Por Marc Dourojeanni*
31 de octubre, 2011.- Durante más de un siglo la energía hídrica fue considerada limpia y renovable y por ende era recomendada por los expertos y aceptada por los ciudadanos. Pero, fue evidenciándose que ese supuesto era apenas una media verdad y que, en realidad, todas las centrales hidroeléctricas tienen impactos ambientales y sociales.
Esto se hizo más obvio en la medida que la demanda por energía aumentó y que más y más cursos de agua eran represados. Hoy son pocos los ríos del mundo que aún no tienen infraestructuras energéticas. Entre estos están los de la Amazonia, pero en la últimas dos décadas eso ha cambiado drásticamente, especialmente en el Brasil y, debido a la rápidamente creciente demanda energética de ese país, también está afectando al resto de la Amazonía, es decir a su cuenca alta.
Por ejemplo, en el Perú hay apenas tres o cuatro centrales hidroeléctricas de medio porte en operación en la cuenca amazónica y solo dos de ellas están localizadas propiamente en el bioma amazónico. Este país genera su energía en otras vertientes o con otros recursos (petróleo, gas). Pero, por razones obvias, su mayor potencial hidroenergético (85%) está en la vertiente amazónica y eso ha despertado el interés del Brasil, que ya casi agotó sus reservas.
Es así que actualmente existen 52 proyectos de construcción de centrales hidroeléctricas en la cuenca amazónica, de las que las 15 mayores serían destinadas a proveer de energía al país vecino, que las construiría y operaría. Esa situación, con variantes, se repite con la porción amazónica de los demás países, especialmente en Bolivia. Al mismo tiempo, el Brasil avanza rápidamente sobre sus últimos rios amazónicos aún no represados. Ocurre que por ser el Brasil un país plano, generar energía hídrica implica hacer enormes lagos artificiales. En cambio, en la vertiente andino-amazónica, los embalses pueden ser mucho menores y generar más energía, más barata.
Los impactos ambientales de las hidroeléctricas son directos e indirectos y muy numerosos. Además son de gran complejidad, pues interactúan entre sí: alteraciones del régimen hídrico, reducción de la biodiversidad y productividad hidrobiológica (pesca), diversas formas de contaminación de las aguas, aumento de riesgos de desastres “naturales” (por ejemplo, en caso de sismos) y, obviamente, deforestación, caza ilegal, etc. En el caso de los valles andinos-amazónicos esas obras gigantes amenazan la extraordinaria diversidad biológica, llena de endemismos, que allí ocurre. Además, siempre se olvida que la energía debe ser transportada a grandes distancia y que pare ello se construyen líneas de trasmisión sobre centenas o miles de kilómetros destruyendo bosques y abriéndolos a usos inadecuados.
Los impactos sociales son igualmente grandes y variados, tanto en la etapa de construcción como en la de operación, obligando a reasentamientos forzados de millares de personas, inundando las tierras más fértiles de los valles, facilitando nuevas ondas de deforestación, propagando enfermedades y muchas veces, fomentando ocupaciones irregulares de tierras indígenas o de áreas protegidas. Estos impactos, en el caso del Brasil, han forzado a los ciudadanos perjudicados por esas obras a formar una “federación de afectados por los grandes embalses” que lucha por recibir un tratamiento justo de los gobiernos y de las empresas.
Para hacer aún más dudoso el carácter “ecológico” y “sustentable” de la generación de energía hidroeléctrica, estudios recientes demostraron que los lagos artificiales tropicales generan a lo largo de su vida útil un volumen de gases de efecto invernadero casi tan considerables como lo sería usando energía fósil. Estos lagos emiten metano, dióxido de carbono, dióxido de azufre y óxido nitroso. Se demostró que el lago de la central Balbina, en Brasil, en sus primeros cuatro años de funcionamiento, pudo haber emitido hasta veinte veces más gases de efecto invernadero que generando la misma energía con petróleo. Peor, dependiendo de los aportes de materia orgánica al lago, este problema puede continuar durante toda su vida útil. Gran parte de esas emisiones se producen en las turbinas y en el vertedero. Este hecho es tanto más grave cuantos más sedimentos trae la cuenca y cuanto menos limpia de su vegetación original queda el lecho del lago artificial.
El problema de fondo es que si la humanidad pretende mantener el estilo de desarrollo consumista y cortoplacista actualmente dominante va a requerir cada vez más energía pese a que ninguna fuente es ideal. Los hidrocarburos aportan directamente a crear el efecto invernadero, la energía nuclear crea un riesgo grande y tiene cada vez menos simpatizantes. Las opciones de biomasa (alcohol y biodiesel) son una farsa ya que cuando se contabilizan sus impactos desde la producción hasta su uso, gastan más energía que la que producen. Las energías solar y eólica son, sin duda, una promesa pero sus costos son aún excesivos. Es decir que, mientras que la ciencia y la tecnología no resuelvan el problema, hidrocarburos, hidroeléctricas y biocombustibles continuarán apareciendo como las opciones menos malas.
La lucha por un desarrollo amazónico sensato debe enfocar cambiar el estilo de vida dominante, rediseñando los principios de la economía y, asimismo, revisando el concepto de “desarrollo sustentable”, que hace creer que se puede crecer ilimitadamente sin destruir el entorno natural que sustenta la humanidad. Mientras tanto, pues ese cambio llevará mucho tiempo, la lucha debe orientarse a evitar lo peor. Los peruanos consiguieron evitar la construcción de la central hidroeléctrica del Inambari y los bolivianos revertieron la decisión del gobierno de construir una peligrosa carretera en medio de su Amazonía, ambas obras promovidas por el Brasil. Los movimientos sociales, cuando olvidan sus rencillas, hacen milagros. Pero, al mismo tiempo, es preciso demandar alternativas menos agresivas, por ejemplo, centrales hidroeléctricas del tipo “de paso”, que dejan el agua fluir, en lugar de hacer las del tipo “lago artificial” o; exigiendo manejo de las cuencas colectoras para limitar la sedimentación de los embalses y aumentar su eficiencia y duración. También es preciso que los estudios de impacto socioambiental sean bien hechos, incluyendo los de tipo estratégico, y que sean debidamente respetados por las autoridades, incluyendo la opción de “no hacer”.
La sociedad de los países amazónicos debe estar muy atenta a las propuestas de sus gobiernos detrás de las que siempre hay intereses económicos que, muchas veces, no coinciden con las prioridades nacionales. El agua es profusa en la Amazonia y ante la enorme demanda energética que existe puede correrse el riesgo de olvidar que el agua es la vida y que como tal es el bien más precioso que existe.
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*Marc Dourojeanni es ingeniero agrónomo, ingeniero forestal, doctor en ciencias. Profesor Emérito de la Universidad Nacional Agraria de La Molina, Lima, Perú.