Por Jorge Agurto
20 de setiembre, 2018.- Una señora vendedora de diarios siempre me escondía el semanario Hildebrandt en sus trece. Se los vendía a otras personas, pero a mí me lo ocultaba.
En otra ocasión, llegué al puesto, cuando un adulto mayor, exaltado, le advertía con no volver a su puesto si seguía defendiendo tercamente a Keiko Fujimori. La tildó de chiflada.
La señora pertenece a ese duro porcentaje electoral que cree con fe ciega en el fujimorismo, pero que ante las enormes evidencias de corrupción y manipulación política ha comenzado a derruirse estrepitosamente.
Por esto la vendedora de diarios ahora se ha resignado a colocar el semanario en un lugar visible, a pesar de su portada con acuciantes titulares sobre los tejemanejes políticos de la mafia keikista.
Los voceros fujimoristas continúan con sus letanías hipócritas, absurdas e incoherentes que estoy seguro ni ellos mismos creen, pero que repiten por órdenes de su jefa para intentar salvarla.
Probablemente, desconocen que Keiko padece la paranoia del poder, una patología que exacerba su ególatra sentido de grandeza cada vez más divorciado de la realidad.
Esa condición caracterizó a su padre Alberto Fujimori y a su asesor Vladimiro Montesinos, los cuales se creían superpoderosos e inalcanzables por la justicia hasta que enfrentaron la cárcel. Cuando despertaron de su delirio, fue demasiado tarde.