Amar a la naturaleza no es negar la racionalidad, ni la información, ni la ciencia, ni la investigación sino resignificarla para aprender a inscribir sus resultados en la gestión sustentable del gran socioecosistema que es la tierra. Se trata de poner la vida en el centro de la reflexión y acción transformadora. Muy caro estamos pagando el hecho de haber puesto el mercado y el crecimiento económico como el centro de la civilización. Es hora de la gran transformación. Antes que sea demasiado tarde.
Por Rodrigo Arce Rojas*
22 de julio, 2019.- Aunque en el pensamiento hegemónico sólo existe una forma de concebir las relaciones sociedad naturaleza, en nuestro mundo altamente diverso podemos encontrar una diversidad de ontologías o formas de concebir esta relación. La figura 1 muestra, de manera simplificada, las diversas formas de concebir la relación sociedad/humanidad-naturaleza.
Una primera concepción refiere al reconocimiento que la naturaleza y la sociedad/humanidad somos realidades totalmente distintas y separadas. Algunos atributos que nos harían diferentes, desde esta perspectiva, es que los seres humanos somos los únicos que tenemos dignidad, conciencia, juicio, entre otros. En esa mirada la naturaleza se ha hecho para nuestro dominio y uso. Bajo esta concepción cosificante e instrumental de la naturaleza justificamos su valor en la medida en que nos sea útil (recurso natural) y no hay problemas con explotarla porque ésa es su razón de ser. Si existe dolor y sufrimiento entre los animales y sensibilidad en las plantas son temas que no vienen al caso. La sintiencia sólo es aplicable a los seres humanos (de los que tienen más poder).
Una segunda perspectiva reconoce que los seres humanos somos en realidad holobiontes que quiere decir vivimos en comunidad simbiótica con bacterias que conforman el microbioma humano y que hace posible la vida (Basurto, 2019; Maldonado, 2018). Dicho en otras palabras somos ecosistemas caminantes donde la vida se hace posible gracias a las interacciones humanidad-bacterias.
La tercera perspectiva la podemos encontrar en pueblos indígenas donde señalan que los seres humanos se pueden convertir en plantas o animales y éstos en humanos y regresar a su forma original. Los curanderos que son los intermediarios entre el mundo humano y el mundo no humano son capaces de realizar esta transformación. Pero la explicación no se reduce a plantas y animales porque también puede involucrar a las montañas con capacidad de convertirse en seres humanos y secuestrar a personas.
La cuarta perspectiva nos dice que no existe naturaleza pues es una categoría inventada para los seres humanos y existe una continuidad entre naturaleza y cultura, entre naturaleza y sociedad. El término naturaleza se estaría utilizando entonces como una forma de negar la realidad socioecosistémica y la necesidad de formular alternativas socionaturales donde tenga cabida discusiones que vayan más allá incluso de las políticas convencionales (Swyngedouw, 2011).
Una quinta perspectiva señala al hecho de reconocer que siendo naturaleza y humanos a la vez, a veces se manifiesta plenamente nuestra humanidad, y otras veces nuestra condición de naturaleza. Estamos constituidos de los mismos elementos del cosmos por tanto de la naturaleza, formamos parte de los grandes ciclos biogeoquímicos, somos dependientes de las plantas para el oxígeno, somos dependientes de mares y bosques para la necesaria provisión hídrica de nuestros ciclos vitales pero a la vez tenemos capacidad de pensarnos, de revisar los impactos de nuestras decisiones.
Como hemos podido apreciar no existe una única manera de concebir las relaciones sociedad naturaleza y no se trata de imponer una cosmovisión ontológica sobre la otra sino de reconocer la interrelacionalidad de las ontologías y no pensar que sólo debe primar la que occidente ha institucionalizado con su lógica disyuntiva y reductiva.
Habría que preguntarse entonces cuáles han sido y son los impactos de una concepción de arrogancia antropocéntrica que nos ha llevado a una crisis global, donde la crisis climática es una de las manifestaciones, otras tienen que ver con la contaminación de suelos, aguas y el aire e incluso contaminación de valores que ha llevado a la corrupción institucionalizada. No podemos negar que aún dentro de una concepción instrumentalizante de la naturaleza se han hecho grandes avances para proteger a los ecosistemas pero más allá de justificaciones económicas lo importante es reconocer la importancia de los valores intrínsecos de la vida en cualquiera de sus manifestaciones.
El predominio de concepciones economicistas de la naturaleza ha llevado a que en buena cuenta le declaremos la guerra para que se imponga la civilización del fierro, del cemento, de la producción, la productividad, la competitividad. Desde esta perspectiva se ven a los bosques sea como área de explotación de sus recursos o como área de expansión de las inversiones “civilizatorias” que llevarán a que las áreas ociosas e improductivas de la Amazonía se incorporen a la maquinaria del progreso.
Esta versión economizada de la “sustentabilidad” provoca también que se baje la guardia de consideraciones sociales y ambientales en nombre del necesario crecimiento económico que según sus promotores permitirá llevar desarrollo a las poblaciones. Las preguntas ingenuas en este momento son ¿Desarrollo para quién? ¿Desarrollo a costa de qué? Desde esta perspectiva no es de extrañar entonces que movimientos críticos del modelo actual de desarrollo busquen alternativas que estén más acordes del reconocimiento de nuestra estrecha interrelación con la naturaleza.
Podremos revertir de alguna manera la situación actual de agresión a la naturaleza si es que recuperamos la ética del cuidado mutuo entre humanos y no humanos. Es aquí donde cobra real sentido y significación la propuesta de recuperar, incorporar, fortalecer e institucionalizar el amor a la naturaleza como condición de vida y sustentabilidad. Hablar de la compasión, la ternura y la empatía en nuestras relaciones sociedad-naturaleza no es quedarse en el romanticismo, en la utopía, en la ensoñación idealista o incluso en la ridiculez como seguramente algunos lo pensarán. Es ir a la esencia misma de nuestra existencia y la existencia de los seres humanos y no humanos presentes y futuros.
Amar a la naturaleza no es negar la racionalidad, ni la información, ni la ciencia, ni la investigación sino resignificarla para aprender a inscribir sus resultados en la gestión sustentable del gran socioecosistema que es la tierra, para aprender a vivir en los territorios reconociendo la estrecha interrelación entre los tangibles e intangibles, pasados, presentes y futuros que harán posible recuperar la dignidad de todos los seres vivos de la tierra. No es un antropocentrismo o un biocentrismo exacerbado, se trata simplemente de poner la vida en el centro de la reflexión y acción transformadora. Muy caro estamos pagando el hecho de haber puesto el mercado y el crecimiento económico como el centro de la civilización. Es hora de la gran transformación. Antes que sea demasiado tarde.
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*Rodrigo Arce Rojas es Doctor en Pensamiento complejo por la Multiversidad Mundo Real Edgar Morin. Correo electrónico: [email protected]