Por Martín Soto Florián
Otra Mirada, 12 de julio, 2017.- El diálogo político constituye una herramienta de gran importancia para disipar la tensión política que muchas veces afecta la gobernabilidad de un país. En los tiempos post-fractura de la institucionalidad democrática, mucho ayudan instituciones en las que forjar las grandes políticas de Estado como el Acuerdo Nacional, lo mismo que Comisiones de la Verdad, cuando la violencia ha tomado víctimas durante el quiebre democrático y dejado heridas abiertas.
En el caso peruano, la administración del Presidente Toledo (2001-2006) se caracterizó por hacer uso del diálogo y su fuero, dada la férrea oposición del APRA lo que sumaba a la baja aprobación del mandatario. La experiencia más reciente es la del gobierno del Presidente Humala (2011-2016) que tuvo al otro lado de las cuerdas al fujimorismo y en comparsa un APRA chiquito pero poderoso.
No fueron pocas las veces en que se tuvo que acudir al diálogo, en el ánimo de superar algún episodio de crispación política, legitimar alguna acción de gobierno, o sencillamente lograr un clima adecuado para navegar las tormentosas aguas de un parlamento algo agresivo.
Describiré lo que vi en el Diálogo Primero el País que organizó el Premier Juan Jiménez Mayor, y en donde tuvo la asistencia técnica del CEPLAN, así como del PNUD, el soporte del Acuerdo Nacional, y la participación de la vicepresidenta y algunos congresistas del oficialismo. La idea fue clara: no producir un diálogo que conduzca a nada sino fijar una agenda país de temas medulares en los que avanzar: seguridad ciudadana, reforma política principalmente.
Tomando con una mano el Acuerdo Nacional y sus políticas, y en la otra los estudios y hallazgos del CEPLAN, el diálogo produjo una carta de navegación mínima para los años de gestión del ejecutivo, que luego fue olvidada. Luego vendría el diálogo del Premier César Villanueva, que incluyó el componente regional, y el de diálogo de Cateriano que lo llevó a sonreírle al propio Alan García, esta vez en busca de la confianza; tuvo que hacerlo pues cuando Ana Jara convocó al diálogo, no acudieron ni Keiko Fujimori ni Alan García.
El procedimiento es más o menos así: bajo la idea de poner primero al país y producir consensos, las fuerzas políticas, queriéndolo o no, reciben la invitación. Superada la cuestión de a quién se dirige la invitación, pongamos: no es lo mismo invitar a Lourdes Flores que a Raúl Castro (Lideresa y Presidente del PPC), o a Keiko Fujimori que al investigado Joaquín Ramírez (Lideresa y Secretario General de Fuerza Popular), a Mesías Guevara que a Alan Kessel o Edmundo del Águila o Alfredo Barnechea (Presidente, SG y candidato presidencial de Acción Popular), etc., superado aquello, los partidos políticos reúnen a sus técnicos y cuadros y marchan a palacio, con buena cara. En el diálogo convocado por Jiménez Mayor, por ejemplo, la reunión con el APRA, fue una de las más productivas y claras: alcanzaron propuestas, trajeron proyectos, y quizá porque acababan de ser gobierno, tenían músculo político y conocimiento técnico; por su parte Alan García dominaba la escena como un gran director de orquesta, magnánimo, feliz. Al final de la reunión, las partes hacen sus declaraciones, lo que supone un riesgo grande para quien juega de local: el ejecutivo podría tener que tolerar que en su propia casa se diga alguna cosa deslucida o agresiva o sencillamente fuera de lugar.
Por ello, tiene lógica que el Premier vaya por delante pues evita exponer al Presidente. En caso algún incidente se produjera, el Presidente podría aparecer por encima de las cosas y restablecer la concordia. Frente a un desaire, el Premier puede reclamar que ha sido él el desairado.
Muchos se preguntan sobre qué y cómo se discute a puertas cerradas cuando los fotógrafos se han retirado. Se los digo pues no hay mayor ciencia, son diálogos cordiales dentro de los modales democráticos, sin desplantes, sin que se alce la voz. Se alcanzan propuestas, se expresa preocupación por determinados temas y de ser el caso se brinda alguna satisfacción; al final, se dan la mano y el invitado expresa junto con las gracias por el cafecito su voluntad democrática de colaborar con el gobierno, dar tregua y no ponerse pesado por un tiempo (un tiempito). Es importante no perder de vista que se trata de un diálogo político que pretende el disfraz de técnico, pero que salvo que se produzcan reuniones y acuerdos posteriores, propios de liderazgos maduros y partidos en serio, fungirá -el diálogo- de balón de oxígeno que permita navegar o naufragar -según la destreza del ejecutivo- hasta la próxima crisis. Esto quiere decir que no es un lugar en donde se piden cosas de manera de grosera o abierta, sino en donde el uso del lenguaje oscila entre lo mágico y lo científico. Es complejo imaginar que alguien irá y dirá: firme aquí usted el indulto. No es así como funciona.
Lo extraño ahora es que ha sido Keiko Fujimori quien -nuevamente- marca la cancha y propone agenda, mediador y fecha tentativa. Tal parece que a punta de perder elecciones algo ha aprendido. El Presidente Kuczynski esta vez ha tenido la astucia para responder con acierto y velocidad sacando al mediador, metiendo al Acuerdo Nacional y fijando lugar, fecha y hora.
El diálogo político puede funcionar y cuando funciona suele ser en beneficio de la administración de turno. Estoy seguro que en esta ocasión el Presidente no terminará arrodillado en alguna capilla o cosa parecida. ¿Para qué este diálogo? para forjar consensos en la lógica de alcanzar un piso de gobernabilidad y superar discusiones domésticas que conducen a poco, para avanzar en políticas públicas que no naufraguen en comisiones o se obstruyan en el Pleno. Así, PPK debe llevar el diálogo hacia una agenda técnico programática con la que se sienta cómodo, y acto seguido, reunirse con otros partidos y líderes democráticos para lo mismo... Y no, el indulto no debe tener espacio en esta discusión.
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*Martín Soto Florián es abogado y director del Grupo Valentín Paniagua. Twiter: @msotoflorian.