Por Eland Vera*
“(…) expulsemos a los gringos malditos,
es la nueva voz.
Y si no quieren marcharse
echemos de la Madre Tierra
a esos satanaces, o matémolos
en nombre de Túpac Amaru
en nombre de Tupac katari (…)”
Feliciano Padilla, Hatariy wawqiy, 2009
24 de julio, 2011.- Mario Vargas Llosa puede ser un punto de partida para pretender la comprensión de las recientes movilizaciones sociales contra la actividad minera en Puno. Nuestro Nobel no tuvo mejor idea para “desterrar” y “desaparecer” al capitán Pantoja, en las últimas páginas de Pantaleón y las visitadoras, que enviarlo al altiplano puneño. Para el lector atento queda impregnada la idea de que Puno es la “Siberia peruana”: el lugar alejado, frío y de castigo para el hombre y mujer de la costa. Vargas Llosa de ese modo contribuye con toda su genialidad a consolidar la potente idea que irriga las mentes de todos aquellos peruanos que no conocen ni viven en el altiplano: Puno la tierra extraña y desarraigada, el lugar-otro.
Pero el lugar-otro que paradójicamente solo debe servir como mina y paisaje en el proyecto excluyente de las élites nacionales, también es y ha sido el lugar de nacimiento de miles de peruanos que encarnan en su rudo rostro y en sus contradictorias costumbres sincréticas la conexión con una de las matrices milenarias y civilizatorias más cargadas de sentido en el mundo y, además, o por ese mismo motivo, son la manifestación viviente e inquietante del carácter escindido, bloqueado e inconcluso de la nación peruana.
Occidente, Puno y la rabia
Pues, hoy en Puno, como en buena parte del sur peruano, los hombres y mujeres que pretenden encarnar los dogmas civilizatorios de Occidente y del capitalismo multinacional o de consumo, requirieron y requieren de armarse de los más sólidos argumentos si desean rivalizar, persuadir y vencer a los peruanos-otros que viven a más de 3,800 msnm en una extraña comunión con el cosmos y la pobreza, y que ven en la mayor parte de las personificaciones de lo foráneo (Estado, empresa privada, medios de comunicación, transnacionales,minería, SUNAT, etc.) a un viejo y eterno antagonista al que odian por la explotación, la discriminación y la exclusión; corroen sus partes cuando les toca estar dentro de él y, simultáneamente, consumen convenientemente sus más avanzados logros; imitan su depredador individualismo, y disfrutan con su maquinaria de goce.
Los sujetos-otro del lugar-otro, sin embargo, pese a las tácticas ensambladas en siglos se resisten al papel de perdedores. La razón es sencilla “donde hay poder, hay resistencia” como sostuvo Foucault. Si los montes y los lagos del altiplano hablasen y tendrían memoria, seguramente nos contarían relatos de horror más descarnados que los narrados por José María Arguedas. Por ventura algunos hombres, historiadores y bibliotecas esperan la visita de los desinformados, para enjugar sus lágrimas luego de atestiguar la espantosa empresa colonizadora y depredadora.
Así, la rabia detrás de los latigazos, saqueos, linchamientos, incendios y toda forma de violencia vieja o por crearse, no proviene de demenciales “salvajes” enclaustrados en el pasado y que practican “ideologías absurdas y panteístas” (García dixit), son los sujetos-otro, por ansiosos, radicales, que buscan ser parte de un todo mayor que los incluya y los respete (por diferentes y vencidos) para respetar luego e integrarse, después. No en vano, el fantasma que ronda el altiplano es la idea fuerza de la reivindicación, expresión que en su origen latino significa reclamar o vengar por algo. Y la venganza quechua o aimara se remonta a un descomunal y violento despojo, anterior incluso a lo que hoy llamamos Perú.
Aduviri, el modelo y las posibilidades
Pese al estado actual de las pasiones, considero que el dirigente aimara Walter Aduviri, como lo fue en su momento Alberto Pizango, encarna el reclamo etnocultural de incorporación en el Estado nacional y el cuestionamiento al proyecto político de las élites que, fieles a su historia, consideran que el desarrollo se alcanza mediante el sometimiento a los poderes foráneos y el ofrecimiento incondicional de los recursos naturales. La película del modelo de desarrollo primario-exportador minero con cero valor agregado, fundamentado en el catecismo de la ideología neoliberal y en la defensa de la inversión extranjera no ha beneficiado a las poblaciones andinas y amazónicas, porque sencillamente el poder político ha jugado en pared con el capital transnacional y sus socios nacionales. De tal manera que los gobiernos de los últimos años renunciaron a dirigir al Estado cumpliendo la función de regulación que permite corregir el “natural” desequilibrio entre el mercado y la sociedad.
La llamada regionalización se mueve en ese tétrico marco, al que se agrega el centralismo, expresión desvestida de la desigualdad y las relaciones asimétricas. Por eso en Puno y en muchas regiones pobres, la población exhibe a flor de piel una comprensible ambivalencia entre elevadísimas expectativas ante cualquier oportunidad salvífica de cambio y el antídoto de la desconfianza que a veces lleva a la inmovilidad. Ante esa evidencia, cualquier receta es un fragmento, un despropósito, tal vez un acto de imprudencia.
Las vergonzosas experiencias con nuestras autoridades locales, regionales y congresistas, dejan en claro que sus agendas ocultas (personalistas y cuasi delictivas) se mantendrán, es casi un cáncer. Hay que asumirlo, es así. Se impone, entonces, al más puro estilo deportivo, abrir la “cancha” (sin descuidar la actitud fiscalizadora y de denuncia frente a la corrupción). En este juego de apertura hay que pasar de la agenda oculta de los piratas de la política a la visibilización de la agenda del pueblo oculto. ¿Cómo? Persuadiendo, propiciando (hasta organizando, al final de cuentas) la entrada efectiva al espacio público de la política regional de nuevos actores legitimados o legitimables por su solidez representativa, calificación de sus propuestas, limpieza ética, vocación de diálogo y trayectoria destacada que garanticen el imperio de la institucionalidad democrática como vía regia para alcanzar el desarrollo.
Estos actores, debe quedar claro, se caracterizarían por su naturaleza esencialmente institucional, gremial, comunal o colectivo. Por mucho tiempo hemos permitido, colaborado y hasta celebrado el ingreso a la política de sujetos providenciales y altamente personalistas. Incluso creemos que esa práctica significa renovación de la política, cuando en realidad somos los primeros en alimentar la aparición y apogeo de caudillos, siempre desarraigados y sinvergüenzas, que arman argollas –siempre perversas- para encumbrarlos y adularlos. Eso debe acabar, ya.
Con actores de naturaleza esencialmente democrático-institucional, su autoridad legítima y legitimada permitiría construir consenso, participación y diálogo social inclusivo, ciudadanía étnica e intercultural, orden y control territorial, dinamismo de las diversas actividades económicas, potencia negociadora con el Estado y los poderes fácticos, detención de la corrupción y, lo más importante, la aplicación de un proyecto integral de desarrollo regional que, al sostenerse en semejante solidez, gozaría de aceptación y duración en el tiempo. Tal vez de ese modo se alcanzaría lo posible y lo deseado… sin necesidad de asesinar a los “gringos malditos”.
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*Eland Vera es periodista y profesor de la Universidad Nacional del Altiplano de Puno (UNAP).