"Me atrevo a escribir un testimonio personal sobre cómo llegué a reencontrarme con la naturaleza", manifiesta Rodrigo Arce. El artículo describe sus vivencias en relación al campo, su interés por la botánica, por qué decidió por la ingeniería forestal, una autobiografía de su pasión por la botánica forestal.
Por Rodrigo Arce Rojas*
Pasión por la botánica:
Cogollito, primordio azul; dime en qué eucalipto o retama aflora tu potencial meristemático para vestir de folios la ilusión de las montañas; dime en que tus ganas de vivir se expresa la sonata eterna del misterio vegetal; dime que hay domingos para estos jueves que encierran toda la devoción de un parque nacional.
30 de julio, 2019.- De manera convencional en los sistemas educativos nos han preparado en el paradigma de la racionalidad y la objetividad en la ciencia de tal manera que no hay lugar para la subjetividad. Para reforzar esta disyunción absoluta entre objetividad y subjetividad uno debe escribir un artículo científico de manera impersonal. No se debe dejar ni un resquicio para que se deslice la subjetividad que, según esta perspectiva, le resta consistencia y rigurosidad a la ciencia. En contraposición a esta perspectiva desde el pensamiento complejo se acepta el principio de la inclusión del sujeto cognoscente en la realidad a conocer. Esta es otra forma de decir que la sola presencia del observador influye sobre lo observado, porque en una perspectiva sistémica del conocimiento existe una estrecha interrelación entre mente-cuerpo-fisiología-palabra-acción y medio.
Es por ello que me atrevo a escribir un testimonio personal sobre cómo llegué a reencontrarme con la naturaleza. Es obvio que no me anima ni el ego ni el narcisismo para este emprendimiento comunicacional si no dar cuenta que existe una continuidad entre el individuo, la sociedad y la especie humana y por tanto cada historia cuenta, historia por lo demás que se encuentra interrelacionada con los tangibles intangibles del socioecosistema en el que me corresponde interactuar.
Nací en las montañas y mi niñez estuvo muy vinculada a las chacras por lo que tuve la oportunidad de correr y jugar entre los viñedos, los maizales y los pastizales. Tuve la fortuna de trepar los sauces y las tipas y mientras más alto llegabas más grande era la emoción. Entre mis búsquedas iniciales de naturalista se me ocurrió buscar tierras de colores de los cerros o colectar plantas. En una ocasión me toqué con una planta de hojas urticantes que cortó de plano mi interés botánico.
Retomé mi interés por la botánica con mi tesis para graduarme de Ingeniero Forestal pues realicé un estudio de botánica forestal de los árboles de sombra en los cafetales de Oxapampa y Villa Rica. Estoy hablando del género Inga cuyas especies son conocidas popularmente como guaba, shimbillo o pacae, entre otros nombres. Para la Maestría estudié sobre el estado de conservación de los bosques de Polylepis (“Queuña”) de Ancash y Lima que son los árboles que crecen desde los 3,500 ms.n.m hasta debajo del nivel de los nevados. También tuve el privilegio de participar como botánico en una expedición biológica con el Centro de Datos de Conservación de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad Nacional Agraria La Molina por las montañas de Jaén y San Ignacio en Cajamarca.
Debo confesar que esta etapa de mirada especializada, sin que importe nada más en el mundo, fue muy enriquecedora porque con el tiempo ibas agudizando todos los sentidos para poder reconocer las plantas. Ayuda mucho conocer los nombres de las estructuras externas de las plantas porque puedes reconocerlas. Es interesante mencionar que el lenguaje crea realidades. Diferente es cuando sólo ves la planta de manera superficial y apenas diferencias el tallo, las hojas, las raíces, las flores y sus frutos, cuando se trata de angiospermas. En plantas con distintas rutas de evolución ya lo cosa no es tan sencilla como parece.
Otra virtud de la mirada especializada era que podías regocijarte de los diferentes tipos de hojas, nervaduras, pelos o tricomas, glándulas, entre otras maravillosas estructuras. También ayuda mucho conocer la arquitectura o conformación de la planta, el brillo de sus hojas, su preferencia de hábitat, entre otros aspectos que hacen que valores no sólo la planta sino también el medio en el que se desarrolla. Pasas entonces de una mirada de individuo a una mirada sistémica donde reconoces que tu planta de interés también tiene una serie de relaciones intraespecíficas e interespecíficas. Así puedes ir reconociendo gradualmente los insectos asociados, las parásitas que las frecuentan, los animales que disfrutan sus flores o frutos. Pero conforme te introducías más y más en este atractivo mundo de la botánica de repente aparecían historias asociadas a valores y creencias de las comunidades locales y entonces las plantas ya no sólo eran campo exclusivo de la botánica sino que también de la antropología, de la lingüística, de la química y de la historia. Es así como en mi amor por la plantas también se iba introduciendo el amor por la antropología, la sociología, la lingüística, la literatura. Sentí entonces cómo el amor por la naturaleza iba quedando corta para sentir amor por todo el fenómeno de la vida con sus expresiones tangibles e intangibles.
Asimismo, tuve la fortuna de ser convocado para realizar dibujos de muestras botánicas. Esta linda tarea de hacer dibujos de plantas no sólo exige mínimas cualidades artísticas sino también conocimiento de la morfología de las plantas para poder destacar elementos que interesan dar a conocer y además una sensibilidad especial para que tu dibujo no sea una fotocopia plana de la planta sino que parezca que tenga vida. Cuando no existían cámaras fotográficas los naturalistas tenían que hacer dibujos o pinturas de los especímenes botánicos y felizmente que hoy podemos disfrutar fácilmente de esas maravillas en internet. Dibujar no hacía más que integrar razón, emoción y sensibilidad en la relación con la naturaleza.
Diferentes razones hicieron que amplíe mi campo de interés hasta llegar al mundo de la complejidad que he reseñado anteriormente (Arce, 2018). Pero debo confesar que aunque hoy me regocijo de los territorios, de los paisajes y de los ecosistemas, nunca he dejado mi pasión por la botánica. Es más creo que ha sido una base fundamental que me ha permitido reencontrarme con mi esencia, reencontrarme en la naturaleza, reconocerme como naturaleza. Haber recorrido y sentido la sacralidad en las montañas andinas o la explosión de vida en la Amazonía ha ratificado mi amor por la naturaleza. Por ello es que promuevo que el manejo forestal se realice de manera responsable, con respeto, con amor y empatía y no nos quedemos únicamente en una mirada corta y plan de ver al bosque únicamente como canasta de recursos. El manejo forestal no es únicamente un tema económico y racional sino que requiere convocar la integralidad del ser humano incluyendo su sensibilidad.
Puedo decir entonces que la belleza de la Amazonía radica en la explosión vital, en la diversidad, en su inagotable creatividad, en su capacidad infinita de agitar las emociones hasta la turbulencia. La hermosura de la naturaleza no se busca en la lógica o en la economía, se la percibe a través de la confluencia de la filosofía, la psicología, la poesía y la historia. Porque a la Amazonía no se le aprecia porque es útil. Se la ama por el encanto de su existencia, por su mensaje de paz, por la conexión que establece con el alma y el cosmos. Porque no hay lenguaje que describa su esencia o su sentido. Simplemente hay que sentirla, hay que dejar que fluyan las evocaciones y las proyecciones oníricas. Más que mercado lo que necesita la Amazonía es la ternura y la comunión ontológica. Puedo decir entonces:
Amazonía excelsa
Tu belleza suprema me cautiva, hace que pierda la razón. Por qué no seguir el primoroso ejemplo de la yanchama que entreteje primorosamente sus fibras y sin rubor. Por qué no fluir como el tamshi y buscar la eternidad. Cuántos te quieros se requieren para que se conviertan en afecto universal. Está ahí brillante, vibrante, latiendo y cantando. Verde es el paisaje pero la ilusión es azul y más azul.
Pero también puedo celebrar las montañas andinas con sus especies nativas e introducidas que ahora forman parte de la cultura. Hablar por ejemplo del silencioso discurso de las retamas:
¿Por qué tan silenciosa retama de los valles? ¿Evocas acaso los celajes de abril? ¿Recuerdas acaso tu silueta dibujada en la laguna encantada? ¿Rememoras tal vez las caricias de los traviesos vientos? ¿Extrañas acaso el susurro de los altivos eucaliptos? Silencio de palabras pero no puedes evitar la locuacidad de tus pétalos ni el canto de tu follaje. Sólo las montañas tropicales entienden tu lenguaje y por ello una sonrisa se dibuja en sus nevados.
Reconociendo las ontologías relacionales puedo predisponerme a entender el lenguaje de las montañas. Porque la montaña habla a través de la intensidad afectiva de las Masdevalias, la ternura arrebatadora de las Calceolarias, la paciencia infinita de la Puya raimondii y el subliminal discurso de las Passifloras. Porque el lenguaje de las montañas se registra en código trascendente y se interpreta en clave de sol. Porque en el lenguaje de las montañas se conjuga el susurro infinito del ecosistema lacustre con la fuerza telúrica del entorno. La montaña habla para quien quiere oírla, leerla, amarla.
En el afán de conservar los bosques de la codicia humana primero pensé decir: “con mis bosques no te metas”, pero luego lo pensé mejor y consideré decir “con nuestros bosques no te metas”. Pensándolo bien sería mejor decir: “métete en la esencia del bosque, en su espíritu en su explosión de vitalidad”, o mejor aún si decimos “deja que el corazón, la esencia y la magia del bosque se introduzca en ti”. Pero pensándolo mejor, y reconociendo que somos bosque y que el bosque es humanidad, pensé que era mejor tumbar las fronteras y las diferencias para reconocer nuestra unidad con la naturaleza. Porque no se trata de detener únicamente la mano que corta el árbol sino que el gran reto está en transformar los grandes paradigmas de conquista del bosque por un paradigma de comunión con el bosque. Métete en el corazón del bosque como el bosque ya se ha metido en nuestro ser. Es el círculo que refleja la trama de la vida.
Referencias bibliográficas:
- Arce, Rodrigo. (19 de abril, 2018). Cómo llegué a la complejidad: Un testimonio personal. [Mensaje en un blog]. SERVINDI. Disponible en: Cómo llegué a la complejidad: Un testimonio personal
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*Rodrigo Arce Rojas es Doctor en Pensamiento complejo por la Multiversidad Mundo Real Edgar Morin. Correo electrónico: [email protected]