Somos más sensibles a los sonidos cuando nos molestan, es decir, cuando se convierten en ruido. Como consecuencia muchas especies pueden perder el equilibrio. ¿Cuán grande es el problema?
Por Klaus Esterluss
DW, 16 de marzo, 2018.- A principios del siglo XX, el microbiólogo Robert Koch, ganador del Premio Nobel, descubrió la causa de enfermedades infecciosas como la tuberculosis y el ántrax. El hecho de que también identificara una epidemia que mucho más tarde afectaría especialmente a quienes viven en una gran ciudad, quizás no sea nada sorprendente.
"Algún día el hombre tendrá que combatir el ruido de forma implacable como ha combatido el cólera o la peste”, escribió el científico alemán en 1905. Por aquel entonces, los motores de combustión y las máquinas de vapor ya existían, pero el ruido artificial todavía no desempeñaba el papel de hoy en día.
En aquella época, era más probable que Koch escuchara el traqueteo de las pezuñas de caballos contra los adoquines, que el rugido acelerado de los motores por las calles de Berlín. En pocos años, el famoso Potsdamer Platz de la capital alemana se ha convertido en el cruce de tráfico más concurrido de Europa, con más de 33.000 vehículos circulando cada día.
Desde aviones en lo alto hasta el metro que retumba bajo los pies, pocos lugares en la tierra están libres de los sonidos creados por el ser humano. Sin embargo, no todos los sonidos son malos.
"El ruido es un factor ambiental muy extendido”, dice Dorota Jarosińska, de la Organización Mundial de la Salud, a DW. Pero "vale la pena hacer una distinción entre sonidos, porque estamos rodeados de sonidos naturales y artificiales, y no todos son ruido”.
Son los "sonidos no deseados”, repentinos, estridentes y a menudo dolorosos, según Jarosińska, los que pueden causar problemas tanto para las personas como para los animales.
Factor de estrés en humanos
No obstante, el ser humano no siempre es fuente de disturbios. La música clásica es tranquilizadora, mientras que "un pájaro graznando a primera hora de la mañana cerca de la ventana del dormitorio puede ser percibido como perturbador”, dice Maxie Bunz de la Agencia Alemana del Medio Ambiente.
Aun así, "generalmente los sonidos naturales los asociamos con algo positivo, por ejemplo, el sonido del mar y de las olas en la playa”, añade Bunz. "Por esa razón, tienen un impacto negativo menor que, por ejemplo, un vehículo mecanizado de limpieza de calles, que pasa junto a nosotros a toda velocidad", explica Bunz.
Dormimos con una oreja alerta, "para poder reaccionar rápidamente y luchar, o correr, en una situación de emergencia”, aclara Bunz. Eso significa que en un mundo lleno de ruidos, nos encontramos en estado de alarma permanente. De acuerdo con varios estudios, el ruido de fondo continuo estresa a las personas, provocando hipertensión arterial, accidente cerebrovascular y ataque cardíaco.
"La exposición al ruido en nuestro entorno privado y profesional puede tener graves efectos no sólo en nuestra salud física, sino también mental y en nuestro bienestar”, afirma Jarosińska.
Un tsunami de ruido en mamíferos
Lo mismo ocurre en animales, según escribe el naturalista Charles Foster en su libro "Being a Beast” ("Ser una Bestia”). Más poeta que científico, Foster trabaja en el Green Templeton College de la Universidad de Oxford donde investiga cuestiones de identidad y personalidad.
En su trabajo intenta comprender lo que es ser un animal. En su libro, por ejemplo, trata de introducirse en las garras de un tejón. Con este fin, Forster vivió en una cueva subterránea durante semanas, comiendo gusanos y aprendiendo a sentir el paisaje a través de su nariz, más que con sus ojos. Una experiencia aparentemente muy iluminadora, también en relación con el ruido artificial.
Los tejones tienen una sensibilidad mucho mayor que nosotros al ruido. "Se cree que pueden oír el raspado de las cerdas de las lombrices de tierra mientras cavan”, escribe sobre el tejón. "Imagínese lo que puede provocar el tsunami del sonido de un vehículo cercano a un animal con tal sensibilidad auditiva”, añade.
Pero no sólo los tejones están dominados por sonidos artificiales. Andrew Radford, profesor de Ecología del Comportamiento en la Universidad de Bristol, ha llevado a cabo estudios sobre mangostas enanas comunes en Sudáfrica. En las pruebas de campo, su equipo de investigación presentó a los pequeños carnívoros muestras de heces fecales de sus depredadores, mientras los exponía a ruidos producidos por el ser humano.
En esas condiciones, las mangostas perdían la capacidad de olfatear y responder adecuadamente al peligro potencial. "Estaban distraídas y menos alerta”, dice Radford. "El ruido puede enmascarar señales acústicas y estímulos. Por lo tanto, uno puede no enterarse de nada o recibir únicamente una parte de la información, o malinterpretarla. Cuando se está distraído por una fuente de sonido, disminuye la concentración”, explica.
Además de las mangostas, Radford y su equipo también estudiaron varias especies de peces en condiciones similares y registraron resultados sorprendentemente semejantes. Los investigadores observaron que los animales pasaban menos tiempo buscando alimento, tenían menos éxito cazando y menos capacidad para cuidar a sus crías. Si a esto añadimos el hecho de que los peces estresados se aparean menos, el número de individuos disminuye.
Ondas sonoras mortíferas bajo el agua
Para los habitantes marinos es muy difícil escaparse de las ondas sonaras molestas. Esto se debe a la naturaleza física del agua. Las ondas sonoras viajan cinco veces más rápido a través del agua que del aire, lo que significa que un ruido perturbador es un problema aún mayor para la vida marina. Además, esas ondas viajan mucho más lejos, según Alexander Liebschner de la Agencia Alemana para la Conservación de la Naturaleza (BfN, en sus siglas en alemán). Liebschner describe que el sonido tiene menor amortiguación en el agua, es decir, se absorbe menos, por lo que puede propagarse a zonas alejadas del lugar de emisión.
De este modo, la perforación mar adentro para la construcción de aerogeneradores marinos puede ser particularmente mortal para las especies subacuáticas. La situación es similar en el proceso de perforación submarina para buscar materias primas, petróleo o gas natural. La perforación se realiza con "pistolas de aire” sísmicas. Dependiendo de la profundidad, el ruido resultante es el sonido más fuerte que se puede producir técnicamente bajo el agua.
"Se cree que estas perforaciones sísmicas se están llevando a cabo de forma casi permanente en el mar, y que las señales viajan a través de cientos de kilómetros”, aclara Liebschner. El ruido generado desplaza información vital para la supervivencia de los animales marinos, al igual que ocurre en tierra, tanto para el ser humano como para la mangosta.
"Los mejores ejemplos son el delfín o la ballena”, menciona Liebschner. "Estas especies se orientan con el oído a través de la ecolocalización, que se apoya en ondas sonoras. También lo emplean para atrapar presas y escapar de depredadores”.
¿Cuál es la solución al ruido?
¿Es posible, en palabras de Robert Koch, luchar contra el ruido como podemos combatir el cólera y la peste? La contaminación acústica es multifacética, no todos los animales o humanos reaccionan de la misma manera a los mismos ruidos, según los expertos.
Hay cosas que la gente puede hacer por sí misma, como ponerse tapones para los oídos por la noche. Pero la política también puede intervenir: hay límites máximos de ruido para las industrias que trabajan bajo el agua, por ejemplo.
"Las diversas industrias intentan respetar estos límites y han pensado mucho en cómo reducir los ruidos de construcción de los aerogeneradores marinos”, afirma Liebschner. Sin embargo, puede pasar un tiempo hasta que se implementen dichas soluciones en todo el mundo.
Mientras tanto, las ballenas y otros mamíferos marinos sufrirán, al igual que el ser humano y la mangosta. Cuando Koch describió el ruido como un problema urgente hace algo más de cien años, abordó un tema que sigue vigente hoy, pero que avanza muy lento en la búsqueda de soluciones.