Por Gustavo Esteva
La Jornada, 6 de noviembre, 2018.- La valiente decisión sobre el aeropuerto y su eficaz operación política podrían ser contraproducentes… si llevaran a rendirnos.
Se hizo evidente en estas semanas que no era un megaproyecto más. Estaba en juego el qué y el quién del país, qué país estaríamos construyendo y quién lo decidiría.
La absurda decisión de Peña de seguir construyendo el aeropuerto hasta el último día de su administración, a pesar de su cancelación por el presidente electo, ratificó pública y abiertamente a quién servía su gobierno; Peña se sintió obligado a decirles a sus amigos, jefes y cómplices que seguía con ellos. La consulta fue una herramienta política astuta y eficaz para legitimar la decisión del presidente electo de romper con esa postura servil e irresponsable y anunciar que regirá su acción desde otra correlación de fuerzas.
Sobre esa correlación, sin embargo, se equivocan quienes cuentan los 30 millones de votos como si fueran un sujeto social. Será aún más grave agregar a esa cifra a quienes celebran hoy la decisión del aeropuerto y a los millones que en diciembre recibirán pensiones de viejitos, becas de jóvenes, salarios de sembradores de árboles y otros apoyos para los pobres. Tal sujeto social sólo existe en su imaginación.
En diciembre se harán evidentes los límites actuales del poder público, sus reducidos márgenes de maniobra, independientemente de las intenciones o deseos de su titular. La configuración de fuerzas sociales y políticas podrá restructurarse cuando quede claro qué tipo de país se impulsará desde arriba. Votantes y beneficiarios de programas públicos contarán o no en la correlación de fuerzas en función de la orientación real de la acción gubernamental, que hasta ahora no parece muy distinta a la actual, como ejemplifican el Tren Maya y el corredor transístmico.
México llega tarde al ciclo de gobiernos progresistas que cundió por América Latina desde 2003, con Lula, Correa, Evo Morales, los Kirchner y Pepe Mujica. Fue rasgo de todos ellos pactar con el capital, asumiendo sin dificultad la orientación neoliberal
México llega tarde al ciclo de gobiernos progresistas que cundió por América Latina desde 2003, con Lula, Correa, Evo Morales, los Kirchner y Pepe Mujica. Fue rasgo de todos ellos pactar con el capital, asumiendo sin dificultad la orientación neoliberal. Sus celebradas políticas redistributivas y de combate a la pobreza extrema se ajustaron habitualmente a los diseños del Banco Mundial. Todos tuvieron confrontaciones con sectores de la base social, particularmente los de inclinación autonómica o quienes resistieron megaproyectos o políticas desarrollistas y extractivistas.
Hay buenas razones para esperar que el gobierno de AMLO no caiga en la corrupción que marcó a varios de esos gobiernos y que, al contrario, la combatirá vigorosamente. Pero no hay razones para imaginar que no tendrá, como ellos, compromisos básicos con el capital. Una golondrina no hace verano. La decisión sobre el aeropuerto no implica un cambio en la orientación de su política, que opera dentro del sistema dominante.
Cobra así sentido recordar, para aprender de nuestros errores. No debemos repetir la historia de hace medio siglo. El espíritu de los sesenta, un aliento radical de cambio que cundió por el mundo entero, fue sacrificado en el altar democrático: se entregó el impulso a ilustres gobernantes que prometieron materializarlo. Así nos fue. Tuvimos en cambio la Comisión Trilateral y el desmantelamiento económico y social que llamamos neoliberalismo…
En México, el brío radical del 68 se canalizó a la construcción partidaria y a la apuesta electoral. El régimen recibió con agrado la iniciativa. Decía uno de sus viejos zorros: Lo que resiste apoya. Para ganar legitimidad, el PRI contribuyó a formar la oposición política …que finalmente cumplió su función: prolongar el régimen dominante con formatos como el Pacto por México que concertó Peña.
Lo que hoy no debemos hacer es desmovilizarnos, paralizar el movimiento social. Por el contrario, es hora de ponerse en marcha y tomar por buena la promesa de que no será reprimido. En vez de bajar la guardia, necesitamos activarnos, lanzarnos hacia adelante, aprovechar todas las oportunidades de diálogo que se presenten y crear otras, negociar, presionar, exigir. Lo más importante será construir, desde abajo, una auténtica alternativa; avanzar en las posibilidades autónomas; aprovechar toda oportunidad, toda negociación, todo recurso, para fortalecer la única esperanza realista, la de la propia gente, su organización.
En 1994 se abrió en México una opción que tuvo eco mundial. Todos los movimientos antisistémicos lo reconocen. ¡Que se vayan todos!, dijeron en Argentina. Mis sueños no caben en tus urnas, plantearon los Indignados en España. Quienes se rindieron a alguien de arriba, un dirigente o un partido, como en los sesenta, perdieron piso y opción. Pero muchos mantuvieron abajo el empeño y siguen ahí, construyendo, construyéndo-se, creando una auténtica alternativa. No acomodan su proyecto a los resultados electorales. Los toman en cuenta, pero conscientes de que la capacidad política se forma con la organización, no con agregaciones estadísticas.
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*Gustavo Esteva correo [email protected]