Por Elmer Torrejón Pizarro*
4 de diciembre, 2018.- Muchas veces la historia reciente de nuestro Perú se ha escrito bajo la lupa dominante de los Eurocentrismos o Usaamericanismos. Los modelos de desarrollo o visiones de progreso siempre han partido de los paradigmas de las sociedades occidentales. Somos un país receptor de modelos de desarrollo foráneos, que tratamos de incorporar “por la fuerza” preceptos teóricos y prácticos a un espacio y tiempo muy diferente a los focus de origen de estos modelos. Por lo tanto, nuestro país se ha convertido en algo así como un “conejillo de indias”; un laboratorio de experimentación donde confluyen paradigmas diversos, para ver si es que nuestras realidades múltiples aceptan las versiones del desarrollismo occidental.
Lima como espacio centralizador, cumple un rol de “filtro” de lo que nos conviene o no como nación. Nuestro Estado tradicional, sobre la base de su verticalismo, ha impuesto desde Lima las superestructuras (conceptos e ideologías) de otros países, sin tener en cuenta si es que nuestras diferentes realidades están de acuerdo o no con estos modelos. Con la práctica de estos modelos foráneos “estamos más cerca de París o Nueva York que a cualquiera de nuestros pueblos excluidos del Ande o la Amazonía”. Cómo entonces podríamos hablar de desarrollo si es seguimos “alienando” con conceptos e ideologías que no se adaptan a nuestras múltiples realidades; en todo caso, si es que no valoramos las cosmovisiones y los conceptos propios de nuestros pueblos, que vienen a ser científicos por ser prácticas experimentadas por milenios de años dentro de un espacio y tiempo social y ecológico determinado.
La realidad de nuestro país sigue siendo una tragicomedia donde el tema central es “que si somos ricos en recursos y prácticas milenarias porque sigue existiendo la pobreza”; una tragicomedia que hace muchas décadas atrás fue escrita por un científico italiano llamado Antonio Raimondi y su “obra” (llamémoslo de esta manera): El Perú Un mendigo sentado en un banco de oro.
La verdad que somos unos “mendigos”, pero unos mendigos que caminamos a la deriva cargando un costal de diversas potencialidades, sin saber el tesoro que llevamos dentro. Nuestro reto como país es “abrir ese costal, que como mendigos cargamos, y descubrir que hay en el interior; y empezar desde ese descubrimiento a dejar de ser los mendigos históricos”.
En nuestro país existen importantes experiencias de cómo algunos de nuestros “mendigos” han abierto ese costal que cargan y han ido descubriendo la amplia gama de posibilidades que tenemos para impulsar nuestro crecimiento económico y desarrollo humano. En esta oportunidad me referiré a una grata experiencia de desarrollo, que parte del ingenio y el aprovechamiento calculado de los recursos en el predio bio-agrícola “Casa Blanca”, distrito de Pachacamac, a 35 Km al sur de la ciudad de Lima.
Son las 10 de la mañana en la agitada y contaminante ciudad de Lima, y estoy sentado en el bus que nos llevará hacia Pachacamac para conocer una experiencia sobre Bioagricultura. Observo por las ventanas el monótono trajín que se da en la gran ciudad y pienso que tal vez la experiencia a conocer sea como aquellas que largamente descubrí en mis etapas de niñez y adolescencia en mi tierra de Luya, en Amazonas: los agricultores con “lampa” y arado en mano, surcando sus tierras para cultivar sus productos.
Bueno me dije, sería bueno conocer, seguro que habrá alguna enseñanza nueva que aprender de este recorrido; además, no creo que todo lo que rodea a Lima vaya a ser negativo, me preguntaba. Emprendimos entonces el viaje hacia el sur de la capital. Mientras avanzábamos sentía un gran alivio: el grisáceo techo que rodea a Lima se repentinamente se estaba convirtiendo en un cielo acogedor y primaveral; de esos cielos que solo se puede ver en nuestras serranías o montañas de la selva, donde el sol cada día da vida a los animales, y estos agradecen con sus trinos y cantos; mientras las flores con sus colores y olores refrescan el ambiente, brindando paz y regocijo a los hombres.
Una alegría ver que ante mis ojos aparecían imponentes estructuras pre incas, de aquellas que solo podemos admirar en las Pirámides de Egipto, en la Fortaleza de Kuelap o en la Ciudadela de Machupicchu. Estábamos cruzando el imponente centro pre inca de Pachacamac, donde destacan sus pirámides truncas y por supuesto el colosal templo donde rendían adoración a esa gran deidad: Pachacamac. El dios del fuego e hijo del dios sol que controlaba el equilibrio del mundo y que aún sobrevive a través de un sincretismo con las manifestaciones de la religión católica, como en el culto al Señor de los Milagros o Señor de los Temblores.
Cruzando esos dominios de los descendientes de Pachacamac, sentía que había dejado esa “mascara” citadina que cotidianamente nos acompaña, y me había puesto por unos momentos la “mascara” que cubría mi rostro cuando recorría la ecología que domina en mi Amazonas. Además, recorrer el valle sagrado de Pachacamac, te llena de una áurea de esas que te hace formar parte de un pasado grandioso y próspero de nuestro antiguo Perú.
Son las 11 de la mañana y el bus ha llegado a su destino. Bajamos y lo primero que observo es un ambiente de eterna primavera. Nos acercamos a un gran portón y jalamos una pequeña soga atada a una campana que anuncia nuestra llegada; me hacían recordar los sonidos que emiten las campanas de las pequeñas capillas que dominan nuestros pueblos. Entramos al predio “Casa Blanca” y la primera imagen que evoca es la de un paraíso pequeño, que incita a quedarse a vivir allí para toda la vida. Pero lamentablemente este pequeño paraíso ya tiene sus dueños, dos ingenieros agrícolas (Doña Carmen Felipe-Morales y Don Ulises Moreno) que nos reciben con una amabilidad indescriptible. Dos “mendigos” nuestros, que pudieron abrir el costal que cargaban y descubrir que, en una sola hectárea de terreno, pueden hacer que la vida sea un hermoso paraíso terrenal; y que no necesitamos de recetas foráneas para emprender el crecimiento y desarrollo de nuestro país.
Don Ulises Moreno, se paró frente a nosotros, y cual antiguo representante de Pachacamac, comenzó a explicarnos a través de un breve discurso bastante sensibilizador de cómo había logrado cambiar un terreno baldío en un gran jardín bioagrícola. “Solo es cuestión de proponernos y aprovechar lo que tenemos”, nos mencionaba. Entonces veía en don Ulises a mi abuelo Miguel, que en todo momento me decía: “Hijo, saca la venda de los ojos y observa que lo que te rodea es el potencial que nosotros obviamos, porque no lo conocemos”.
La enseñanza de primera entrada que pude aprender, es: mantener el eje donde el hombre debe vivir equilibradamente con su ecología a partir del aprovechamiento adecuado y eficaz de sus recursos naturales. Don Ulises nos invitó a conocer su “jardín”, donde conocí como aprovechaban las aguas subterráneas para el regadío del campo de cultivo, donde siembran una amplia variedad de productos como yuca, papas, camote, frijol, maíz, hortalizas, banano, fresa y diversas hierbas aromáticas y frutales. El agua, como un recurso escaso, se aprovecha íntegramente a través de diversas técnicas de riego (riego por goteo, aspersión, sifones y gravedad). Me sentí regocijado al ver que, a partir de técnicas simples de riego, se puede aprovechar adecuadamente el recurso agua, sin que ésta sea desperdiciada o mal utilizada.
“Vengan por acá”, nos dirigió don Ulises, y nos llevó a observar una técnica de almacenamiento de granos y semillas para su conservación, a partir de una práctica ancestral Mochica, teniendo como insumo principal de conservación, la arena fina. En un recipiente almacenaba las semillas junto con arena fina, y por medio de un cernidor separaba las semillas de la arena, pudiéndoles utilizarlos para diferentes actividades. Siguiendo el grato recorrido por el biohuerto, el señor Ulises nos mostró la técnica de almacenamiento de abono orgánico. Pude observar amontonamientos de abono, que adecuadamente manejado y oxigenado, servía para enriquecer los suelos y plantas del bío huerto, y me preguntaba: ¿por qué las políticas agrícolas no hacen uso de estas técnicas sencillas y baratas para repotenciar nuestra agricultura ineficiente?; más aún, ¿porque no hacemos réplicas de esta bío agricultura en nuestras potenciales tierras andinas o amazónicas?
El señor Ulises siguió haciéndonos conocer su paraíso y nos condujo a su criadero de cuyes, donde tenía alrededor de 800 a 1000 de estos animalitos andinos. ¿Cuál es la particularidad de este criadero?, muy simple; además de proporcionar carne, son aprovechados también sus excrementos para la producción de gas casero y abonos orgánicos a través del Biodigestor.
El Biodigestor es una construcción subterránea de una cámara central que consta de tres conductos que están conectados: un orificio central que sólo se abre una vez al año, para la carga inicial y la descarga; un orificio lateral conectado a un tubo que va cerca del fondo de la cámara y que sirve para la alimentación periódica; y finalmente, un tercer conducto conectado a una cámara lateral por donde sale el bioabono líquido o biol.
Una maravilla tecnológica simple y barata de construir, que almacena estiércol de cuy y rastrojo de maíz que, al ser mezclados con el rumen proveniente del ganado vacuno recién sacrificado, produce la necesaria fermentación de los componentes (abono de cuy y rastrojo de maíz) y posteriormente el biogás. La fermentación producida en este Biodigestor provoca altas concentraciones de presión interna que, canalizado mediante tuberías, siguiendo previamente un proceso bioquímico, genera gas que se puede utilizar como combustible en la cocina o para el alumbrado en forma directa, mediante lámparas de gas.
Lo beneficioso de este Biodigestor es que ya son varios años que en este predio “Casa Blanca” no se compra gas casero, y obviamente se ha recuperado con creces el dinero invertido en la construcción de este generador de energía. Pero lo admirable de esta tecnología no solo es su producción de gas, sino también que se obtiene potentes abonos orgánicos líquidos (biol) y sólidos (biogen) que son aprovechados para el mantenimiento de los multicultivos del biohuerto.
Cualquier persona se queda maravillada de estas prácticas tecnológicas, muy cerca a la gran Lima. Es que, en nuestro país, lamentablemente no miramos más allá de lo que nos puedan ofrecer nuestros “ojos occidentales”, y obviamos los conocimientos y tecnologías que cual “mendigos”, guardamos en nuestros costales. El tiempo se pasó rápido, era hora del almuerzo y doña Carmen Felipe Morales interrumpe a su esposo Ulises: “Ulises, trae a nuestros invitados, la mesa con la pachamanca los está esperando con los frutos que nos da nuestra tierra”.
La pachamanca (alimentos cocinados bajo tierra), significó el agradecimiento de un día más de aprendizajes en esta vida. Pero este aprendizaje se inmortalizará en la memoria como un modelo a seguir desde nuestra propia experiencia local. Una experiencia que nos enseña que, no solo son necesarias las recetas foráneas para emprender el desarrollo y crecimiento del país. Que podemos ser creadores de modelos propios, adecuados a realidades propias, en nuestro espacio y tiempo propio.
La tarde fue cayendo en “Casa Blanca” y era hora de regresar a nuestra realidad citadina. Otra vez la ciudad me esperaba, como cual fauces que absorben a su presa y los vuelve al circuito vicioso de la cotidianeidad. Pero lo que uno aprende nunca desaparece, y a pesar que la ciudad te envuelve nuevamente bajo su techo gris, las buenas experiencias perduran para que algún día puedan ser replicadas en algún rincón del país, que espera ansioso que nuestros “mendigos” sigan descubriendo en el letargo caminar, el costal de potencialidades que cargamos, sin saber todavía que estamos cargando sobre nuestros hombros, el verdadero desarrollo del Perú.
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*Elmer Antonio Torrejón Pizarro es natural de Luya, Amazonas. Antropólogo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) con una maestría en Estudios Amazónicos en la misma universidad, con post grado en Proyectos de Inversión Pública (UNMSM) y Gobernabilidad y Gerencia Política (PUCP).