Por Luis Pásara
16 de octubre, 2010.- A quienes les preocupa, sobre todo, la imagen de este país, la semana que termina debe haberles resultado de pesadilla. Primero, un diario dio a conocer que el presidente de la República respondió con una bofetada el grito de “corrupto” que le dirigió un ciudadano.
Luego, se fueron desenvolviendo las etapas de un montaje oficial para decir, primero, que el incidente no había existido; luego, que sí se había producido el grito, acompañado de otros insultos, pero que el presidente se había limitado a amonestar al autor; y, finalmente, que había habido grito y amonestación, y que un tercero –empleado de limpieza del hospital– fue quien golpeó al autor del grito. Con fotos se demostró que también esto es mentira: el “trabajador de limpieza” es hombre de la escolta presidencial.
El episodio expresa bien a Alan García, quien en cierta ocasión ya dio una patada en público a quien le estorbaba el camino. Pero, más allá del personaje, esto puede ser visto como una parábola de la relación, de tonos africanos, que existe entre ciudadanos y gobierno en el Perú. La prepotencia y el desprecio están patentes en el golpe con el que el presidente de la República responde a un grito lanzado por un ciudadano cualquiera. Él es –o, más bien, se siente– propietario de la hacienda que es el país. De allí que, de inmediato y personalmente, castiga al siervo insolente que se atrevió a mancillarlo y después envía a los esbirros, que pagan los impuestos de los contribuyentes, a golpearlo y detenerlo. En uno de los videos que han ido apareciendo, una voz femenina se pregunta en medio del barullo si estamos en democracia. Pregunta muy atinada.
La excusa, en algún momento de la cadena de mentiras, consiste en que el presidente estaba acompañado de su hija cuando sufrió el vejamen verbal; en consecuencia, no podía tolerarlo. El rédito que intenta el propio presidente, para más escándalo, es responsabilizar a los medios de comunicación, que critican a los políticos, como “incitadores” de un ataque como el recibido. La mentira y el cinismo gobiernan.
Es el gobierno del país al que se invita a diario al inversionista extranjero. A lo mejor a éste no le preocupe mucho el episodio. Peores cosas ocurren en China con cualquiera que se atreva a discrepar con el gobierno y, sin embargo, la inversión extranjera sigue llegando a raudales. Lo que les importa es la seguridad jurídica de la inversión, no la de los ciudadanos como el agredido por el presidente, quien prudentemente se escondió luego del episodio, por temor a represalias.
Pero, a quienes nos preocupa la justicia, el episodio nos brindó un aporte singular, ofrecido por el presidente de la Corte Suprema y del Poder Judicial. Preguntado por el tema, no tuvo empacho en declarar:
“Ha sido prudente el presidente porque otro dignatario a lo mejor en vez de una cachetada le daba un puñetazo; hablando claro, solo un país de maricas permite que se insulte a la gente sin hacer nada”.
El abogado a cargo del órgano encargado de administrar justicia se vale de la ocasión para incitar –él sí– a recurrir a la justicia por mano propia. En este caso, literalmente. De allí al linchamiento hay una diferencia que es sólo de grados –seguramente variables en razón de la ofensa recibida–, no del principio adoptado.
No es de sorprender que el doctor Villa Stein haya dicho esta barbaridad en la pretensión de justificar otra. Como en el caso de García, debe reconocerse que es parte de su estilo, cuajado de exabruptos. No sorprende, pues, pero tampoco consuela. Si éste es el criterio del presidente de la Corte Suprema, ¿qué podemos esperar del criterio de los jueces?
Afortunadamente, en la judicatura hay hombres y mujeres mucho más sensatos. Pero la mayor parte de la ciudadanía no lo sabe y el miércoles último cayó otra mancha más sobre la imagen del Poder Judicial. Y, por supuesto, sobre la del país. A ver si los costosos encargados de “imagen” pueden limpiarla.
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Fuente: Boletin Ideele Nº 660, 15 de octubre de 2010, del Instituto de Defensa Legal.