Asháninka significa gente. Pinkatsari es líder, el jefe, el mejor guerrero. El Tambo y el Ene, en la selva de Junín, son cuna de grandes pinkatsaris. Kitoniro, Meni y otros grandes líderes se enfrentaron a Sendero Luminoso; Ruth, a la empresa que querían inundar las tierras de su pueblo, y Jiribati, al recorte de sus comunidades por la expansión de los colonos. Hoy, los líderes asháninka se enfrentan a esta nueva amenaza llamada COVID-19.
Por Ivan Brehaut*
La Mula, 14 de julio, 2020.- La idea que tenemos de Junín se asocia inmediatamente a Huancayo y a la sierra, pero más del 60% de sus tierras son selváticas. Las provincias de Chanchamayo y Satipo son el hogar de los asháninka, los nomatsiguenga y los caquinte, quienes desde siempre han vivido en los bosques.
El COVID-19 también está atacando a los indígenas de Junín, tanto a los andinos como a los amazónicos, sin embargo, poco se escucha de cómo están lidiando con la pandemia.
Conocida la declaratoria de emergencia, y como lo hicieron la mayoría de los pueblos indígenas de la selva central y el resto de la Amazonía, las comunidades asháninka del río Tambo y el Ene decidieron el cierre total de sus fronteras, cortando todo tipo de tráfico terrestre y fluvial por su territorio. Y si hay algo que los asháninka aprendieron durante todos sus años de lucha, es a cerrar fronteras.
La Central Asháninka de Río Tambo (CART), organización que agrupa a las comunidades de esa cuenca que colinda con Ucayali, ha hecho un cierre inteligente: a pesar de las presiones de las Fuerzas Armadas, el cierre se ha mantenido, pero teniendo en cuenta no ahogar sin víveres y combustible a Atalaya. Para ello, se han programado días de pase de carga, reduciendo la exposición y el contagio.
Fabián Antúnez, presidente de la CART, cuenta que el cierre les ha permitido mantener una muy baja incidencia de casos, aproximadamente 173, en un distrito poblado por unos 25,000 indígenas. Los casos conocidos en el río Tambo fueron causados por personas que llegaron desde Atalaya, la ciudad ucayalina más cercana, y destino del tráfico fluvial para el comercio.
Foto: Fabian Antunez/ CART
Otro factor importante en esta estrategia es su capacidad de mantenerse alejados de las ciudades. El rol de los programas de DEVIDA en estos años ha permitido que muchas comunidades hayan fortalecido su capacidad de autoabastecerse de alimentos, con piscigranjas y cultivos de pan llevar. La escasez de productos como la sal fue un reto, superado con la cooperación interna y soluciones tan sencillas como el trueque. “¿Pescado por sal? ¡Sale!”, bromea Fabián.
El rol de la cooperación estos años ha sido gravitante, ya que incentivó también que los comuneros no alquilen sus tierras y fortalezcan su organización tanto interna como a nivel de federación. Algunas comunidades han desarrollado en los últimos 15 años la capacidad de negociar de manera más equilibrada con los madereros, y esa ya es una capacidad que se quisiera ver en el resto de la Amazonia.
Foto: Central Ashaninka de Río Tambo (CART)
Junín, como otras regiones amazónicas, no lleva la cuenta de los indígenas afectados por el COVID-19. La DIRESA Junín reporta hoy más de 8083 casos en la región, y lanzó hace algunos días la alarma por el aumento de casos positivos y fallecidos, así como la carencia de presupuesto. Según Fabián y otras fuentes consultadas, el apoyo estatal es sumamente limitado, y ni el Gobierno Regional ni el Alcalde Provincial apoyan a sus comunidades.
La provincia de Satipo, a la que pertenecen las cuencas del río Ene y Tambo, cuenta con más de 715 casos. El número de indígenas afectados por COVID-19 solo pueden deducirse de lo que los amigos, indígenas, periodistas y agricultores nos cuentan semanalmente.
Pero hay un hecho singular: el número de fallecidos entre los indígenas amazónicos de Junín parece ser mínimo o inexistente. Efectivamente, 4 meses luego del inicio de la emergencia, los Arawak, el grupo al que pertenecen los asháninka, machiguenga, nomatsiguenga y caquinte solo registran dos fallecidos, ambos con serias enfermedades terminales preexistentes.
No se conoce por qué, pero ¿quizá haya algo en la farmacopea natural de los asháninka que los protege? Los asháninka le dieron al Perú y al mundo la Uña de Gato, y su arsenal de plantas medicinales está aún por estudiarse. Fabián nos cuenta que la gente se cuida, con sus hierbas y que los sheripiari, los sabios curanderos de los asháninka, están apoyando a su gente. Usan también el matico, pero se reserva el nombre de todas las demás plantas que están usando. Quizá en algún momento, conozcamos la respuesta a este aparente misterio.
Así, aun cuando la situación no es ideal en Junín, es notoria la madurez del río Tambo, que como la del río Ene, han tenido el acompañamiento responsable de la cooperación, pero, sobre todo, buenos pinkatsaris.
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*Ivan Brehaut es un viajero, fotógrafo de la naturaleza y humanidad.
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Fuente: La Mula: https://ibrehaut.lamula.pe/2020/07/14/la-nueva-guerra-de-los-ashaninka/ibrehaut/
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— Servindi (@Servindi) July 3, 2020