Servindi, 29 de agosto, 2021.- Este domingo compartimos el relato "Zapatos punta de acero" sobre la violencia contra la mujer, un problema arraigado en sociedades machistas y discriminadoras.
El texto escrito por nuestro habitual colaborador José Luis Aliaga Pereira fue publicado en 2021 en una edición especial de la revista editada por la Municipalidad provincial de Celendin.
El relato puede ser una herramienta muy útil para promover el debate sobre el impacto de la violencia contra la mujer en su salud física y mental en reuniones y talleres de reflexión.
Como lo explica el autor en unas líneas sobre el tema este tipo de agresión puede llevar a las mujeres hasta la locura o el suicidio. La violencia se inicia con el insulto, las agresiones, el contacto sexual no deseado.
Y este tipo de violencia se produce tanto en los hogares carentes de recursos económicos como en el que gozan de ellos.
Y afectan a las mujeres involucradas, a los hijos, familiares y comunidad, ocasionando daños severos a largo plazo e incluso la muerte.
Un estudio realizado por el Observatorio Nacional de Política Criminal indica que el perfil del feminicida peruano es un hombre común cualquiera, que actúa de acuerdo a los cánones sociales patriarcales y machistas, arraigados y difíciles de cambiar.
- Ver nota: ¿Cómo son los femenicidas en el Perú?
"Al poder le conviene dividir con el machismo"Nos enorgullece saber que José Luis Aliaga Pereira intervino en el II Coloquio Nacional de Masculinidades celebrado en Lima, los días 17, 18 y 19 de octubre de 2019 en la Pontifica Universidad Católica del Perú (PUCP). En aquella ocasión –entre otras cosas– dijo: «Voy a iniciar mi intervención contándoles algunas anécdotas que han llegado a mi mente a propósito de este evento. Como ustedes lo saben, estas situaciones no se dan desde hace uno o dos años, sino de muchísimo antes. Los crímenes, los atroces feminicidios, han rebasado el vaso y las reinvindicaciones en este aspecto se están haciendo notar de manera contundente. A mi parecer, nunca, nadie, las podrá detener. El machismo es prepotencia, es abuso. Las mujeres abusadas por lo general callan, se humillan ante este poder. Sufren. De igual manera pasa con las personas LGTB. Mucho más fuerte pasa en los lugares donde el poder quiere imponer sus proyectos extractivos, hidroeléctricos y otros, desprecian el saber de los pueblos y nuestras apuestas de desarrollo; enfrentándonos así al poder patriarcal, al poder económico explotador y depredador y al poder colonial racista. En los pueblos en lucha como el caso de Celendín, al poder le conviene dividir con el machismo, que la mujer sea sometida, que continúe siendo tratada como símbolo sexual, ninguneada. La intervención de la mujer en las luchas sociales ha demostrado ese valor reprimido que en los machistas genera temor. La mujer, en lugares de conflicto, como pasa donde se desarrolla el extractivismo minero, tiene que luchar doblemente; primero vencer los celos... de sus compañeros (...) luego, en la defensa de su territorio, desafiar y vencer a otros machistas como los trabajadores y miembros de seguridad de las empresas, las autoridades corruptas, periodistas y pobladoras/es coludidos, policías y militares, entre otros. En las alturas de Conga vive Máxima Acuña, una mujer valiente que ha enfrentado a la todopoderosa minera Yanacocha. Ella y su familia han sido, y siguen siendo, acosadas por la empresa minera. Cuando han tenido que salir fuera de su hogar por diferentes motivos, muchas veces, se quedó cuidando la casa el esposo; porque los miembros de seguridad que cuidaban un corral de alpacas que la minera había construido, con ese pretexto, para vigilar a esta familia, que se resistía a abandonar sus tierras, estos trabajadores de minera Yanacocha, malograron sus sembríos, mataron sus animales y cometieron otros abusos que fueron denunciados en su debido momento, pero que siguen repitiéndose impunemente. Es en estos días, repito, que uno de ellos, empleado de la minera, aprovechaba, con mucha astucia, para acercarse al esposo y cuestionarlo, después de entablar cierta confianza, diciéndole: "¿Qué clase de hogar tienes? En un hogar normal, el que manda es el esposo. ¿Qué clase de marido eres?" El poder, en nuestro país, sabe muy bien qué significa la igualdad que buscan los movimientos feministas y ahora de masculinidades: la liberacion de la mujer en todo sentido; es ese su temor. Se han preguntado ¿quiénes son los que organizan y promueven este grupo, opositor a la defensa de la reivindicación de las mujeres?: "Con mis hijos no te metas". La respuesta es clara: ¡son los fujimoristas y los que de manera diabólica manejan la religión!, grupos con intereses particulares que no les importa transformar las injusticias que vivimos producidas por este sistema capitalista depredador, patriarcal, machista y racista, porque este sistema sirve a sus intereses. "Con mis hijos no te metas" también llega a los pueblos para dividirnos en nuestras luchas, con información falsa, que genera odio. He asistido a varios talleres de masculinidades. Son eventos que se deben dar permanentemente con estrategias adecuadas para cada lugar, siempre con ejercicios vivenciales como el abrazo, el juego corporal, con técnicas planificadas para cada caso que, combinado con el discurso, desaparece la desconfianza, nos hermana. A nivel de la organizacion y pueblo de Celendin, me permite pensar y aprender que la violencia, cuando empieza, nunca acaba, genera más violencia. Lo vemos en nuestra misma sociedad. Dividida por ese motivo. La defensa de la vida, salud y dignidad de nuestros pueblos tiene que ser pacífica, respondiendo, eso sí, con firmeza como lo ha hecho el pueblo ecuatoriano recientemente. Nosotros/as/es, lo digo de manera tajante, no queremos minería en las cabeceras de cuenca que nos brindan el agua y alimenta a nuestros pueblos, no queremos comunidades enteras desplazadas e incluso ya no desplazándolas sino dejándolas a su suerte, que mueran poco a poco contaminadas por metales pesados. Todas/os/es tampoco queremos machismo en nuestras vidas». |
Zapatos punta de acero
Por José Luis Aliaga Pereira*
Después del sepelio, doña Soraida, regresó más tranquila. Domitila, la empleada de casa, la miró de reojo. Soraida parecía más alegre que cuando su esposo estaba vivo. La miró de nuevo; pero, esta vez, aprovechó el gran espejo de la sala en el que el esposo solía arreglarse la corbata, hundir el estómago, apretarse el cinturón y contemplarse largo rato, antes de salir a trabajar.
Soraida ingresó a la habitación que habia compartido, casi todas las noches, con su esposo; después, llamó a la empleada.
Domitila, conocía ese tono de voz, era voz de contenta, de alegría; pero de una alegría que la sentía más intensa, más alegre, como si lo que había sucedido, el fallecimiento de su esposo, fuera, un premio, un hermoso regalo.
— Dígame, señora.
— Recoge todas sus cosas y prendele fuego. Ningún recuerdo quiero de él.
No habían podido tener bebés. Él la culpaba a ella y todas las peleas y discusiones giraban en torno a ese tema. Hasta había llegado a golpearla con puñetes y patadas. "¡Quiero un hijo, maldita úrua!
Primero, colocó, la docena de sacos de diferentes colores y calidades, en la base de la chimenea; luego las camisas, junto a los buzos que el patrón usaba en los días feriados. Después, la ropa interior y, al final, las sandalias, zapatos y zapatillas.
De los enseres separó un par de zapatos negros que la señora había regalado a su esposo. Eran zapatos punta de acero que el esposo se calzaba como acariciándolos, sonriente y canturreando. "De esos zapatos quiero para mi Antonio", pensaba Domitila, cada vez que los veía en los pies del ahora difunto.
Los zapatos, estaban casi nuevos. Terminada la tarea, la empleada, los guardó en su bolso. "Éstos serán ricos —pensó—, pero están locos, locos de remate".
El trabajo la entretuvo casi toda la tarde. Felizmente se dio tiempo para preparar el almuerzo y los eventos como los entierros o sepelios no se realizaban en sus casas, como acostumbraban en su tierra. "Alquilan un local, acompañan unas horas, y a dormir a casa". "Estos ricos si que son fríos, no se quieren".
Domitila se dirigió a su cuarto, se dio un ligero baño para después dirigirse al dormitorio en el que Soraida descansaba. Tocó la puerta.
— ¡Adelante! —dijo Soraida.
— Señora, ya me estoy retirando.
— Gracias Domitila, mañana vienes más temprano.
— Bien, señora; pero, ¿podría hacerme un favor?
— Dime, Domitila.
— De todo lo que estaba quemando, separé el par de zapatos punta de acero, ¿me los podría obsequiar?
De pronto, la señora, alzó cabeza y ojos, violentamente.
— ¡Te ordené que quemaras todo, incluyendo los malditos zapatos! ¡No quiero que vivan! —su semblante y tono de voz habían cambiado.
Domitila, dio media vuelta, encendió la chimenea que aún estaba caliente, y tiró el par de zapatos al fuego.
Un raro sonido se escuchó entre las llamas de la chimenea. En esos momentos apareció Soraida. Se acercó a Domitila y pasó sus manos suavemente por sus hombros.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de la empleada. Se colocaron frente a frente.
— Quiero que me comprendas, Domitila —la señora bajó el tono de su voz, habló como avergonzada.
— Tu no sabes —le dijo, moviendo la cabeza a los costados—. Esos zapatos tienen mucho que ver con mi desgracia.
— No entiendo, señora.
— Yo misma fui la que le obsequié. Las pateaduras que él me daba hicieron que pierda mi bebé.
— ¡Oh, señora! —atinó a decir Domitila.
— ¡Déjalos que ardan en el infierno!
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendín, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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