Servindi, 10 de diciembre, 2010.- Bajo la sombra del guamúchil nos habla de la experiencia de mujeres indígenas y mestizas (casi todas de origen rural) presas en Cereso Morelos, donde viven aisladas de la sociedad alrededor de 200 mujeres y 15 niños.
El libro cuestiona el sistema de justicia estatal que ve en el castigo y en el encarcelamiento, una solución ante la incapacidad de un modelo social, que con la exclusión y la pobreza ha contribuido a producir la criminalidad.
Bajo la sombra del guamúchil ha sido coordinado por Rosalva Aída Hernández Castillo y fue editado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y Ore-media.
El libro puede ser descargado con un clic en el siguiente enlace:
- Bajo la sombra del guamúchil. Historias de vida de mujeres indígenas y campesinas en prisión (archivo pdf, 148 páginas)
Introducción: historias de exclusión
Por Rosalva Aída Hernández
El guamúchil es el árbol de los corrales y vigilante de los caminos.
Por alguna razón que desconocemos gusta de la presencia humana, pues acostumbra proliferar donde hay frecuente tránsito de personas. En el área femenil del Centro de Readaptación Social de Atlacholoaya (Cereso) Morelos, el guamúchil es la única área verde que les permite a las internas sentirse cercanas a la naturaleza y olvidarse por momentos del contexto penitenciario que las rodea. Las mujeres indígenas y campesinas se han apropiado de este espacio donde, según nos explica una de ellas: “el verde del guamúchil, los pájaros que en él anidan y las risas de los niños que les llegan desde las áreas de juegos, las hacen sentir que no están encerradas”
Bajo la sombra del guamúchil nos habla de la experiencia de mujeres indígenas y mestizas (casi todas de origen rural) presas en el área femenil del Cereso Morelos, donde 206 mujeres y 15 niños han sido aislados de la sociedad, por un sistema de justicia que ve en el castigo y en el encarcelamiento una solución ante la incapacidad de un modelo social, que con la exclusión y la pobreza ha contribuido a producir la criminalidad.
Organismos internacionales han señalado que los índices de delincuencia están directamente relacionados con la falta de desarrollo económico, la mala distribución de recursos públicos y la persistencia de la iniquidad y la injusticia social.
Estas publicaciones, libro y video, se proponen acercarnos a dichas experiencias de inequidad, a través de las voces y los escritos de nueve internas que, en el marco del taller de Historias de vida, han llevado a cabo desde 2008 a la fecha, en el área de mujeres de dicho reclusorio (conocido como “el femenil de Atlacholoaya”); más los escritos de otra interna.
En el taller, las participantes se dieron a la tarea de documentar y escribir la historia de otras compañeras presas indígenas y campesinas que no contaban con el privilegio de la escritura. Este proceso colectivo permitió crear nuevos lazos de solidaridad entre las mujeres indígenas y no indígenas, y abrió un espacio para refl
exionar en torno al machismo y al racismo que marcan a la sociedad mexicana y que infl uyeron en la cadena de injusticias y exclusiones que terminaron por privarlas de su libertad.
Esta doble publicación (libro y video) incluye también poemas y reflexiones que se escribieron durante el desarrollo de otro taller que auspicia el Instituto de Cultura de Morelos, denominado Mujer: escribir cambia tu vida, efectuado entre 2007 y 2008.
Se trata pues de un esfuerzo colectivo que realizamos, la también académica, activista y escritora Elena de Hoyos y una servidora, junto con el grupo de diez reclusas y escritoras en formación, internas en dicho centro de reclusión; tarea a la que le hemos dedicado casi tres años y que son el fruto de los talleres mencionados.
Durante estos años hemos aprendido de ellas más de lo que logramos enseñarles, nuestros diálogos con cada una de las internas nos forzaron a ver nuestras propias vidas con otros ojos. Aprendimos que la necesidad de cambiar este sistema de justicia discriminatorio, es una urgencia no sólo para las mujeres que han sido apresadas injustamente, sino para todos los que estamos afuera, para Elena, para mí, para nuestros h?os, que corremos el peligro de caer en sus “garras” en cualquier momento, pues en México estar en la cárcel es casi un “accidente” que le puede suceder a cualquiera.
Este trabajo es un esfuerzo por compartir y denunciar estas injusticias, que surge no de una iniciativa “altruista” por salvar a alguien, sino de una convicción política de que para salvarnos a nosotras mismas, tenemos que denunciar, aunque sea a través de estrategias limitadas como las editoriales, las injusticias que mantienena miles de mujeres alejadas de sus h?os y sus familias.
Según un informe presentado por el Congreso de la Unión, en México, en los últimos cinco años, se incrementó el número de mujeres que han sido privadas de su libertad 19.89%, en contraste con 5% de aumento entre la población masculina. La principal razón del aumento tiene que ver con su participación en el narcomenudeo.
Esta tendencia se reproduce entre la población indígena, donde 52% de las mujeres han sido detenidas por delitos contra la salud. Las mujeres indígenas se han convertido en rehenes de la guerra contra el narcotráfico, pues para demostrar su “efectividad” en la lucha contra el crimen organizado, el gobierno mexicano está encarcelando a personas de los sectores más vulnerables: las mujeres campesinas, pobres y muchas de ellas indígenas.
Las reformas estructurales neoliberales han profundizado la marginación de los pueblos indígenas, obligándolos a migrar hacia el norte y en muchos casos a buscar en la siembra o transportación de substancias ilícitas una forma de sobrevivencia ante la crisis de la producción campesina. Otras veces son forzadas ha hacerlo por los propios narcotraficantes.
Las historias que aquí compartimos ponen en contexto estos “delitos contra la salud” y nos ayudan a entender las razones por las que algunas de ellas decidieron violar la ley o en el peor de los casos simplemente guardar silencio cuando sus esposos o sus h?os se involucraron en actos ilícitos.
Estas historias también nos muestran que el encarcelamiento de las mujeres, el desarraigo de su comunidad, el abandono de sus h?os y la desestructuración de la vida familiar, no es la solución para alejar a las comunidades indígenas, pobres y campesinas de las redes del narcotráfico. No es tampoco la mejor manera de demostrar que las reformas multiculturales han hecho más accesible la justicia para la población indígena del país. Sólo una política social que dé alternativas económicas al campo mexicano y que parta de la redistribución de la riqueza y del verdadero reconocimiento de los derechos culturales y políticos de los pueblos indígenas, podrá contrarrestar el avance del narcotráfico en tierras indígenas, así como rurales, y alejar a hombres y mujeres campesinos de las redes del crimen organizado.
Las historias aquí reunidas no son excepcionales, tan sólo son ejemplo de las múltiples historias de violencia sexual, racismo, discriminación y violencia de Estado que comparten muchas de las 11 mil 252 mujeres que se encuentran presas en los 402 centros de reclusión existentes en México.
Cuando llegué a Atlacholoaya por primera vez me movía el interés académico y político de conocer las condiciones de vida de las mujeres indígenas presas. A través de algunas redes personales logré ir como invitada a uno de estos talleres que se desarrollan en el “femenil”, y fue precisamente en el de Mujer: escribir cambia tu vida, que coordinaba Elena de Hoyos. Tenía más de un año de antigüedad, con la participación de entre 10 y 12 internas que estaban interesadas en aprender a escribir literariamente.
La mayoría de las participantes eran mujeres presas con algún grado de escolaridad que iba desde la primaria terminada hasta estudios técnicos. Ninguna de ellas era indígena. Al presentarme y explicarles mi interés por conocer y escribir las historias de vida de mujeres indígenas presas, surgió la iniciativa por parte de ellas mismas de que yo les enseñara la metodología de elaboración de historias de vida y ellas pudieran ser quienes entrevistaran y escribieran las historias de sus compañeras indígenas presas.
Este fue el inicio de un nuevo espacio de diálogo y construcción colectiva de conocimiento que me ha planteado nuevos retos como académica y como activista. En el taller Historias de vida participaron entre 10 y 15 internas; el número fluctuaba pues algunas salieron libres a lo largo de los dos años y medio que duró el mismo y otras más se integraron. El taller tenía, de manera formal, el objetivo de “capacitar a las participantes en la técnica de elaboración de historias de vida, como un recurso literario y de reflexión sobre las desigualdades de género”(1).
En el marco del taller, que se realizó primero semanalmente y después quincenalmente, desde octubre del 2008 hasta junio del 2010, cada una de las participantes trabajó en el propio proyecto de elaboración de una historia de vida de alguna compañera indígena presa. Una vez al mes, las compañeras cuya historia se estaba sistematizando, asistían al taller a escuchar los avances, comentar o cuestionar las representaciones que sobre sus vidas estaban haciendo las integrantes del taller. Varias de las participantes optaron por escribir sus propias historias. Una de las mujeres indígenas, al final de los dos años, aprendió a escribir y optó por completar la historia escrita por su compañera, añadiendo detalles y matices a la versión original.
Mi intención en el trabajo de este taller fue facilitar los diálogos interculturales entre indígenas y no indígenas y promover la reflexión crítica en torno a las cadenas de desigualdades étnicas, genéricas y de clase que posibilitaron su reclusión.
Las participantes empezaron a elaborar sus propias teorizaciones y reflexiones que han integrando a las narrativas biográficas, que adquieren formas híbridas y novedosas, que van más allá de las meras historias de vida. Con el objetivo de socializar este conocimiento, las participantes mantuvieron durante algunos meses una columna en la gaceta mensual Y ahora qué sigue..., editada por Elena de Hoyos en el mismo penal. En el artículo de presentación del taller, una de las internas describía la importancia de este espacio para construir puentes entre mujeres diversas dentro del penal:
“Considero importante el taller de Historias de vida porque me abre la puerta a un mundo desconocido, el cual debe atenderse para eliminar las desigualdades que se viven en el país, principalmente. Por otra parte, es un medio para sensibilizar corazones y crear una hermandad entre mujeres de diferentes clases sociales. En mi pequeño espacio del área femenil, donde habitan diversas mentes, costumbres y convicciones de mujeres. Es interesante tomar el reto de unir nuestras voces y plasmar historias de vida, liberarlas de este lugar y conseguir que el exterior conozca y reflexione sobre la realidad que aquí se vive.
Este taller hará posible la unión entre mujeres que buscan un fi n común. Es un medio para ayudarnos entre nosotras siendo las portavoces de historias reales. En lo personal, me permite vivir una experiencia nueva en el mundo de la escritura y sentirme orgullosa de apoyar a quienes han guardado silencio por mucho tiempo, con mi escritura seré portavoz de aquellas que se atrevan a contar su historia. Para las mujeres analfabetas este taller esta siendo un medio para liberar su historia, desahogarse con un oído dispuesto a escucharlas y recuperar el valor de ser mujer que la sociedad les arrebató”(2).
Fue gracias a estos diálogos que Susuki Lee Camacho, una mujer de ascendencia coreana, que inició el taller con una actitud de desencanto y desconfianza hacia las internas, se acercó a la realidad de las mujeres indígenas de Guerrero, a través de la vida de dos mujeres nahuas, cuyos seudónimos son Flor de Noche Buena y Morelitos.
Ellas le abrieron el corazón y le compartieron sus historias, que fue escribiendo e intercalando con reflexiones sobre su vida y sus propias experiencias de exclusión. A lo largo de estos dos años, Susuki fue abriendo poco a poco su corazón, y de la mujer dura y distante de los primeros meses, se fue convirtiendo en una compañera solidaria y reflexiva que enriquecía nuestros talleres con sus opiniones sobre el racismo, el sexismo y la desigualdad.
Carlota Cadena, por su parte, optó por acercarse a dos mujeres tlapanecas, Altagracia y Leo, a quienes les ofreció su pluma y su amistad. Con su sonrisa siempre presta y su sentido del humor, las hizo reír en medio de los recuerdos tristes que removió con sus entrevistas. Carlota fue siempre la alegría de nuestro taller y nos contagió con su optimismo por la vida. A lo largo de estos diálogos, Leo aprendió a escribir y decidió completar la historia escrita por Carlota con una nueva versión más detallada, en la que vemos reflejada su nueva identidad, que ella misma describe como un “renacimiento”.
“Soy otra”, nos dice, “aquí aprendí no sólo a escribir, sino a mirar de frente y a hablar en voz alta, ya no quiero usar seudónimo, como le había dicho a Carlota en un principio, quiero usar mi verdadero nombre, Leo Zavaleta, y que todos sepan que esta es mi historia”.
Otra de las amistades que consolidaron en el marco del taller fue la de Guadalupe Salgado y Luz, una mujer campesina de La Montaña de Guerrero, que quedó inválida por un accidente cerebral.
Luz tiene problemas para hablar y Guadalupe aprendió a entenderla y se convirtió en su traductora, sus balbuceos inteligibles para nosotras, se fueron tornando en palabras a través de la pluma de Guadalupe Salgado. Fue reconstruyendo su historia a la vez que se convertía en su amiga, su enfermera, su cuidadora, usando las habilidades que había desarrollada cuidando a su propia h?a, que sufría de parálisis cerebral. Al finalizar la historia de Luz, Guadalupe fue liberada y abandonó Atlacholoaya, no sin antes encargarnos a todas las compañeras del taller que no nos olvidáramos de Luz y que la integráramos a nuestras actividades. Ahí estuvo Luz con nosotros hasta la última sesión, donde con mucho esfuerzo logró expresarse y agradecer todo lo compartido.
Otras, como Miranda, optaron por escribir su propia historia. Ella es de Apaxtla de Castrejón, una comunidad náhuatl del estado de Guerrero, pero ha vivido gran parte de su vida en Morelos. Como a varias de las participantes del taller le cuesta escribir, y ésta es su primera incursión en los talleres literarios.
Miranda es más bien una comerciante nata: trabaja el mosaico veneciano, la costura, el tejido y siempre está comprando y vendiendo.
En el taller aprendimos a conocerla y a contactar con su lado luminoso. Es una mujer fuerte: durante los meses que trabajamos juntas uno de sus h?os fue asesinado en una riña y su cuerpo traído al penal para que ella pudiera despedirlo. La vimos quebrada de dolor por la pérdida y vimos también como se levantó para seguir adelante, comerciando, escribiendo, anhelando como todas el día de su liberación. “Por mis h?os que están allá afuera, tengo que seguir adelante”, nos decía.
Lupita se acercó a nosotras cuando ya habíamos terminado un ciclo en nuestro taller de Historias de vida, e iniciábamos la preparación de este libro colectivo. Había leído en la gaceta las historias de vida de sus compañeras y ella también quería compartir la suya: “Un día me decidí y me d?e: ‘voy a contar mi historia, voy a tomar un papel y a escribir, y se lo voy a dar a la maestra’”. Es esta misma decisión la que marca su carácter y esta misma alegría la que la lleva a reconstruir su historia desestimando el dolor que le ha dado la vida. Hasta el recuerdo más trágico, termina con alguna frase de optimismo.
Alejandra Reynoso también aprendió a escribir en reclusión, y decidió contarnos la historia de una mujer náhuatl cuyo seudónimo es Perla Negra. Alejandra pasó de manera sorprendente de aprender las vocales a escribir poesía, con una sensibilidad que te estremece. Es una mujer hermosa, con una ternura que seduce. Es casi imposible no quererla de manera inmediata cuando uno la conoce. Sus reflexiones en nuestro espacio colectivo muchas veces nos conmovieron hasta las lágrimas. Es una mujer que ha tocado el fondo del abismo y ha podido salir nuevamente sin llenarse de resentimiento. Alejandra es amor a pesar del dolor y es eso lo que nos comparte.
Doña Rosa Salazar era de las mujeres campesinas y analfabetas que pocas veces se acercaban al espacio de los talleres, si no era para vender algún alimento. Pero un día se quedó en la puerta escuchando a sus compañeras leer sus textos. Empezó a visitar nuestro taller, ya no sólo para vender comida, sino para oír lo que ahí se leía. Después de varias sesiones nos comentó que estaba aprendiendo a escribir y que le gustaría asistir como oyente, aunque ella no podía escribir su vida ni le interesaba que nadie más la escribiera. “Duele mucho recordar el pasado, sabe. Prefiero escuchar lo que otras escriben”.
A lo largo de los últimos dos años, Rosa empezó a participar de manera más activa en el taller. Dando su opinión sobre los temas que se discutían y algunas veces escribiendo textos con sus reflexiones.
Finalmente, nuestro libro cierra con la colaboración de Águila del Mar, la poeta del grupo, quien fue una inspiración para todas, por su gusto por la palabra escrita, pero también por su audacia para abordar el erotismo y la sexualidad en sus textos, sin olvidar nunca la crítica aguda al machismo y al sexismo que caracterizan a la sociedad mexicana. Su historia, como su vida, rompe con los esquemas preestablecidos. Ella decidió “irse por la libre” y más que una historia de vida, escribió un relato entre erótico y policiaco, que es tal vez el germen de una futura novela.
Todas estas mujeres, tanto las que escribieron y como las que compartieron sus historias, son sobrevivientes de un sistema sexista y racista que ha marcado sus vidas. Pero ninguna ha asumido la identidad de “víctima”, cada una a su manera ha aprendido a resistir y confrontar los esquemas que las encarcelan dentro y fuera del penal.
Tengo que reconocer las limitaciones de este tipo de trabajo, que no atenta ni desestabiliza al sistema penitenciario, ni a sus efectos de poder sobre los cuerpos y mentes de las mujeres presas. Parto de reconocer estas limitaciones y a partir de ellas, tratar de aportar estas reflexiones y acciones para la transformación de un sistema de justicia corrupto, sexista y racista, que no sólo afecta la vida de las mujeres presas, sino que es una amenaza latente para mí y para todas las mujeres que estamos fuera.
Sabemos que se trata de un trabajo de hormiga, limitado, que se ha propuesto acompañar los procesos de reflexión crítica y el trabajo de denuncia sobre las injusticias, el racismo y el sexismo del sistema penitenciario de las propias internas.
Esperamos que el presente libro-video sea una manera de liberar sus voces y pueda contribuir, aunque sea mínimamente, a crear conciencia entre la sociedad mexicana y a mejorar las condiciones de vida de miles de mujeres cuyos cuerpos y mentes pretenden controlar los estados neoliberales.
Notas:
(1) Programa del taller de Historias de vida, coordinado por Aída Hernández y registrado en la Subsecretaría de Readaptación Social del Estado de Morelos.
(2) Y ahora qué sigue... Año 1, núm. 8, p. 3.