Desmasculinizar implica dejar atrás un proceso que no solo negó la experiencia de millones de mujeres sino también de muchas alteridades silenciadas históricamente por las élites. La masculinización, en marcha desde 1492, hoy alcanza una escala global y la crisis climática nos emplaza repensarnos y a recoger la diversidad de muchos mundos de vida.
Por Andrés Kogan Valderrama*
Oplas, 5 de marzo, 2020.- En el marco de una nueva conmemoración del día de la mujer trabajadora, en medio de una crisis climática y civilizatoria, se intentará reflexionar sobre cómo el proceso de masculinización, iniciado hace miles de años atrás, ha sido capaz de penetrar en todos los ámbitos de la vida.
Un proceso de masculinización, que de acuerdo a lo planteado por los feminismos ecoterritoriales, pone a la revolución neolítica como el punto de inicio de un periodo marcado por el paso del nomadismo al sedentarismo, el cual tendrá las bases materiales y simbólicas para generar una división sexual del trabajo, sostenida por un binarismo de género, en donde las mujeres serán tratadas como un bien de uso y de intercambio durante las guerras por el control de las tierras.
De ahí que con el nacimiento de las grandes civilizaciones, esta masculinización solo será posible desarrollarse con la agricultura y la ganadería, lo que traerá consigo la construcción de un sistema heteropatriarcal de dominación jerárquico y autoritario, en donde la creación del estado, la familia y la propiedad privada, sentarán las bases de la desigualdad social, mental, sexual y racial, en donde ciertos grupos serán inferiorizados con el paso del tiempo, por su mayor cercanía con lo “natural” (mujeres, indígenas, negros, queer, locos, migrantes, pobres, niños).
No obstante, con el sedentarismo, hay una demonización de lo femenino y control de todas las formas de vida, como es el caso de los ciclos reproductivos de las mujeres, a través de la creación de castas sacerdotales y militares, controladas por ciertas élites.
Esto, en contraposición al periodo anterior, marcado por la existencia de grupos cazadores recolectores, los cuales perduraron por más de 290.000 años en la historia del Homo Sapiens (97% de la historia humana), los cuales tuvieron la característica de estar insertos de manera mucho más sustentable con su entorno, al provenir de formas de ser animistas y cooperativas, en donde la división humano-no humano, mujer- hombre, no existiría de la forma como se impuso desde el periodo neolítico. En el periodo pre-neolítico, las comunidades se organizaban en torno a clanes matriarcales, en donde el centro estaba en el cuidado de la vida.
No obstante, con el sedentarismo, hay una demonización de lo femenino y control de todas las formas de vida, como es el caso de los ciclos reproductivos de las mujeres, a través de la creación de castas sacerdotales y militares, controladas por ciertas elites.
Es así como la masculinización del mundo se fortalecerá con las grandes guerras por el control de territorios y por una necesidad imperiosa de dominio y acumulación de recursos humanos y no humanos, en donde el poder clerical, colonial, industrial y financiero, impondrá sus lógicas de guerras, pero también a través de grandes narrativas universalizantes, como lo son la salvación, la civilización, el progreso y el desarrollo.
Es este último relato, el del desarrollo, que sea quizás el discurso masculinizado que más ha penetrado en el mundo en los últimos 70 años, y que más daño ha generado en la posibilidad de pensar un mundo en donde quepan muchos mundos de vida, un pluriverso, como bien ha planteado estos últimos 25 años el movimiento zapatista, al cuestionar la idea de poner en el centro la idea de un crecimiento económico infinito en un planeta finito. Por eso que plantear la idea de desmasculinización, implique dejar atrás un proceso que no solo ha negado la experiencia de millones de mujeres, sino también de muchas otras alteridades silenciadas históricamente por las elites.
La masculinización del mundo se fortalecerá con las grandes guerras por el control de territorios y por una necesidad imperiosa de dominio y acumulación de recursos humanos y no humanos, en donde el poder clerical, colonial, industrial y financiero, impondrá sus lógicas de guerras, pero también a través de grandes narrativas universalizantes, como lo son la salvación, la civilización, el progreso y el desarrollo.
Si bien la masculinización ha sido un proceso, el cual, con la occidentalización del mundo, desde 1492 en adelante, ha alcanzado un formato a escala global, la crisis climática actual nos abre una posibilidad de repensarnos como seres vivos, y sea el momento preciso para visibilizar y conectar nociones y experiencias que puedan ser alternativas reales para el momento actual, y no meras soluciones desde y para las élites, como lo son las Ciudades Inteligentes, la Economía Verde, la Geoingeniería, el Ecomodernismo, el Transhumanismo, entre otras.
Es por eso, que para desmasculinizar el mundo se hace necesario recoger toda la diversidad de miradas y experiencias existentes de muchos mundos de vida, que van desde la Agroecología, Amor Queer, Biocivilización, Agdales, Decrecimiento, Derechos de la Naturaleza, Democracia Ecológica, Ecoaldeas, Agaciro, Movimiento Slow, Sumak Kawsay, Suma Qamaña, Küme Mongen, Ubuntu, Teko Kavi, Shiir Waras, Permacultura, Soberanía Energética, Minobimaatasiiwin, Nayakrishi Andolon, Nuevos Matriarcados, Kyosei, Swaraj, Kametsa Asaike, y tantas otras formas de vivir sostenibles y ecocéntricas necesarias para estos tiempos.
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* Sociólogo y editor del Observatorio Plurinacional de Aguas
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Fuente: Publicado por el Observatorio Plurinacional de Aguas: https://bit.ly/2TpEMia
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