero no; el chapuzón de Chanchoni fue en una tina entibiada por el sol.
El 99% de familiares estamos contentos con la llegada de Chanchoni, junto a su manada (lo siento por lo que dice la "Real Academia": JAURIA, no me gusta). La única que aún no asimila su llegada es Bella, su compañera. Será por la edad o seguramente, Bella piensa en un apuesto y joven galán con armadura incluida. Es lamentable, esos cuentos ya no existen. No son de acá. Chanchoni es un viejito que camina casi a tientas y arrastrando las patas.
¡Bienvenido, Chanchoni!
...
Ha fallecido Sansón, se ha ido y esperó la muerte sin temor. Esa tarde, sospechando lo que podría pasar, fui al veterinario para consultar cómo podríamos hacer para que no sufriera, o si es que se alargarían sus días sin poder ponerse en cuatro patas. "Hay que esperar un par de días", aconsejó el galeno de mascotas y toda clase de animales. Al regresar encontré, en el garaje vecino en donde guarda su vehículo Moisés, mi hermano que llegaba de San Marcos y conté le que estaba pasando. "Es un viejito" —me dijo—. Tal vez no sufra".
En la noche salí, como a veces hago, a caminar por la plaza mayor. En este trajín recibí la llamada fatal. Eran las 9 p. m.: Sansón marchó a la eternidad. Mi hermano es un santiguador de primera. Antes de ir a descansar se acercó a nuestro fiel amigo, le hizo la señal de la cruz y toda la ceremonia de buen curioso en estos menesteres. Me cuentan que al minuto, se dio un estirón como los que se daba al momento de levantarse para ir a trotar. Así se despidió. Ahora trenzará las patitas invisibles de su alma por el azul oscuro y profundo de la eternidad.
¡Guardemos un minuto de silencio, por favor!
¡Hasta pronto, queridos, Samy y Sansón!
Sobreviven: Chiquitín en Lima; Bella y Argos, su amigo y único amante, en Celendín.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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Fuente de la imagen: Gtresonline
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