El concepto de “alternativa” no sólo implica ofrecer más de una opción para escoger, sino que además conlleva asegurar la capacidad para poder elegir. Nada de esto se acota al momento electoral, sino que obliga a una agenda de las organizaciones ciudadanas que atiende a la elección pero lo haga en un proceso de más largo plazo, más allá del día de la votación. Una democracia vigorosa necesita de esos aportes, críticas y alertas desde organizaciones ciudadanas independientes de los vaivenes partidarios.
¿Votar al menos malo? Los desafíos para las organizaciones ciudadanas ante la política y el desarrollo en Perú
Por Eduardo Gudynas
17 de mayo, 2021.- El proceso electoral peruano alimentó muchas esperanzas en que sirviera para superar la crisis política e institucional del país. Pero una vez conocidos los resultados, en muchos casos prevaleció el desconcierto o el desasosiego, y no fueron pocos los que sintieron que la segunda vuelta les imponía escoger entre dos opciones que no les entusiasman, o que algo deben hacer para evitar un regreso del autoritarismo.
Esta situación impone enormes desafíos para las organizaciones de la sociedad civil, incluyendo bajo esa denominación a redes, asociaciones, ONG o centros de investigación. Se mezclan cuestiones que refieren a las dinámicas más profundas que afectan a la política peruana en amplias escalas de tiempo, y otras que son más superficiales y coyunturales. Es en estas últimas donde se insertan urgencias tales como si las organizaciones ciudadanas deberían apoyar o no a un candidato, o si deberían o no incidir en sus equipos técnicos.
Reconociendo que esos planos están entrelazados, seguidamente se comparten algunas reflexiones que aluden a aspectos conocidos y se rescatan enseñanzas desde las experiencias en países vecinos, resumidas a partir de un documento más largo que acaba de ser publicado. Es una mirada desde un afuera, tanto con lo positivo como con las limitaciones que ello encierra, pero enmarcadas en el papel de una sociedad civil autónoma, por lo que en cierta medida resulta en lecturas a contracorriente, buscando salir de los slogans simplistas.
Elegir bajo la desconfianza y el desinterés
Es necesario tener presente las particularidades del contexto peruano, donde en las recientes elecciones en realidad todos perdieron. No puede decirse que hubo ganadores. Castillo obtuvo solamente el 20 % de los votos, Fujimori el 13 %, y los dos candidatos siguientes estuvieron en el orden del 11 %. La opción más representada fue el ausentismo (30% de los habilitados a votar no lo hicieron), y los votos nulos y en blanco (esos votos suman un 18.6 %).
Estamos ante una desconfianza, desinterés y hasta el rechazo de enormes mayorías por todo el elenco político partidario y sus organizaciones. Más que votos a favor de unos y otros, casi una mitad de la población rechazó todas las opciones o no siente interés por ningún candidato. Se puede estimar que un poco más de 10 millones de electores mostraron esa prescindencia o rechazo. Esta erosión alarmante de la confianza y participación en los mecanismos y estructuras de la democracia contemporánea se ha agravado desde hace años y es bien conocida.
Al mismo tiempo, entre los votantes las preferencias están marcadamente volcadas a la derecha del abanico político. En efecto, si se suman los votos de las opciones partidarias ubicadas en ese extremo, el panorama es alarmante. Más de cinco millones de personas votaron al conjunto de Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País (representando casi el 37 % de los votos presidenciales válidos), y si a éstos se les agregan otros partidos que obtuvieron menor respaldo, podría argumentarse que casi la mitad del electorado está volcado hacia la derecha partidaria. Esa proporción es similar a lo que ocurrió en la primera vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil de 2018, cuando Jair Bolsonaro obtuvo el 46% de los votos.
A su vez, ese escoramiento tan marcado hacia la derecha, hace que las opciones que dentro de Perú se interpretan como “izquierda”, en otros países sería parte del centro o del centro izquierda. En efecto, muchos de los cambios que proponen Juntos por el Perú (con Verónika Mendoza) y el Frente Amplio (con Marco Arana), corresponderían a un “centro” político de amplia aceptación en países como Argentina, Brasil o Uruguay.
Estas condiciones donde se mezclan la desconfianza y el desinterés imponen unos enormes desafíos para las organizaciones de la sociedad civil. Es que discutir desde las estrategias de desarrollo hasta la plenitud de los derechos humanos, requiere de una política que funcione. Las alternativas no se lograrán si prevalece ese desinterés. Y si bien, ese problema es conocido por momentos parecería que muchas organizaciones de la sociedad civil no lo asumen, y responden con acciones que pueden ser útiles en la coyuntura pero agravan esa desconfianza en el mediano plazo. Apostar por uno u otro candidato no implica solucionar esos problemas de fondo.
al contrario de lo que repite la prensa convencional, el radicalismo no está en la izquierda ni en sus propuestas de cambio, sino en el dogmatismo conservador
Abordar muchos de esos problemas no es sencillo por el radicalismo que imponen, por ejemplo, varios medios de comunicación. Es que al contrario de lo que repite la prensa convencional, el radicalismo no está en la izquierda ni en sus propuestas de cambio, sino en el dogmatismo conservador. Ese escoramiento a la derecha ha naturalizado, además, análisis y opiniones que alcanzan niveles caricaturescos en su tono ultraconservador. Un buen ejemplo de ello son los artículos de Aldo Mariátegui, con dichos como “¿Es comunismo, dummies!”, agregando que el “grupo de Castillo es tan rojo que Cabello, Evo y Verónika Mendoza son Trump al lado”. Casi nadie apela a ese lenguaje en otros países, no sólo por la superficialidad en el análisis, sino porque ese repetido intento de asustar al electorado en realidad carece de efecto (1).
Desarrollo y extractivismos
Otra cara de esa prevalencia conservadora está en la adhesión a las estrategias de desarrollo convencionales. Una reciente encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) muestra que el “modelo económico” debe mantenerse con “algunos” cambios para el 58% de los consultados, y sólo un 33% reclama modificaciones totales. Incluso entre los que se autoubican en la “izquierda”, el 52% responde que se debe mantener el modelo pero con cambios, y el 41% demanda un cambio total (2). Eso explica la adhesión a estrategias de desarrollo extractivistas a pesar de sus impactos.
Cualquier alternativa a los extractivismos requiere de espacios políticos plurales y respetuosos, y de personan interesados en actuar en ellos. Pero eso se vuelve muy difícil bajo las condiciones de despolitización. No sólo eso, sino que no se ataca a una alternativa en particular sino que se anula la posibilidad misma que puedan existir opciones de cambio. De ese modo, la democracia se reduce a un mero ejercicio de una votación ocasional.
Esto es muy visible en el actual escenario electoral, ya que los dos candidatos desean seguir siendo extractivistas aunque lo organizarían de distinto modo. Castillo plantea un extractivismo estatista, y coloca como ejemplos a Ecuador y Bolivia. Fujimori defiende el conocido extractivismo empresarial transnacionalizado, aunque ahora le suma una propuesta de distribución directa de parte del canon minero, lo que es claramente demagógico. Al mismo tiempo, Perú Libre defiende un “extractivismo sostenible y responsable”, lo que es una contradicción en sí misma, ya que ninguna variedad de extractivismo minero o petrolero puede ser sostenible en tanto depende de recursos no renovables.
Algunos de los temas que deberían discutirse ni siquiera son abordados. Se habla mucho de la propiedad, pero en la constitución peruana recursos como los minerales o hidrocarburos ya son patrimonio nacional. En cambio, no se aborda la problemática de los acceso, donde es que ocurren los mayores problemas en la actualidad. Aún bajo los gobiernos progresistas, la explotación de esos recursos de todos modos fue transferida a las empresas privadas. Y además, como bien saben los pueblos indígenas en Ecuador y Bolivia, los impactos de las mineras y las petroleras no cesaron.
Tampoco pasa desapercibido que Perú Libre sostienen en su programa que se debe luchar “contra el ecologismo oenegero o el medioambientalismo fundamentalista”. Esta postura, y su léxico despectivo hacia el ambientalismo, es típico del progresismo (recordemos el hostigamiento a los ambientalistas por los gobiernos de Evo Morales y Rafael Correa). Esto indica que si se aplicara ese programa, los defensores del ambiente en Perú enfrentarían condiciones todavía más duras que las actuales.
Las lecciones de los debates políticos en los países vecinos
La experiencia en los países vecinos también sirve para alertar sobre un debate que está en marcha y que es relevante para Perú. En el campo de la izquierda en su sentido más general, polemizan por un lado los defensores de los progresismos, y del otro, los promotores de lo que podría llamarse una “nueva” izquierda. Los primeros defienden el progresismo tal como fue aplicado por Rafael Correa, Lula da Silva o Evo Morales. Los segundos son un grupo más laxo, que defiende una renovación de la izquierda en un sentido democrático, intercultural, feminista, ambientalista y decolonial. Allí se ubican grupos del feminismo crítico, organizaciones en derechos humanos, el ambientalismo que demanda el postextractivismo, y varias organizaciones indígenas. Muchos de sus participantes, por su vinculación con organizaciones locales, en el pasado denunciaban ciertas prácticas de los progresismos gobernantes.
En la reciente elección en Ecuador esos dos grupos estuvieron enfrentados, y a su vez se diferenciaron de la derecha partidaria convencional. El partido indígena Pachakutik, y su candidato Yaku Pérez, corresponden a esa renovación de la izquierda, y estuvo a punto de alcanzar el segundo lugar. El progresismo, liderado por Andrés Arauz, delfín de Rafael Correa, lanzó sucesivos ataques a Pachakutik a lo largo de todo el proceso electoral, tildándolo de conservador, neoliberal, espía, y más, y a la vez le reclamaba un “voto útil” en la segunda vuelta para impedir el triunfo conservador.
Así como en Ecuador se demandó un “voto útil” para impedir el triunfo conservador, lo mismo podría pedirse en Perú: votar a Castillo antes que a Fujimori en algo así como elegir entre el “menos malo”, o bien como medio para impedir el retorno del fujimorismo. Pero el caso del Ecuador muestra que una decisión coyuntural puede desembocar en limitar, a mediano plazo, la maduración de una izquierda partidaria directamente vinculada a los pueblos indígenas y a demandas por ejemplo en derechos humanos o género.
Como puede verse no se está aprovechando de la mejor manera las experiencias y lecciones de lo que ocurre en las naciones vecinas. Se enarbolan slogans simplistas con fines electorales, donde los que quisieran ser como Chile denuncian que el país se convertirá en una Venezuela chavista, mientras otros ponen a Bolivia como modelo, todos carentes de rigurosidad. Es justamente en ese nicho donde las organizaciones ciudadanas podrían brindar informaciones y reflexiones, aprovechando, entre otras cosas, los vínculos solidarios en los países vecinos.
El papel de las organizaciones ciudadanas
¿Votar al mejor o votar al menos malo? expresa una interrogante propia de la urgencia. Desde el punto de vista de las organizaciones de la sociedad civil es posible que esa pregunta no sea la más apropiada, ya que más allá de la campaña electoral y de las sensaciones de sorpresa o desaliento, la cuestión previa es determinar cuál es el lugar de esos grupos.
Cuando se llega a una disyuntiva de votar al menos malo o votar para evitar que otro triunfe, quedan en evidencia serios problemas de fondo en la dinámica de la política partidaria. Seguir uno u otro camino no resuelve cuestiones como la desconfianza con los partidos ni con las instituciones estatales. Es más, optando por uno u otro candidato, puede contribuir a mantener esos problemas.
En cambio, es desde las organizaciones de la sociedad civil donde se encontrarán aquellas que pueden actuar a ese nivel más profundo, por ejemplo para revertir esa desconfianza política. A la vez, esos grupos han sido más efectivos cuando se mantuvieron independientes de los partidos políticos, y se pueden citar varios casos que lo corroboran. Por ejemplo, considerando a Colombia, que se está inmersa en una convulsión social, las redes ciudadanas son el contrapeso más efectivo ante el gobierno conservador de Iván Duque, y además son el bastión para defender los derechos humanos, precisamente por ser independientes.
En cambio, en Brasil, muchas organizaciones ambientales apoyaron acríticamente al gobierno de Lula da Silva sosteniendo que cualquier otra opción era peor. Como se comprobó con el paso del tiempo, aquello fue un error, ya que se minimizaron temas como los extractivismos y el desempeño ambiental fue cada vez peor.
Se debe sopesar continuamente si los vínculos esenciales están con las demandas ciudadanas, por ejemplo comunidades campesinas o indígenas, con un proyecto político partidario con el que sinceramente se comulga, o bien con la necesidad de bloquear una opción partidaria que es rechazada. Una reacción a estas opciones sería responder que el papel de las organizaciones ciudadanas siempre es político, y sin duda que esto es correcto. Pero mi punto está en que el ejercicio de la política en la sociedad civil es distinto al de una organización partidaria. Asimismo, el rol de una organización es también diferente al individual; nada impide que, por ejemplo, un integrante de una ONG participe de un posicionamiento independiente en ese marco, y que a la vez sea un militante de algún partido político.
Las escalas de tiempo también son diferentes. Superar la desconfianza política llevará su tiempo, y no se resolverá en una elección (incluso, un proceso electoral puede agravar esa situación cuando prevalece la demagogia). Además, como se adelantó antes, los destinatarios privilegiados de ese esfuerzo están sobre todo en comunidades locales.
Recordemos que el concepto de “alternativa” no sólo implica ofrecer más de una opción para escoger, sino que además conlleva asegurar la capacidad para poder elegir. Nada de esto se acota al momento electoral, sino que obliga a una agenda de las organizaciones ciudadanas que atiende a la elección pero lo haga en un proceso de más largo plazo, más allá del día de la votación. Una democracia vigorosa necesita de esos aportes, críticas y alertas desde organizaciones ciudadanas independientes de los vaivenes partidarios.
Notas:
(1) ¿Es COMUNISMO, dummies!, A. Mariátegui, Perú 21, Lima, 15 abril 2021, https://peru21.pe/opinion/es-comunismo-dummies-aldo-mariategui-noticia/
(2) IEP Informe de Opinión Abril II 2021. Problemas, modelo económico y comportamiento electoral. IEP, Lima.
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* Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). El presente texto resume algunas de las ideas elaboradas en la revisión ¿Votar al menos malo? Reflexiones a contracorriente sobre política, desarrollo y las organizaciones ciudadanas en Perú, publicada en los Documentos de Trabajo en Política y Democracia de CLAES. El documento completo se puede descargar aquí: http://democraciasur.com/2021/05/13/votar-al-menos-malo-sociedad-civil-y-elecciones-en-peru/