Por Ricardo Luis Mascheroni*
22 de abril, 2017.- 47 años pasaron desde 1970, fecha en que se proclamó el día, cuyo fin apuntaba a una relación más respetuosa y menos agresiva con el entorno. Muchos años para la vida de un hombre, muy pocos para la de la Tierra.
Eran épocas de utopías y luchas por un mundo mejor, en que se decía no a la guerra y las ideas libertarias florecían en el ocaso del hipismo.
El ambientalismo, estaban en sus albores y eran actividades reservadas para unos pocos entendidos o iniciados. No obstante algunos sectores sociales minoritarios empezaban a intuir que algo no estaba funcionando del todo bien en esa relación controversial entre Sociedad-Naturaleza.
Algunos indicios preocupantes sobre los problemas que se avecinaban, se plasmarían en el libro “Los Límites del crecimiento” de 1972, que anticipaban tendencias negativas sobre el futuro inmediato y que habrían interrogantes sobre la viabilidad del crecimiento permanente, anunciando una crisis de proporciones.
En él, se planteaba que de seguir la política de acumulación de capital en pocas manos, el desequilibrio entre la tasa de natalidad en aumento y la de mortalidad en descenso, el consumo irracional de recursos y el despilfarro energético, el colapso total, sería una hipótesis cierta y previsible, en un tiempo no tan lejano.
Muchos de esos pronósticos, hoy se confirman, a la luz de los descalabros sociales y ambientales que en el mundo se producen, en la cual la desigualdad y el cambio climático aportan su cuota al agravamiento del problema.
Casi 1/3 de la humanidad no tiene lo necesario para su subsistencia, el agua escasea o está contaminada, las catástrofes y fenómenos extremos se han hecho recurrentes, no obstante, un sector minoritario, menos de un 20 % privilegiado, tiene todos los botes salvavidas y sigue bailando en la cubierta del Titanic, la danza del despilfarro del patrimonio común, en una fiesta interminable, que terminaremos pagando todos.
Todas las exhortaciones y apelaciones a favor de un cambio de paradigma, que posibilite seguir siendo vivos, equivalen a predicar en el desierto y la única aspiración “trascendente” de muchos es el consumo ilimitado e irracional.
Disimulado por el maquillaje verde, con la complicidad de funcionarios y ONGs, creadas por y para el mercado, las grandes multinacionales que conducen este tsunami, hablan de responsabilidad social empresaria, consumo verde, autos ecológicos, biocombustibles, desarrollo sustentable, revolución verde, etc., mientras llenan sus faltriqueras a costa del futuro común y las carencias de millones.
Decía Galeano “no todo es verde lo que se pinta de verde”.
Como agujeros negros devoradores de energía y los ahorros de muchos, las catedrales del mercado (shopping) y sus hijos bastardos, los casinos, florecen como hongos después de la lluvia, para alegría de chicos y grandes, ofreciendo, a los incautos que creen distenderse en esos lugares, hasta que les llega el resumen de cuentas de sus tarjetas de créditos, iluminación, aire y seguridad artificial, que terminan pagando con su libra de carne.
Los funcionarios, por su parte celebran estos síntomas de “crecimiento” y “desarrollo”, confundiendo gordura con hinchazón, mientras la violencia y la miseria cotidiana, les estalla en la cara.
Los que teníamos confianza ciega en que a través de la prédica, educación, y participación social se podía revertir la tendencia suicida, que nos pone al borde de una catástrofe de proyecciones impredecibles e imprevisibles, hoy no estamos tan seguros.
Por desgracia el paradigma consumista y el modelo comunicacional de aturdimiento social globalizado, han calado hondo y es poco probable que en lo inmediato viren hacia una relación más sana y armónica con el ambiente.
La creencia en que la ciencia es infalible y que todo lo remedia, alimentan el sueño del crecimiento sin límites, cuyas huellas casi imposibles de borrar, están acortando inexorablemente la salvaguarda del Planeta.
Mientras tanto millones de muertos, heridos, desplazados, exilados, enfermos, olvidados, silenciados y marginados, son testigos que integran la nómina de los que no tienen cabida en la “Gran Comilona” del poder mundial.
Ellos sobran, son descartables, están de más, no han alcanzado el mínimo indispensable para acceder a la categoría de consumidores y por tanto no son considerados ni tenidos en cuenta por los parámetros de un mundo pragmático, utilitarista y productivista.
Sin más, espero que este 22 de Abril piense en nuestra Pachamama.
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*Ricardo Luis Mascheroni es docente