Por Ollantay Itzamná*
20 de febrero, 2017.- Desde finales del pasado siglo, se afianzó progresivamente en los imaginarios colectivos de los pueblos y sectores del Perú la idea de: “Vamos camino a convertirnos en un país desarrollado, no existe otra alternativa mejor”.
Entonces, era la promesa paradisiaca del sistema neoliberal que militar y políticamente había derrotado a los dos únicos grupos insurgentes armados que proponían alternativas al neoliberalismo.
En las tres últimas décadas recientes, el neoliberalismo se afianzó como el único sistema hegemónico en el Perú, al grado, no sólo de borrar las fronteras ideológicas entre izquierda y derecha, sino de anular cualquier intento de ideas de cambio y/o sus agentes, bajo la consigna de: “Todo dentro del sistema. Nada fuera de él”.
No cabe duda. A las corporaciones extranjeras, públicas o privadas, les fue y les va muy bien en esta fase del “Perú de puertas abiertas”. El país tiene firmado 21 tratados de libre comercio (TLC) con otros países.
La población urbana, ilusionada por el espejismo de los centros comerciales, tarjetas de crédito e inmobiliarias efervescentes, sobrevive estupefacta para pagar sus telemotivadas deudas perennes que posiblemente les sobrevivirán.
Casi todo los bienes y servicios son y fueron privatizados/concesionados en el Perú. No existe cosa o bien común bajo el dominio de los peruanos. Por tanto, no hay República (cosa pública) peruana.
El criollo orgullo peruano de antaño estuvo basado en la milenaria riqueza material del país. De allí era el dicho de: “Vale un Perú”, para referirse a las cualidades extraordinarias de las personas. Ahora, toda esa riqueza es de las corporaciones extranjeras. Y el Perú lamentablemente se ha convertido en una marca comercial, sin proyecto, ni identidad.
La “marca Perú” sustituyó a la idea y conciencia primigenia de nación peruana que no pudo ser. Casi nadie se siente identificado con un proyecto de un “nosotros” compartido. No hay proyecto alguno de una comunidad política peruana imaginada.
Los pueblos y sectores del Perú padecen una anomia y apatía política colectiva creciente. En este contexto, y afianzado por el centralismo y el mal desarrollo limeño, las y los excluidos aún sueñan con acumularse indefinidamente en los desiertos de Lima. Pero, esta ciudad tampoco tiene identidad, ni personalidad alguna. En buena medida, porque el limeño criollo fue y es una ficción cultural.
El bicentenario Estado peruano que aspiró ser, en los hechos, se ha convertido en una gendarmería privada que garantiza la “seguridad y bienestar” de las exitosas corporaciones privadas.
El Estado aparente no tiene iniciativa, ni en la actividad económica, ni política, ni cultural del país. Las corporaciones corruptas financian y ponen gobiernos (caso Ollanta Humala), deciden dónde, cuándo y cuánto “invertir”. Y, lo más triste, definen qué contenidos curriculares se debe impartir en los centros educativos. ¡Ay de aquél que se atreva a sospechar o dudar de la benignidad del sistema hegemónico. Es y será catalogado/anulado como “enemigo interno del Perú exitoso”.
De esta manera, el Perú pueblo de pueblos, de raíces e inconclusas historias milenarias, ahora, se ha convertido prácticamente en una marca comercial. Un logo que vende, y atrae visitantes de diferentes rincones del mundo, hasta convertir a los peruanos en extranjeros en su propia tierra. Sin importar el costo socioeconómico y ambiental que ello implique para las presentes y futuras generaciones de los cohabitantes de dicho territorio.
Perú es una marca comercial que hace del país un territorio de puertas abiertas para las corporaciones económicas (cuyos excedentes económicos no se quedan en el Perú), pero una prisión sin puertas para la gran mayoría de peruanas/os que ni sombras ve del “prometido desarrollo”.
La marca Perú no sólo sepultó la posibilidad de una comunidad política imaginada (nación) entre todos los pueblos y sectores, sino inseminó en el espíritu de los pueblos un desgano cultural y político que, mediante la idealización del individualismo, irremediablemente encamina a una confrontación/desintegración social violenta interna cuando se desinfle la burbuja de la exitosa economía especulativa vigente. Y, entonces, esperemos que no sea demasiado tarde.
José Carlos Mariátegui, a inicios del siglo pasado, clamó: “¡Peruanicemos al Perú!”. Este imperativo categórico performativo casi existencial cobra total vigencia en estos tiempos de “marca Perú”. Una marca que sacrifica no sólo las riquezas naturales y culturales milenarias, sino a su propia juventud.
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*Ollantay Itzamná es indígena quechua. Acompaña a las organizaciones indígenas y sociales en la zona maya. Conoció el castellano a los diez años, cuando conoció la escuela, la carretera, la rueda, etc. Escribe desde hace más de 10 años no por dinero, sino a cambio de que sus reflexiones que son los aportes de muchos y muchas sin derecho a escribir se conozcan.