Por Rodrigo Montoya*
Servindi, 20 de junio, 2012.- Con este título reúno los artículos "Vargas Llosa: defensor de la 'alta cultura'" y "Culturas de todos los pueblos y la'alta cultura'", publicados en mi columna Navegar Río Arriba en el diario La Primera (Lima, domingos 2 y 17 de junio 2012).
Para entender el nuevo libro de Mario Vargas Llosa, La civilización del espectáculo (Alfaguara, 2012) el punto de partida de mi lectura crítica es una de sus confesiones:“Muy consciente de las deficiencias de mi formación, durante toda mi vida he procurado suplir esos vacíos, estudiando, leyendo, visitando museos y galerías, yendo a bibliotecas, conferencias y conciertos. No había en ello sacrificio alguno. Más bien, el inmenso placer de ir descubriendo como se ensanchaba mi horizonte intelectual, pues entender a Nietzshe o a Popper, leer a Homero, descifrar el Ulises de Joyce, gustar la poesía de Góngora, de Baudelaire, de T.S. Eliot, explorar el universo de Goya, de Rembrandt, de Picasso, de Mozart, de Mahler, de Bartók, de Chejov, de O’ Neill, de Ibsen, de Brech, enriquecía extraordinariamente mi fantasía, mis apetitos, mi sensibilidad”. (p. 202).
Para él la cultura es sinónimo de “alta cultura”, de las bellas artes, como en todas las llamadas “páginas culturales” de periódicos y revistas de todas partes, y de textos de ciencia y tecnología.
Como todas nuestras tías y tíos comunes y corrientes, MVLL divide a los seres humanos en “cultos” e “incultos”. Los primeros leen, escriben y tienen los placeres que aparecen en el párrafo citado. Los segundos, no están a la altura de esos placeres y sus gustos no cuentan. Sostiene que la cultura popular (propuesta por los críticos literarios) es un disfraz de “la incultura” (p. 67). No habría atrevimiento alguno de mi parte si incluyo al folklore, que el autor no menciona, como parte de esa “incultura”.
Sostiene MVLL que la cultura (“alta”, “de la elite” y “superior”) “está en nuestros días a punto de desaparecer, y acaso haya desaparecido ya” (p. 13). Su valor espiritual, estético y filosófico estaría siendo reemplazado por “la cultura del placer”, dentro de lo que él llama “civilización del espectáculo”, descrita a través de un listado de síntomas entre los cuales destacan: el “eclipse” de los intelectuales, reemplazados por futbolistas, cantantes, artistas de cine, chefs, diseñadores y modelos de pasarela; la desaparición del erotismo y banalización del acto sexual, el erotismo convierte el acto sexual en arte es sustituido por la pornografía; la “desindividualización de los individuos”; la frivolidad que sería en nuestro tiempo una inversión de la tabla de valores porque importa más la forma que el contenido, los gestos y desplantes más que los sentimientos e ideas.
Además la desaparición de lo privado y lo íntimo para dar paso a una especie de “Striptease generalizado”; la masificación; el cultivo del cuerpo y consumo de drogas; la búsqueda de placeres fáciles y rápidos; la imagen y el sonido sustituyen a la palabra; el desplazamiento de la inteligencia por el ingenio; la simulación y la representación (teatral) son más importantes que lo vivido; el ruido se impone sobre la música, el gesto sobre el valor y la responsabilidad de informarcede su lugar a la necesidad de divertir; la pérdida de importancia de la espiritualidad de la religión; de los artistas ya no se espera talento ni destreza, sino poses y escándalo; la artes plásticas son ahora un carnaval (“En la actualidad todo puede ser arte y nada lo es” p. 62); el periodismo y la TV de hoy buscan el éxito y la diversión con sus revistas del corazón, chismes y escándalos; y la conversión de la cultura en propaganda, etc.
El ensayo de MVLL -que liga viejos y nuevos textos periodísticos escritos por él en los últimos 40 años- muestra la libertad de su imaginación literaria en contraste con el rigor conceptual de una aproximación científico-académica. Como discípulo del historiador Raúl Porras Barrenechea, debiera haber recordado que los conceptos tienen una historia, surgen en determinado momento y contexto, se transforman, y desaparecen cuando ya no son útiles.
La palabra culture, apareció en el latín de la tardía Edad Media, quería decir cultivo, en el preciso sentido que aún tiene hoy en las universidades que forman ingenieros agrónomos: cultura del maíz, de la vid o de la caña de azúcar. No existía en tiempos romanos y griegos como afirma MVLL. Ese cultivo supone múltiples cuidados. Por extensión, el concepto cultivo pasó al mundo de las letras y humanidades y la posibilidad de leer y escribir fue identificada como el cultivo-cuidado de las mentes, particularmente en la educación de los niños. Como la Iglesia católica tomó para sí el monopolio del saber escolarizado, la cultura-cultivo se convirtió en bellas artes y en un privilegio de los reyes, de sus frailes y cortesanos.
La llamada “alta cultura” se incorporó al discurso europeo de la colonialidad del poder que empezó a construirse después de la conquista de América, como sostiene Aníbal Quijano. Juan Ginés de Sepúlveda escribió a mediados del siglo XVI: "… siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos e inhumanos, se niegan a admitir la dominación de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos; dominación que les traería grandísimas utilidades, siendo además cosa justa, por derecho natural, que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido, los hijos al padre, lo imperfecto a lo perfecto, lo peor a lo mejor, para bien universal de todas las cosas.
Este es el orden natural que la ley divina y eterna manda observar siempre. Y tal doctrina la has confirmado no solamente con la autoridad de Aristóteles…" (Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios, Fondo de Cultura Económica de México, 1941 [1550-1780: 53]. Agrego tres frases más de ese gran doctor de la Iglesia: "Porque escrito está en el libro de los Proverbios: 'el que es necio servirá al sabio'" (p. 85), "Los filósofos llaman servidumbre a la torpeza de entendimiento y a las costumbres inhumanas y bárbaras". (p. 83), y, "esto dice Aristóteles y con él conviene San Agustín en su carta a Vicencio" (p. 87).
Volveré el domingo 17 de junio con el punto de vista antropológico sobre las culturas, con mi propuesta sobre las culturas en plural frente a la "alta cultura", y a propósito de los silencios y vacíos del ensayo de MVLL.
En un artículo anterior (3 de junio) he señalado que Mario Vargas Llosa en su último libro La civilización del espectáculo, defiende la “alta cultura”, entendida como sinónimo de bellas artes (literatura, música clásica, pintura, teatro, cine,) y, por extensión, ciencia y tecnología. Divide a los seres humanos en “cultos” como portadores de esa alta cultura e “incultos” como aquellas desvalidas personas que no disfrutan del placer de las bellas artes.
En la primera clase de un curso de introducción a la antropología, cuenta el profesor (a) a sus estudiantes que todas las personas del planeta tierra y en todos los tiempos desde que somos Homos sapiens (desde hace aproximadamente cien mil años) tuvieron y tenemos una cultura y una lengua. Cultura quiere decir modo de vivir, de ser, de pensar, de sentir, de plantear y resolver problemas, de amar, de entender el mundo, de comunicarnos y de dar sentido. Durante más de 95 mil años todos los seres humanos vivieron en millares de pueblos y culturas sin saber leer ni escribir.
Hoy, en 2012, el número de analfabetos podría bordear la cifra de mil millones de personas. La oposición entre cultura e incultura, fue inventada para justificar los privilegios de quienes se sintieron y sienten superiores. La antropología enseña también que desde los primeros pasos de la especie humana los pueblos tienen sabios que no saben leer ni escribir. En lo que ahora se llama cultura occidental se identifica analfabetismo con ignorancia, lo que es simplemente una tontería. En la segunda mitad del siglo XIX, la acepción antropológica de cultura fue pensada y desarrollada desde los bordes de la alta cultura para tratar de entender a miles de pueblos y lenguas existentes en el mundo y en pacífica coexistencia con esa alta cultura, sin pretensión alguna de cuestionarla y, menos, de reemplazarla.
Es relativamente tardío, el cuestionamiento más serio del privilegio que la alta cultura representa. Hace apenas 50 años que aparecieron en América Latina en el resto del mundo los movimientos indígenas como nuevos actores políticos que reivindican y defienden sus culturas, lenguas e identidades, dejando atrás a todos los indigenismos. Para mostrar esta novedad, escribí hace 3 años el texto Cuando la cultura se convierte en política, recogido en mi libro Culturas y cultura: realidad, teoría y poder que la Universidad Ricardo Palma tiene ya en su oficina editorial, desde diciembre de 2011.
De dos cosas una: asumimos la tesis de la alta cultura propuesta desde el poder occidental o adoptamos gruesamente la noción antropológica de cultura. Mario Vargas Llosa sabe poco de antropología, no debate las propuestas de esta disciplina. Desde las alturas de su sabiduría, opta por la ironía y califica de “arcangélica” (p. 67) a la perspectiva antropológica de ver las culturas en condiciones de igualdad y horizontalidad. En otro de sus libros, La utopía arcaica (1996) inventó la noción de utopía arcaica para descalificar las propuestas de José María Arguedas, sin tomar en cuenta su obra antropológica y sus convicciones e intuiciones políticas. Con una gran dosis de optimismo podemos suponer que 1 por ciento de los 7 mil millones de personas que poblamos el mundo, disfruta de la alta cultura y que el 99 por ciento restante permanecería en la incultura.
No es por azar que esta proporción coincide con las cifras dadas por los Okupas norteamericanos: 1 por ciento de la población del mundo disfruta de los beneficios del llamado desarrollo.
MVLL cree que la crisis y casi desaparición de la alta cultura explica la masiva difusión de la civilización de espectáculo. Pero él no se pregunta por qué y no podemos esperar respuesta alguna de su parte a esa pregunta clave. Si lo hiciera, sería inevitable atribuirle al capitalismo la responsabilidad principal, pero él no puede llegar a ese extremo porque cree firmemente en el dogma del “mercado libre” como el “sistema insuperado e insuperable en la asignación de recursos” (p. 180). Octavio Paz -célebre poeta y Premio Nobel mexicano- sí condenó al mercado por “la bancarrota de la cultura” (p. 181). En su fase terminal, el capitalismo empieza a agotar todas sus posibilidades.
Después de la caída del Muro de Berlín, del naufragio de la Unión soviética y del ataque terrorista a las torres de Nueva York, obtener la mayor ganancia posible, convertir todo en mercancía, prescindir de toda preocupación ética, borrar las fronteras nacionales, blindar las inversiones de las multinacionales, tratar de desconocer los derechos de los trabajadores, son líneas de política impuestas en el mundo. Antes de 1990 era posible encontrar áreas de la vida social no regidas por la búsqueda de ganancia.
Nunca como hoy el capitalismo se ha filtrado por todos los poros de la sociedad. La alegría y casi orgullo de una persona con empleo precario que compra dos soles de pan con una tarjeta bancaria de débito cuyos intereses debe pagar, es una novedad en el país. Se agotan los llamados recursos naturales, el daño a la naturaleza por parte de las empresas capitalista en todo el mundo parece irreversible y ya tenemos serias evidencias de que nuestra especie está en peligro de desaparición. En algún momento la búsqueda de ganancias tendrá que terminar.
¿Será verdad que La alta cultura está despareciendo? Pareciera que fuera así, pero hay razones también que muestran su buena salud a pesar de algunos golpes sufridos. En el caso peruano, el gasto de algunas decenas de millones de dólares en la reconstrucción del Teatro Municipal y en la construcción del Flamante Teatro Nacional, pensados en beneficio principal de la pequeñísima alta cultura limeña, y la firma convicción de los funcionarios del Ministerio de Cultura (cuidado, cultura solo en singular, como si en Perú hubiese sólo una) para llevar la cultura a los pueblos que no la tienen, son indicadores de una buena salud.
La llamada “democratización de la cultura”, con el samaritano propósito de ofrecer una fuente de placer a millones de incultos es un antiguo deseo que más tiene de discurso que de realidad. En el cercado y pocos distritos de Lima se concentran los teatros mientras en los grandes conos de la ciudad los danzantes de tijeras bailan en condiciones lamentables.
Para terminar, comentaré un hecho social más: MVLL es un promotor y beneficiario de la Civilización de espectáculo, es una figura mediática por excelencia, un ejemplo en carne y hueso de la alta cultura. Recibió de manos del Rey de España el “título de honor o dignidad” de marqués, “categoría inferior al de duque y superior al de conde” según el DRAE. Esta distinción expresa el espíritu mismo que creó la noción de alta Cultura.
Nuestro premio Nobel ha recibido muchísimos y merecidos honores, particularmente de universidades del mundo. Estuvo feliz en la ceremonia con el Rey Juan Carlos pero no usa ese título o dignidad. No lo presentan, ni él mismo se presenta como marqués. ¿Será por prudencia frente al deterioro de su amada alta cultura?
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*Rodrigo Montoya Rojas es antropólogo, profesor emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.