Perturba que en estos tiempos electorales y en el fragor de la contienda por la presidencia se alimenten resentimientos y se mantenga como rehenes de su pasado a los pueblos étnicos.
Rehenes de su pasado
Por Efraín Jaramillo Jaramillo*
29 de octubre, 2021.- Todo alegato sobre la multiculturalidad de la Nación colombiana pasa por discurrir sobre la catástrofe demográfica y el etnocidio de la población aborigen durante la conquista y colonización españolas, y también de la llegada a América de miles de africanos, arrancados de sus comunidades nativas, para trabajar como esclavos en minas y haciendas del nuevo mundo. Lo sucedido en este período histórico aciago, quedó marcado de forma indeleble en la memoria de estos pueblos, hasta el punto de que todo lo que ha sucedido desde entonces, lo expliquen de forma trágica sus descendientes, deduciendo que la historia de América es un resultado de colisiones entre buenos y malos, donde siempre han triunfado los malos.
Un resultado contraproducente de esta representación trágica de su historia, es que simplifica la complejidad del desarrollo de la Nación colombiana
Perseguidos desde entonces por estos funestos acontecimientos, han terminado convertidos en rehenes de su propio pasado. Un resultado contraproducente de esta representación trágica de su historia, es que simplifica la complejidad del desarrollo de la Nación colombiana. Sobre todo, dificulta distinguir el lugar que actualmente le corresponde a cada una de las colectividades sociales y étnicas que conforman esta Nación: negros, indígenas, mestizos y blancos.
No es inteligente y ha sido nefasto crear antagonismos, que una vez puestos en marcha, no es fácil desmontarlos. No basta entonces —lo que es moda del momento— derribar estatuas para deshacer una adulteración histórica; esto es sencillo. Suprimir esos antagonismos de la mente es lo difícil. Alguien sabe ¿cuántas vidas ha cobrado ese pasaporte ideológico para matar o morir que ha significado el lema “liberación o muerte”?
¿cuántas vidas ha cobrado ese pasaporte ideológico para matar o morir que ha significado el lema “liberación o muerte”?
En contraste con esta visión fatalista de la historia, en Colombia han sucedido muchas cosas buenas para los pueblos étnicos. Basta solo nombrar tres hechos de las últimas décadas:
- Las luchas del legendario rebelde indígena nasa Manuel Quintín Lame, que impidieron que fueran extinguidos los resguardos indígenas del Cauca;
- la emergencia del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) —y el resto de organizaciones indígenas regionales y zonales del país—cuyas exitosas luchas pusieron fin a la servidumbre del Terraje y de paso derrotaron a una clase terrateniente que había usurpado sus tierras.
- Por último, la refrendación de derechos de los grupos étnicos en la nueva Constitución política de 1991, que abrió el espacio para que se reconocieran más de 5 millones de hectáreas, como territorios colectivos de comunidades negras en el Pacífico colombiano.
Un alegato en favor de esta esperanza que se abre, debiera contener también una mirada sobre las fallas de su dirigencia y las heridas que estos pueblos se han infligido a sí mismos, que tienden a olvidarse. En esto es manifiesta la falta de grandes pensadores que reflexionen con profundidad crítica la situación actual de sus pueblos. Pero es evidente, que ofrece más réditos políticos, descargar a otros, la culpa de sus propias falencias.
Por esto es que asombra que haya líderes —por lo regular poco competentes— de los pueblos étnicos, empeñados en revivir permanentemente esa visión catastrófica de la historia, mostrando las cosas en blanco y negro, sin destacar estos logros, que han abierto espacios institucionales para continuar luchando. Ciertamente, el resentimiento no ha sido un buen consejero para motivar nuevas esperanzas en los movimientos étnicos.
Lo que no asombra, pero si perturba, es que en estos tiempos electorales y en medio de la efervescencia y fragor de la contienda por la presidencia, sea materia propicia para toda suerte de populismos, alimentar resentimientos y mantener rehenes de su pasado a los pueblos étnicos.
En síntesis, la división entre buenos y malos, entre ángeles y demonios es una visión maniquea, que es “accesible para cualquier clase de inteligencia, especialmente cuando hay poca. Los grises exigen pensar mucho y por eso es más fácil pensar en blanco y negro, eliminando la complejidad. El simplismo para analizar la historia es aterrador, pero hay que decir que tiene una eficacia enorme” (Elvira Roca).
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* Efraín Jaramillo Jaramillo es antropólogo colombiano y director del Colectivo de Trabajo Jenzera, un grupo interdisciplinar e interétnico que acompaña esfuerzos organizativos de indígenas, afrocolombianos y campesinos.
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