Por Antonio Peña Jumpa*
5 de marzo, 2019.- ¿Qué explica que dos niños mueran aplastados por una de las paredes internas de su vivienda rural en un caserío del norte del Perú en el período de lluvias del 15 de febrero de 2019? ¿Qué explica las decenas de muertes, los cientos de viviendas destruidas, así como los numerosos centros poblados destruidos o afectados que se reportan cada año durante este período de lluvias?
Las lluvias incesantes, los huaycos y los desbordes de los ríos son aparentemente la causa de esos desastres. Se puede incluso sostener que la causa se encuentra en el cambio climático. Sin embargo, hay otra causa que explica directamente ello: la situación de vulnerabilidad de la población local. Esta vulnerabilidad es la que lleva a la reproducción de los desastres cada período de lluvias en el Perú.
La vulnerabilidad en este sentido significa “falta de preparación”. Se trata de una situación de falta de preparación de las personas o familias locales frente al fenómeno natural (la lluvia y sus efectos), que se manifiesta a través de sus condiciones sociales, económicas y culturales.
La condición social de esta vulnerabilidad se aprecia en la situación de exclusión de las personas o familias que viven en las zonas de riesgo, o en viviendas en riesgo como ocurre con el caso de los niños fallecidos. La familia vive en zonas alejadas a los servicios públicos del Estado, excluidos de la intervención de profesionales o técnicos en gestión del riesgo de desastres (GRD) que evalúen las condiciones de sus viviendas y alternativas efectivas de reubicación.
La condición económica de la vulnerabilidad, de otro lado, se reproduce en la miseria de los ingresos diarios que sufre o siente cada familia. Un ingreso diario de 25 soles, en zonas rurales como los de Piura (2018), alcanza solo para alimentación, siendo imposible la compra de materiales de construcción y mano de obra local para construir sus viviendas con muros resistentes y protección en los techos.
La condición económica de la vulnerabilidad, de otro lado, se reproduce en la miseria de los ingresos diarios que sufre o siente cada familia.
La condición cultural de la vulnerabilidad, por último, se encuentra en la mentalidad de los propios actores del problema. Cada persona, como cada familia, carece de una capacidad preventiva o reactiva antes o después del fenómeno natural. La familia sabe que cada año viene el período de lluvias y que éste puede producir deterioro de sus viviendas, huaycos o desbordes de ríos, pero no previene esta situación, o no puede prevenirla por sus condiciones sociales y económicas.
Aunque las tres condiciones del concepto de vulnerabilidad que presentamos se interrelacionan, resulta interesante separarlos para identificar sus efectos. Tanto la condición social como la económica dependen prioritariamente de factores externos, siendo normalmente la autoridad estatal la responsable. La condición cultural, en cambio, depende de los propios actores, siendo la persona o familias locales las directamente responsables. Para afrontar la situación de vulnerabilidad es indispensable la actuación conjunta de la autoridad estatal y las familias locales.
Volviendo a nuestra pregunta inicial sobre la muerte de los niños y de decenas de personas, y sobre la destrucción de las viviendas y centros poblados, conviene reflexionar algunas acciones concretas para evitar se repita el desastre:
1. Focalizar, en el lugar, la condición cultural de la vulnerabilidad para conseguir la participación directa, organizada y permanente de las personas y familias locales. Esto significa confiar en ellas, apoyarlas y hacerlas partícipes de la GRD. Solo ellas pueden prevenir y enfrentar las lluvias incesantes y sus efectos.
2. Materializar proyectos de desarrollo económico local, con participación de la población, buscando superar los ridículos ingresos económicos que tienen. Si estos proyectos con la población son efectivos, se dinamiza la condición económica local superando su vulnerabilidad.
3. Efectivizar la presencia del Estado y sus servicios públicos en salud, educación y justicia, principalmente, a través de micro-estados que se conformen con la población local. El micro-estado supliría la condición social de la vulnerabilidad promocionando, además, el retorno de profesionales del lugar.
Estas acciones no evitarán que sigan ocurriendo muertes y destrucción en el corto plazo. La vulnerabilidad y sus condiciones no cambian en uno o dos años. Pero de persistir un trabajo con la población del caserío o comunidad local, sus efectos se apreciarán: contar con mayores ingresos económicos, tener acceso a los servicios públicos y, sobre todo, estar preparados frente al peligro o desastre.
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*Antonio Peña Jumpa es profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.