Algunos de los guardianes de la papa de las cinco comunidades quechuas que participan en su preservación en un área de 9.200 hectáreas, conocida como el Parque de la Papa, dentro del Valle Sagrado de los Incas, en Pisac, en el departamento peruano de Cusco. Crédito: Fabíola Ortiz/IPS
Por Fabíola Ortiz
IPS, 26 de diciembre, 2014.- En las montañas del Valle Sagrado de los Incas, en este pueblo de los Andes de Perú, a más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, los quechuas que pueblan el área desde siempre observan como su cultivo milenario, la papa, peligra por la alteración de las lluvias y la temperatura.
“Definitivamente la seguridad alimentaria de las familias está en riesgo. En septiembre empieza la época de lluvias, los campos deberían estar verdes pero solo ha llovido dos o tres días y el efecto del calor nos preocupa mucho”, contó a IPS el técnico agropecuario Lino Loayza, coordinador del Parque de la Papa.
Si la sequía, como parece, se prolonga más, “el próximo año no tendremos buena cosecha”, detalló el responsable de esta unidad de conservación biocultural, que se ubica en el municipio rural de Pisac y une a cinco comunidades indígenas situadas en la provincia de Calca, en el departamento suroriental de Cusco.
En altitudes de hasta 4.500 metros, el parque se extiende por un área de 9.200 hectáreas donde 6.000 indígenas de cinco comunidades –Amaru, Chawaytire, Pampallaqta, Paru Paru y Sacaca– conviven con sus tradiciones agrícolas de cultivo de la papa, ritos espirituales y conservación de la biodiversidad nativa.
“La papa nos une a todos, en nuestro estilo de vida, gastronomía, cultura y espiritualidad. Las papas son sagradas, tenemos que saber cómo tratarlas, son importantes para nuestro sustento y se conectan y nos conectan con la vida”: Lino Mamani. |
El Parque de la Papa, un mosaico de campos que albergan la mayor diversidad de papas en el mundo, 1.460 variedades, fue creado el 2002 con el apoyo de la Asociación Andes.
Esta área protegida, situada en el Valle Sagrado de los Incas, está rodeada de imponentes cumbres de montañas, conocidas como “Apus”, entidades divinas protectoras de la vida, y que hasta hace poco estaban cubiertas de nieves perpetuas.
“Ahora la gente recién está despertando respecto al problema del cambio climático. Comienza a pensar en el futuro de la vida, en el futuro de la familia. ¿Cómo será el tiempo? ¿Tendrá comida?”, planteó a IPS el dirigente comunitario Lino Mamani, de 50 años, uno de los “papa arariwa (guardián de la papa, en quechua)” del parque.
Para él, quien dude del cambio climático, puede venir a comprobarlo en los Andes peruanos. “La Pachamama (madre tierra, en quechua) está nerviosa por lo que estamos haciendo con ella. Todos los cultivos están moviéndose para arriba de la montaña en áreas cada vez más altas, hasta que se vuelvan imposibles”, detalló.
Con la elevación de las temperaturas, aumentan además las plagas y enfermedades como el “gorgojo de los Andes”, un gusano blanco que ataca los cultivos, o la “rancha negra”.
Para evitar sus daños a los cultivos, durante los últimos 30 años los productores ya elevaron el cultivo de la papa más de 1.000 metros de altitud, afirmó Mamani, en un dato confirmado por la Asociación Andes y por investigadores del Centro Internacional de la Papa (CIP), con sede en Lima.
Pero el impacto más dramático para los cultivadores quechua de Cusco se ha producido los últimos 15 años.
Parte baja del Parque de la Papa, en el municipio rural de Pisac, en el departamento de Cusco, en Perú. Se trata de una unidad de conservación biocultural que une comunidades quechuas en la preservación de su cultivo milenario. Crédito Fabíola Ortiz/IPS
“La naturaleza solía informar el mejor periodo para cada paso de la agricultura. Pero ahora, Pachamama está confusa, estamos perdiendo nuestra referencia de los animales y plantas que no tienen más época para florecer”, se lamentó Mamani.
El suelo está más seco y periodo de maduración de las papas se abrevió ya de seis o cinco meses a cuatro.
“La papa nos une a todos, en nuestro estilo de vida, gastronomía, cultura y espiritualidad. Las papas son sagradas, tenemos que saber cómo tratarlas, son importantes para nuestro sustento y se conectan y nos conectan con la vida”, admitió el papa araiwa.
Mamani reside en la comunidad Pampallaqta y mantiene en su chacra (finca) de menos de una hectárea 280 variedades de papas, la mayoría cultivadas en partes altas de las montañas.
No solo las papas sufren con las alteraciones climáticas, también los demás cultivos tradicionales de los quechuas del valle, como habas, cebada, quinua y maíz, cuya siembra ha trepado montaña arriba para preservarse. “Necesitamos apoyo para su adaptación”, apeló Mamani.
Innovación versus extinción
El curador del banco de germoplasma del CIP, Rene Gómez, pronostica que a este ritmo de sequías prolongadas y altas temperaturas buena parte del año, seguidas de drásticas heladas y caídas de la temperatura que congelan los campos, las papas están en “absoluto riesgo” en los Andes peruanos.
“Estimo que en 40 años no va a haber donde cultivar las papas”, advirtió a IPS el investigador, para quien si bien no parece posible frenar el cambio climático, sí lo es desarrollar alternativas para el milenario cultivo.
Pero admitió que ya está dejando de ser rentable sembrar papas nativas a 3.800 metros sobre el nivel del mar, en la llamada parte baja del parque.
“Hay salidas, hay que utilizar los genes. Hemos identificado al menos 11 cultivares tolerantes a la vez a sequías y heladas”, explicó el científico.
Además, “estamos haciendo un experimento para interpretar cómo está variando el clima, cómo se están comportando las papas a una altitud de 4.450 metros y cuánto aguantan con 200 milímetros de lluvia al año”, detalló. Después de esa altitud la montaña se vuelve un erial de roca.
Las papas nativas soportan una variación de temperatura de menos de 2,8 grados centígrados a 40 grados, pero con esas oscilaciones extremas no conservan sus propiedades. Para que los tubérculos mantengan óptimos sus nutrientes necesitan de una temperatura que varíe entre los cuatro y los 12 grados.
Para preservar la papa andina se está articulando una alianza de innovación científica y saberes tradicionales quechuas en que participan la Asociación Andes, el CIP y el Programa de Investigación sobre Cambio Climático, Agricultura y Seguridad Alimentaria, del Consorcio de Centros Internacionales de Investigación Agraria.
Mientras se busca un nuevo hábitat en altitudes muy elevadas y tierras áridas y poco fértiles, en el Parque de la Papa se ayuda a los campesinos a adaptar sus cultivos.
Por su parte, las familias nativas cuidan el almacenaje de alimentos secos, como los chuños y morayas, papas de especies amargas que son deshidratadas mediante diferentes técnicas tradicionales, y que desde la civilización incaica permiten conservar el tubérculo hasta por 10 años.
Los indígenas reclaman que muchos varones tienen que dejar sus pueblos en búsqueda de empleo en las ciudades, dejando las tareas domésticas, de telares y de agricultura a las mujeres. “La preocupación nuestra ahora es si vamos a tener comida para el futuro”, lamentó a IPS el indígena Elisban Tacuri.
La quechua Ancelma Apaza dijo a IPS que es cada vez es más difícil calcular cuántos alimentos hay que almacenar para asegurar el sustento familiar todo el año. “Las mujeres participamos en la producción y conservación de los alimentos, pero ahora nos cuesta saber cuánta comida guardar, porque no sabemos si la cosecha va a ser buena”, comentó.
Añadió que en el Parque de la Papa batallan por mantener los hábitos culinarios heredados de sus ancestros, pero que ahora las familias deben completar su alimentación con productos industriales.
Para preservar su sagrado tubérculo, los quechuas del parque establecieron un almacén comunitario de papas y semillas.
Desde 2011 mantienen un depósito con capacidad para 8.000 kilogramos, denominado “Papa Takena Wasi”. En quechua “takena” significa guardar y “wasi”, hogar.
“Guardamos aquí las papas que tienen valor cultural y nos permite compartir las semillas con las comunidades que las necesitan”, explicó Mariano Apukusi, otro guardián de la papa.
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Editado por Estrella Gutiérrez
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