Servindi, 13 de junio, 2021.- ¿Qué hace a un hombre un asesino? se pregunta Luisa Fernanda Calderón, en el artículo Matar a un perro, matar a un hombre, que reseña los cuentos de la escritora argentina Samanta Schweblin.
La escritora relaciona la violencia humana con la supuesta inconsciencia animal y en sus cuentos hurga en lo profundo del alma a través de la locura de sus personajes.
Milan Kundera afirma que René Descartes dio un paso decisivo en esa dirección al disociar al hombre de los animales y hacerlo “señor y propietario de la naturaleza” y negar que los animales tuvieran alma.
Para Descartes –afirma Kundera en La insoportable levedad del ser– el animal es una máquina viviente, “machina animata”. Si el animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal.
"Cuando chirría la rueda de un carro, no significa que el eje sufra, sino que no está engrasado. Del mismo modo hemos de entender el llanto de un animal y no entristecernos cuando en un laboratorio experimentan con un perro y lo trocean vivo" escribe Kundera sobre Descartes.
María Luisa Fernanda observa que no solo los animales han sido filosóficamente tratados como seres distintos a nosotros. En la Segunda Guerra Mundial, los judíos eran asimilados como ratas que debían eliminarse de la faz de la tierra.
"Samanta Scweblin no habla sólo del perro; se habla del hombre, o mejor dicho, el que ya no es tratado como hombre, porque la civilización lo ha barbarizado; lo ha hecho creer que no tiene nada" escribe Fernanda.
Traemos todo esto a colación de la crónica "Seudónimo" de José Luis Aliaga Pereira sobre un perrito asesinado por un jefe policial y su dueño en un claro abuso de poder, de corrupción y tendencia delictiva de nuestras autoridades.
El relato pertenece al libro "Grama Arisca. Cuentos, relatos y anécdotas" que a pesar de la brevedad de los textos que lo componen expresan sabiduría y vivencia popular, y pueden motivar reflexiones muy humanas y profundas.
Seudónimo
Por José Luis Aliaga Pereira*
De la noche a la mañana, Jacinto, un audaz desafortunado, amaneció con aires de funcionario público, como si fuera uno de los hombres más importantes del pueblo. Deambulaba, de un lado para otro, con el Alférez Comisario y nadie se podía explicar el nexo que los unía. Pero como todo en la vida, tarde o temprano se descubre; la verdad de esta relación salió a flote una mañana.
— Mamá, ¿dónde está Seudónimo — preguntó Jacinto recorriendo todos los rincones de la casa—. ¡Hoy lo mato! —dijo—. Tú eres testigo. Lo que ha pasado es imperdonable. ¿Cómo es posible? Está bien que haya dejado llevar una planta, pero se han llevado hasta las más verdes. Se han llevado toda la plantación, y Seudónimo no hizo nada para impedirlo. ¡Es su cómplice!
Jacinto lo buscó por la pequeña huerta; cruzó la cerca que lo rodeaba y fue a ver si dormía donde siempre, detrás del sauce que crecía inclinado, con el tronco rozando el suelo, casi convertido en natural puente sobre la zanja del solar vecino.
Seudónimo, al ver acercarse a su amo, movió la cola, alegre. Jacinto lo llamó con cariño y, en silencio, como acariciándole lo maniató con la soga que llevaba envuelta a la cintura, para después llevarlo, cargado, como a un bebé. “Esto será como una advertencia —pensó—. No lo volverán a repetir.”
Al siguiente día, por la tarde, Jacinto llegó a su casa, con los ojos enrojecidos y riéndose de la nada como un loco.
—Ja, ja, ja —se carcajeaba—. ¿Cómo se te ocurre, mamá, ir a quejarte a mi amigo el Comisario? Si él también está en la nota. Él ha jalado la soga de un extremo y yo del otro. Hubieras visto a Seudónimo cómo pataleaba. Mientras más le apretábamos el cuello, más pataleaba…ja, ja, ja.
La señora lo miró asustada y recordó la escena con el Comisario, cuando le enseñó el cuerpo inerte de Seudónimo que colgaba de una soga en el poste de la cerca, a un metro de donde se habían robado las plantas. Era el mismo cuadro: El Alférez reía a carcajadas: —Ja, ja, ja, ¿sabe cómo se llaman las joyas que se llevaron señora? —preguntaba el Comisario y se respondía a si mismo, mientras caminaba como un borracho, haciendo tintinear las espuelas que lucían en los talones de sus brillantes y lustradísimas botas color negro -. Cannabis sativa, señora, cannabis sativa.
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* José Luis Aliaga Pereira (1959) nació en Sucre, provincia de Celendin, región Cajamarca, y escribe con el seudónimo literario Palujo. Tiene publicados un libro de cuentos titulado «Grama Arisca» y «El milagroso Taita Ishico» (cuento largo). Fue coautor con Olindo Aliaga, un historiador sucreño de Celendin, del vocero Karuacushma. También es uno de los editores de las revistas Fuscán y Resistencia Celendina. Prepara su segundo libro titulado: «Amagos de amor y de lucha».
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Fuente: Del libro "Grama Arisca", Grupo Editorial Arteidea EIRL, Lima, Perú, abril de 2013, páginas 51 y 52.
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