Por Víctor J. Sanz
El sufrimiento de unos puede ser provocado por la ambición de otros. (Madre Teresa de Calcuta)
22 de septiembre, 2010.- Para empezar, el propio nombre “Los Objetivos del Milenio” es un insulto a la razón. Ni siquiera “Los objetivos del decenio” me hubiera parecido una propuesta medio seria. Los problemas a solucionar son mucho más urgentes que todo eso.
Dice un titular de Público que durante la cumbre se morirán 70.000 niños, y yo me pregunto ¿cuántos morirán hasta el 2015?, ¿cuántos morirán hasta que los objetivos programados para 2015 se cumplan realmente?, ¿cuántos niños han de morir para que los que pueden y deben, hagan algo?
He repasado los objetivos del milenio y he sentido vergüenza. Hasta el hombre más malvado y ambicioso de la tierra tiene que tardar necesariamente menos de mil años en volverse un poquito más humano. Eso es lo único que se necesita, el único prisma que ha de usarse para enfocar bien este milenio. Por lo tanto, cuando se dice que es un “compromiso de mínimos”, yo añado que es un “compromiso de mínimos compromisos”.
“No podemos tolerar ni un día más la vergüenza colectiva que representa que cada día mueran de hambre y desamparo más de 60.000 personas, al tiempo que se invierten 4.000 millones de dólares en armas.”
Pero hay una cosa que me sorprende y me sobrecoge, poner a los gobiernos de los países más ricos a vigilar el cumplimiento de los Objetivos del Milenio me parece totalmente fuera de lugar, es como poner a al lobo a cuidar de las ovejas.
Antes, mucho antes que acabar, por ejemplo con el hambre, están las ambiciones de quienes pueden y deben aportar el capital necesario para acabar con el hambre. Según lo que nos han demostrado, antes que el acabar con el hambre está acabar con el hambriento, o crear nuevos hambrientos, o gestionar nuevos hambres. Lo que me sugiere que el hambre con el que habría que acabar en primer lugar es con su hambre de riquezas y poder. Siempre les parecerá más y mejor negocio un hambriento enfermo que un tercermundista sano y regordete. Mientras la salud y el hambre sean un negocio, dejará de serlo el acabar con él.
Además, me ha resultado sobrecogedora la poca sensibilidad con que los poderosos tratan los asuntos de los pobres, la poca sensibilidad y la poca frecuencia con que lo hacen.
En primer lugar se plantearon reducir el hambre y la pobreza extrema del 14% al 7%. ¿Por qué no al cero por ciento? En su lugar está aumentando la pobreza extrema incluso en el primer mundo. Quizás por ahí empiece a darles pena de verdad. Pero creo que un ciudadano que pierde su poder adquisitivo pasa a ser carne de otro tipo de negocio, por su hambre, por su enfermedad o por ambas cosas.
En segundo lugar se plantearon la enseñanza primaria universal. Los fondos necesarios para cumplir este objetivo resultan insultantemente ridículos si se comparan con cualquier presupuesto militar (objetivo del milenio éste que nunca deja de cumplirse)
En tercer lugar se propusieron promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer. La violencia de género es un mal que no cesa en ninguna parte del mundo. La educación femenina aún no es comparable a la masculina en más de cien países. La explotación sexual, incluida la de menores, es un problema sobre el que prácticamente no se ha puesto ninguna medida efectiva.
En cuarto lugar, la reducción de la mortalidad infantil en menores de 5 años. Las enfermedades que se ceban con este universo de población tan indefenso, se pueden combatir con tan solo una pequeña porción de los medios dedicados en todo el mundo a luchar contra la todopoderosa y apocalíptica Gripe A.
En quinto lugar se trataba de mejorar la salud materna. Según Save the Children, 343.000 mujeres pierden la vida cada año por complicaciones durante el embarazo o el parto. La mayor parte de ellas en los países del tercer mundo. Basten dos datos: 1) en Níger 1 de cada 7 mujeres muere durante el embarazo o el parto, mientras que en Irlanda fallece 1 de cada 47.600 (según el informe de Save the Children). Y 2) En Etiopía tan solo el 6% de los partos recibe asistencia sanitaria.
En sexto lugar se pretendía combatir el VIH/Sida, la malaria y otras enfermedades. Según Roll Back Malaria, el 97% de casos de malaria se dan en África (71%) y Asia (26%), y el coste medio unitario en prevención y tratamiento está en torno a 14 euros. Solo 14 euros. Las vacunas contra la Gripe A costaron alrededor de 7 euros. Comparen ustedes mismos, 7 euros por la vacuna de una enfermedad exagerada, por la vacuna que no evitaba ninguna muerte. Según Naciones Unidas, cada 45 segundos muere un niño enfermo de malaria en algún lugar del mundo. Y cada año, entre 350 y 500 millones de personas resultan infectadas. En lo referente al SIDA, y según Naciones Unidas, las muertes se han reducido de forma constante en los últimos años, pero aún son mayores las cifras en los países menos desarrollados; por una simple cuestión de medios económicos, de patentes y de retorno de la inversión “insuficiente” para las farmacéuticas. Lo que resulta a todas luces insuficiente es su compromiso. Esta es otra meta en la que se cumple un “mínimo de compromiso de mínimos”.
En séptimo lugar se propuso garantizar la sostenibilidad del medio ambiente. En este sentido desastres como el del pozo Macondo de BP en el Golfo de México están contribuyendo enormemente a entorpecer la consecución de esta meta. La más grande de las multas que le pueda ser impuesta no resarcirá al medio ambiente de los daños.
Y, en último lugar, se acordó el compromiso de Fomentar una Asociación Mundial para el Desarrollo. Los países más ricos comprometieron el 0,7% de su PIB para alcanzar esta meta. La crisis económica actual y las marcadas, y al parecer ineludibles, prioridades belicistas de los principales países hacen especialmente difícil, por no decir imposible, el cumplimiento de este objetivo. Además, y esto es una simple impresión mía, creo que es una pobre aportación al tercer mundo, el 0,7% del PIB, si tenemos en cuenta las riquezas que los países más desarrollados han expoliado durante siglos en los países que ahora forman parte del mal llamado tercer mundo.
Como apunta el profesor D. Federico Mayor Zaragoza en su blog, “No podemos tolerar ni un día más la vergüenza colectiva que representa que cada día mueran de hambre y desamparo más de 60.000 personas, al tiempo que se invierten 4.000 millones de dólares en armas.”
Por esta vía se diría que se pretende acabar con el hambre acabando con el hambriento, ya que buena parte del armamento va a parar a los países más pobres, donde tienen lugar la mayoría de las guerras. ¿Cómo es posible que tenga un mayor retorno de la inversión poner en manos de un niño africano un arma antes que un plato de comida?
Y también dice Mayor Zaragoza: “No podemos tolerar que no hubiera fondos para los Objetivos del Milenio y que, súbitamente, se “rescataran” con cientos de miles de millones a las mismas instituciones financieras que, con su codicia e irresponsabilidad, habían conducido al mundo a una gravísima y múltiple crisis (económica, democrática, política, medioambiental, ética)”.
Quizás en palabras de un economista de los Al-Qaeda de Wall Street, se podría decir que estamos ante un “crecimiento negativo en el cumplimiento de los objetivos del milenio”. ¡Qué les importará a esos terroristas de Wall Street que se cumplan o no los objetivos del milenio!
Puede que solo sea una impresión mía, pero creo que antes de plantearse el cumplimiento de estos 8 inalcanzables objetivos del milenio en las condiciones actuales, deberían plantearse alcanzar un único objetivo y no “del milenio”, ni “del decenio”, como mucho “del año”, del año 2010, y el objetivo debería ser: ACABAR CON LA HIPOCRESÍA.
Una vez alcanzado este objetivo, el inmediatamente siguiente es dejar de “ayudar” a los países pobres con créditos que solo pueden aumentar los intereses de sus deudas externas, hundiéndoles más y más, perpetuando su miseria.
Cuando las transnacionales equiparen sus esfuerzos de ayuda al tercer mundo con sus millonarias inversiones en desposeer a los pobres de todo lo que tienen, estaremos en el buen camino.
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Fuente: Kaos en la Red