Por María Victoria Eraso*
22 de agosto, 2011.- No puedes recuperarlo con una búsqueda en Google. "Tú dices digo y yo digo diego”, dice el refrán. La diferencia es sutil. Y sin embargo, en todo el mundo, de la Amazonía al Ártico, los pueblos indígenas dicen las cosas de 4.000 maneras distintas.
Tristemente, ya nadie dice "digo” en eyak, una lengua del Golfo de Alaska, ya que la última persona que la hablaba con fluidez murió en 2008. Tampoco en bo, una lengua de las islas Andamán, tras la muerte de su última hablante, Boa Sr, en 2010. Casi 55.000 años de pensamientos e ideas, la memoria colectiva de un pueblo entero, murieron con ella.
La mayoría de lenguas indígenas están desapareciendo a un ritmo mucho mayor del que pueden ser registradas. Los lingüistas del Living Tongues Institute for Endangered Languages creen que, de media, desaparece una lengua cada dos semanas.
Para el año 2100 podrían haber desaparecido más de la mitad de las 7.000 lenguas que se hablan en el planeta, de las cuales la mayoría aún no han sido registradas. Su ritmo de desaparición es mayor incluso que el de la extinción de especies.
A medida que los pueblos indígenas son expulsados de sus tierras y sus hijos son trasladados desde sus comunidades a sistemas educativos que los despojan de su sabiduría tradicional, y con las guerras, la urbanización, el genocidio, las enfermedades.
Los robos de tierras violentos y la globalización que continúan amenazando a los pueblos indígenas con su extinción, las lenguas indígenas van muriendo. Y con la desaparición de las tribus y la extinción de sus lenguas, fragmentos únicos de la sociedad humana se convierten en poco más que recuerdos.
En el oeste de Brasil, entre las enormes extensiones amarillas y secas de los campos de soja del estado de Rondônia, donde se ve el humo en el horizonte y el olor a madera quemándose siempre está en el aire, aún existen pequeñas parcelas de selva exuberante e intacta. Aquí viven los cinco miembros restantes del pueblo indígena, una vez próspero y aislado, de los akuntsus.
Su población comenzó a disminuir con la construcción de una carretera principal a través de Rondônia en 1970. Esto tuvo como consecuencia varias oleadas de ganaderos, madereros, especuladores de la tierra y colonos que ocuparon el estado. Todos ellos estaban hambrientos de tierras, a cualquier precio.
Los ganaderos destruyeron el hogar en la selva de los akuntsus, trataron de esconder esa destrucción, y contrataron a pistoleros para asesinar a los habitantes. Los miembros que sobrevivieron huyeron a la selva, donde permanecieron, traumatizados, hasta que se estableció contacto con ellos a mediados de la década de los 90.
Desde entonces, los lingüistas han estado trabajando con este pueblo para lograr entender su lengua, con la esperanza de que un día los akuntsus podrán no sólo contar su trágica historia, sino también compartir los conocimientos que sus palabras recogen.
El destino de las lenguas indígenas es el mismo en todo el mundo. Antes de que los europeos llegaran a América y Australia, en cada país se hablaban cientos de lenguas complejas. Hoy, ni la lengua yurok de California ni el yawuru de Australia Occidental cuentan con más de un puñado de hablantes.
Entre los indígenas pies negros de las llanuras del noroeste de Norteamérica es extraño encontrar a una persona de menos de veinte años que hable su lengua nativa, el siksika: la mayoría de los hablantes son grupos menguantes de ancianos. Cuando las lenguas se convierten en algo exclusivo de los ancianos, los sistemas de conocimiento inherentes a ellas peligran.
Para el resto del mundo, esto significa que modos únicos de adaptarse al planeta y de responder de forma creativa a sus retos se van a la tumba con los últimos hablantes. En un mundo de inseguridad ecológica, esto supone una gran pérdida. De hecho, a los niños no se les habla en muchas de las lenguas indígenas del mundo.
Impedir a un pueblo indígena comunicarse en su propio idioma es desde hace mucho una política adoptada por las autoridades dominantes para marginalizar sus modos de vida.
Entre las décadas de los años 50 y los años 80, las autoridades soviéticas de Siberia intentaron suprimir las tradiciones de los pueblos indígenas del país enviando a los niños indígenas a escuelas donde no les enseñaban sus propias lenguas; a algunos niños incluso se los castigaba si se atrevían a hablar en ellas.
En Canadá, los niños inuit tuvieron que abandonar sus hogares para ser enviados a internados, donde recibían palizas si se comunicaban en su lengua materna. "No esperaba que me pegasen en ese momento, pero lo hicieron”, dice George Gosnell, un hombre inuit. "Fui al despacho del director y me pegaron por usar nuestras lenguas”.
En las comunidades innu de Canadá, aunque ahora se enseña un poco en innu-aimun, la lengua innu, la mayoría de la enseñanza se imparte en inglés o francés. "Los niños no nos entienden hoy en día cuando usamos viejas palabras innu”, contó un hombre innu a un investigador de Survival International, "y no podemos traducirlas, porque no los entendemos”.
La mayoría de las lenguas indígenas, sin embargo, no se encuentran en los libros. Ni en Internet. Ni, de hecho, en ninguna documentación, ya que la mayoría de ellas se han transmitido de manera oral. Pero esto, por supuesto, no las hace menos válidas, o relevantes.
Las lenguas orales también graban su historia paralela. "La verdadera historia de Australia nunca se lee”, escribió un poeta aborigen. "Pero el hombre negro la guarda en su cabeza”, un pensamiento que encuentra ecos en la simple afirmación de la mujer bosquimana Dicao Oma: "Tenemos nuestra propia habla”.
De la misma forma, los kallawayas de Bolivia, sanadores itinerantes de los que se cree fueron los curanderos naturópatas de los reyes incas, y que aún viajan a través de los valles andinos y las altas mesetas en busca de hierbas tradicionales, también tienen su propia "habla”: una lengua familiar secreta que se ha pasado de padre a hijo, de abuelo a nieto.
Algunas personas creen que esta lengua, llamada machaj juyai o "lengua del pueblo”, era el idioma secreto de los reyes incas, y que está enlazado con las lenguas de la selva amazónica, a la que los kallawayas solían viajar para encontrar materiales para sus tratamientos. En la era de la tecnología, hay alguna esperanza de revivir el kallawaya y otras lenguas que se desvanecen en el mundo.
Un buen ejemplo es el quechua, la lengua indígena más hablada en Sudamérica. Lleva mucho tiempo en un lento declive, pero ahora está reviviendo después de que Google lanzara un buscador en quechua, Microsoft produjera versiones de Windows y Office en el idioma y que el estudioso Demetrio Túpac Yupanqui tradujera el Quijote a su lengua materna.
Documentar y salvar lenguas antiguas es completamente posible, y de hecho es más fácil con las nuevas tecnologías de la comunicación: mensajes de texto, redes sociales y aplicaciones de iPhone.
Al fin y al cabo, la muerte de las lenguas indígenas no es importante sólo para la identidad de sus hablantes (como dijo el lingüista Noam Chomsky, una lengua es "un espejo de la mente”), sino también para todos nosotros, para nuestra humanidad compartida. Las lenguas indígenas son lenguas de la tierra, llenas de información geográfica, ecológica y climática compleja que, aunque está basada en el ámbito local, es universalmente significativa.
Por ejemplo, el hecho de que los inuits de Canadá no tengan solo una palabra para "nieve”, sino muchas, demuestra cuán en sintonía están con su medio ambiente, y por tanto con los posibles cambios en él. Una habilidad que, probablemente, hayan perdido muchas personas "urbanizadas”, por su alejamiento del mundo natural.
Pero las lenguas también nos permiten conocer cuestiones espirituales y sociales, ideas sobre lo que es ser humano, sobre la vida, el amor y la muerte. Al igual que las curas a las enfermedades de la humanidad esperan a ser encontradas en las plantas de la selva, las lenguas indígenas también contienen muchas ideas, percepciones y soluciones sobre y para la interacción entre los seres humanos y con el mundo natural.
Las lenguas son mucho más que meras palabras: son lo que sabemos, y lo que sabemos que somos. Su pérdida es inconmensurable. En palabras de Daniel Everett, lingüista, escritor y decano de Artes y Ciencias de la Universidad de Bentley, "cuando perdemos conocimientos indígenas, perdemos parte de nuestra ‘fuerza’ como Homo Sapiens.
Se produce una inestimable pérdida de expresiones de humor, conocimiento, amor y todo el espectro de la experiencia humana. Con la pérdida de una tradición ancestral, se pierde para siempre un mundo de soluciones para la vida. No lo puedes recuperar con una búsqueda en Google”.
"Dicen que nuestra lengua es simple, que debemos abandonar nuestra simple lengua para hablar la vuestra”, escribió el inuit Simon Anaviapik. "Pero esta lengua mía, tuya, es lo que somos y lo que hemos sido. Es el lugar donde encontramos nuestras historias, nuestras vidas, nuestros ancestros; y también debería ser donde encontrar nuestro futuro”.
* Escritora argentina, corresponsal de Prensa Indígena.